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28 de marzo de 2024

El escritor Arturo Pérez-Reverte, en El Hormiguero, junto al presentador Pablo Motos

El escritor Arturo Pérez-Reverte, en El Hormiguero, junto al presentador Pablo MotosAtresmedia

El Hormiguero

Arturo Pérez-Reverte confiesa las veces que repitió Bachillerato

El escritor recordó sus tiempos como reportero de guerra en El Hormiguero y aquella vez que estuvo a punto de ser fusilado en Nicaragua

El escritor fue a El Hormiguero a hablar de su libro, Revolución, la historia de un ingeniero español que acaba sumándose al Ejército de Pancho Villa. Tiene su origen en una historia familiar infantil: «Esta arranca porque, cuando era pequeño, tengo una bisabuelo mío que era ingeniero de minas, y su mejor amigo fue a trabajar a México y le pilló la revolución. Y le mandaba cartas a mi bisabuelo». Desde la infancia hasta que la escribió se ha seguido documentando, también sobre el terreno. Porque Arturo Pérez-Reverte es un escritor cazador («que sale fuera, que sale a buscar piezas para el zurrón») y no recolector, que es el que está en su casa, lo cual es «muy respetable», pero no va con él.
Mucho de ese proceso de creación previo tuvo como objetivo sumergirse en el lenguaje de las clases altas y bajas de aquel país revolucionario. Resultó apasionante: «El español más creativo del mundo es el mexicano. Cuando más analfabeto es el mexicano, más brillante es improvisando y creando palabras nuevas».
Recordó, claro, sus tiempos de reportero de guerra. Por ejemplo, aquel 4 de abril de 1977, en Teseney (Eritrea). Tenía 25 años. Unos guerrilleros atracaron un banco y él estaba con ellos. Así que se puede decir que participó de ese delito. «La guerra huele a plástico quemado y a carne que se pudre», sentenció.
Ha temido muchas veces por su vida, pero nunca más que aquella vez en Nicaragua, donde habían matado dos días antes a un periodista norteamericano. Lo pararon. Un somocista le golpeaba con un fusil en la cabeza. Pensó que lo iban a matar. Y reaccionó pegando su frente al muro, para que su cabeza no golpease contra esa pared cuando recibiese el disparo definitivo. «Qué pena, terminar aquí con veintipocos años». Eso pensó. Ahora tiene 71.

La escuela de la guerra

«La guerra fue una escuela donde aprendí. Me enganché a esa escuela», explicó. Pero diferenció entre él y otros reporteros: «Julio Fuentes, que lo mataron en Afganistán, que era muy amigo mío, era un yonqui de la guerra. O Miguel Gil Moreno, que murió en Sierra Leona. Eran mis amigos y murieron. Y esos necesitaban estar en la guerra. Yo era distinto. Yo era alguien que miraba. Ellos la vivían, la tenían dentro. Necesitaban esa incertidumbre para aprender. Yo necesitaba esa incertidumbre para aprender. Yo era un testigo. Yo era un alumno. Yo me enganché al aprendizaje».
«Detesto la palabra asesinaron. Asesinaron a un periodista en la guerra. Asesinaron a un soldado en la guerra. A un periodista lo matan en la guerra, trabajando, no lo asesinan. A Julio Fuentes, a Miguel Gil Moreno… los mataron en la guerra. Decir que los asesinaron es rebajar su trabajo. Ellos sabían qué estaban haciendo allí. Eran las reglas». Entre esas reglas figura también que ha de reservarse tiempo para el humor, incluso para el negro: «Yo he visto poner un cadáver sentado en una silla, ponerle un cigarrillo en la boca y hacerse fotos con él. Qué horror. Yo no lo he hecho. Pero esos tíos acababan de pasar por un infierno y necesitaban algo que les hiciera reír».

Pesimista cara al futuro

Dibujó un cuadro futuro muy pesimista para Occidente. «Estamos criando generaciones de jóvenes que no están preparados para cuando venga el iceberg del Titanic. Los hemos criado –soy tan culpable como tú y como todos nosotros– hiperprotegidos. Es un error, porque les hemos quitado los mecanismos defensivos. La violencia es mala. Depende. Menos cuando tienes que defenderte, entonces es buena, ¿no? Cuando vienen otros que sí inflingen la violencia, para los que es natural, para los que el dolor, la soledad, el fracaso, la muerte son diarios, cotidianos, estamos en inferioridad de condiciones. Y nos van a ganar. Estamos criando chicos demasiado confortablemente instalados en un mundo irreal».
Y esos malos tiempos van a llegar. Otea un cambio de época. «Todo termina. Los imperios hacen así y así –dijo subiendo y bajando la mano–. Si lees Historia, no hay uno que se escape. Estados Unidos ya está yendo para abajo; y nosotros, también. Ahora vienen otros imperios diferentes, que será el imperio islámico, el imperio chino, eso ya veremos. Tú y yo seguramente no lo veremos porque tarda muchos siglos en desvanecerse», le contó a Motos. «Nos hemos dormido en el buenísimo, en el confort. Es el mundo el que nos va a cambiar a nosotros, el que ya nos está cambiando. No hay solución. Lo que sí hay son maneras de acabar».
Antes de acabar, arremetió contra el sistema educativo español, otro de sus temas clásicos. Tiene «manía a todos los partidos», así que no se refirió a ninguno en concreto cuando lanzó esta crítica. «Repetí tres cursos en bachillerato. Tres. Una vez con todo suspendido. Me echaron de un colegio. Y no fue ninguna tragedia. Me busqué la vida, después encontré mi camino», empezó explicando.
«Todos no somos iguales. Hay niños inteligentes y niños que no lo son. Tú no puedes tratar igual al niño brillante, que el día de mañana puede ser el que esté tirando del carro de la vida, el que haga mejor la vida para los otros, que al que se niega a estudiar o al que no tiene el talento suficiente. Todos deben tener las mismas oportunidades, pero, una vez dentro del sistema, al brillante apóyalo, estimúlalo», instó.
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