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17 de junio de 2024

Mohammad Rasoulof es el director del filme Las semillas de la higuera sagrada

Mohammad Rasoulof es el director del filme Las semillas de la higuera sagradaEFE

Cine

El escalofriante retrato de Irán que ha arrancado los penúltimos aplausos en Cannes

Las semillas de la higuera sagrada recibe la ovación en el tramo final del certamen

Un escalofriante retrato de lo que ha llegado a hacer de Irán el sanguinario régimen teocrático que lo domina desde hace más de medio siglo, ha sido Las semillas de la higuera sagrada, de Mohamad Rasoulof, penúltimo filme en concurso del 77º Festival de Cannes, filmado y exportado clandestinamente por el propio autor.

La higuera que da el título al filme es un tipo de árbol que desparrama sus semillas cuando estas son comidas por los pájaros y estos las depositan con sus excrementos en cualquier tipo de planta a las que envuelve creciendo y secándolas.

El filme es una clara metáfora del régimen de los ayatollah que se apoderaron del país tras derrocar a la tiranía del sha y lo transformaron en un régimen absolutista y teocrático, tras un primer esbozo de democracia que se tradujo en elecciones farsa y la completa proscripción de toda oposición.

Igual proceso que sufre el protagonista, Iman, que, nombrado juez, primero es obligado contra su voluntad a firmar una condena a muerte de un joven opositor y luego a asumir la ideología dominante, hasta el punto de perseguir a su propia familia.

Una de las características del director iraní es la de saber combinar denuncia con talento narrativa haciendo de su décimo opus un espectáculo de válido entretenimiento.

El mismo Rasoulof tuvo que exiliarse clandestinamente ante la posibilidad de purgar siete años de prisión por «haber atentado contra la seguridad nacional», en realidad por haber criticado la brutal represión policial de la revolución de los chadores, cuando miles de mujeres se despojaron de los chadores obligatorios tras la muerte en la cárcel de una muchacha arrestada por tener mal puesto el suyo.

Hoy el director, arriesgando un pedido de extradición por parte del gobierno de Teherán y una posible fatwa, presentó personalmente su película en Cannes, mostrando consigo fotos tanto de la joven que desató la protesta de los chadores como la de uno de los muchos jóvenes condenados a muerte por el simple delito de protestar contra el régimen de los ayatolas.

Es la primera vez en 20 años que el cine indio, otrora muy frecuente en la Croisette donde ganó incluso premios mayores, participa en el concurso oficial del Festival de Cannes y lo hace con un filme que muy probablemente estará entre los favoritos del jurado: All We Imagine as Light, de la ex cortometrajista Payal Kapadia, de 38 años.

En la populosa Mumbai, que con sus 23 millones de habitantes es la sexta ciudad más populosa del mundo, viven dos enfermeras, Prabha y Anu, la primera que recibe por primera vez después de muchos años un regalo de su marido, transferido en Alemania, y la segunda en busca permanente de un lugar donde pasarlo bien con su joven novio.

Aunque Prabha no siente nada por su marido, que le fuera impuesto por sus padres, igual se mantiene fiel a él y rechaza una relación sentimental con un médico que le propone llevársela de vuelta a su pueblo mientras Anu está dividida entre el amor y la obediencia a sus padres que están preparándole una boda con un candidato que ella no conoce.

En este ámbito melancólico y realista se inserta un elemento fantástico con una persona ahogada que Prabha salva de morir pero que ha perdido la memoria y podría ser su marido.

La misma Mumbay, la otrora Bombay, es un tercer personaje de la película con esa peculiaridad de hacer que muchos de sus 23 millones de habitantes sigan sintiéndose solos.

Kapadia describe como al pasar las contradicciones de una ciudad capaz de acoger generosamente a millones de personas, llegadas de todos los rincones de la India, pero también de aislarlas o expulsarlas convirtiéndola, como dice uno de los personajes, de ciudad de los sueños a ciudad de las ilusiones perdidas.

Kapadia cuenta con ritmo sosegado y pausado, pero no lento, mundos que conviven pero que no se juntan en una singular ópera segunda que ha sido la grata sorpresa del festival.

L’amour ouf, del director y esporádicamente actor, productor y guionista Gilles Lellouche es el quinto filme francés en concurso oficial y en las primeras dos horas de este policial casi romántico con una historia de amores contrastados, parecía poseer las armas necesarias para poder conquistar algunos de los premios principales, gracias a una fotografía frenética de Laurent Tangy, una música sincopada de Jon Brion y un arrollador montaje de Simon Jacquet, todos elementos que maneja muy bien el director, atrapando desde el vamos al espectador.

Pero luego la historia se diluye en sucesivos intentos de final feliz que en la última media hora se van acumulando, desvaneciendo el interés inicial.

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