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La película La isla de los faisanes se estrena este viernes 25 de abril en los cines

Crítica de cine

La película sobre la inmigración ilegal en la isla que una mitad del año es de España y la otra, de Francia

La isla de los faisanes, con la que debuta el director Asier Urbieta, es un filme lleno de rabia y amargura

El director donostiarra Asier Urbieta debuta en el largometraje con una coproducción hispano-francesa de denuncia sobre el drama de la inmigración. Laida (Jone Lasipur) y Sambou (Sambou Diaby) son una pareja vasca que vive en Hendaya. Sambou nació en Irún pero es de origen africano, inmigrante de segunda generación. Ambos trabajan en una fábrica de gigantes y cabezudos propiedad del padre de Laida. Viven entre Hendaya y Fuenterrabía, cruzando el Bidasoa cada dos por tres. Sus vidas van a cambiar el día que oyen gritos de auxilio en el río. Dos inmigrantes ilegales tratan de alcanzar a nado la orilla francesa del río. Laida no lo duda y se tira al río mientras Sambou permanece inmóvil. Con gran esfuerzo, Laida consigue salvar a uno, Nassim (Ibrahima Kone), mientras que el otro desaparece. Al poco tiempo aparece un cadáver sin identificar en la Isla de los faisanes. Este islote, en medio del Bidasoa, es un condominio franco-español. La mitad del año es francés y la otra mitad español, lo cual va a complicar aún más la investigación sobre la identidad del fallecido. Mientras, la relación entre Laida y Sambou entra en una profunda crisis.

La película quiere hacer una dura crítica sobre el trato que reciben los inmigrantes ilegales por parte de las administraciones europeas, en este caso sobre todo francesas. Pero no sólo denuncia el trato, sino sobre todo la mirada prejuiciosa que se tiene sobre cualquier persona de raza negra, de la que se sospecha a priori que se trata de un sin papeles. Sospecha que no solo tienen los agentes policiales de frontera, sino también los ciudadanos normales, como la camarera del bar que cobra por anticipado a los negros, no vaya a ser que se marchen sin pagar.

Esta cinta, bien producida, bien rodada y muy bien interpretada, tiene sin embargo dos problemas que lastran su eficacia. Uno es que su argumento no aporta nada original respecto a tantos largometrajes que abordan la misma cuestión. No introduce ninguna originalidad de perspectiva más allá de la anécdota curiosa de la Isla de los Faisanes y de situar el drama en una frontera nada tratada hasta ahora en el cine de inmigración, la frontera natural del río Bidasoa.

Pero el segundo problema es quizá más significativo y que tiene que ver con el planteamiento de fondo del film. La gran diferencia entre esta película y otras como Adú (S. Calvo, 2021), El Havre (A. Kaurismaki, 2011), Welcome (P. Loiret, 2009) o Yo, capitán (M. Garrone, 2023) por poner cuatro ejemplos de películas europeas (española, finlandesa, francesa e italiana respectivamente) es que esas parten de una mirada de fe en el ser humano; a pesar de lo dramático de sus argumentos, y sin caer en una mirada ingenua, prima una confianza en la bondad y nobleza humanas, en la posibilidad de triunfo del bien. Y eso permite que el espectador se conmueva y cale en él, constructivamente, la crítica que la película lleva dentro de sí.

Sin embargo, La isla de los faisanes está atravesada de amargura, es una película «enfadada» y como dice uno de los personajes, la premisa del film es que la rabia es la que cambia el mundo. Desgraciadamente, la historia demuestra que eso no es así. La rabia solo trae más dolor y violencia. Lo único que realmente ha cambiado las cosas malas del mundo, poquito a poco, ha nacido siempre del amor. Y afortunadamente hay millones de ejemplos a nuestro alrededor.

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