
La historia de Souleymane se estrena en los cines este miércoles 30 de abril
Crítica de cine
'La historia de Souleymane': la verdad os hará libres
Este filme francés denuncia las políticas occidentales de inmigración, las mafias que genera y hace reflexionar sobre los peligros de la mentira
Recientemente se estrenó Vida en pausa, una película sobrecogedora sobre unos emigrantes rusos que esperaban con pánico los trámites para conseguir el estatuto de refugiados. Ante el miedo a ser expulsados obligaron a una de sus hijas a dar un falso testimonio, relatando a los funcionarios unos hechos que ella no había visto con sus propios ojos.
En esencia, eso es lo mismo que ocurre en La historia de Souleyman, del cineasta francés Boris Lojkine. Souleyman (Abou Sangare) es un joven de veinticinco años que se marchó de Guinea Conakri para conseguir trabajo y dinero con que ayudar a su madre, que permanece en África enferma y descartada. Souleyman vive en París, ilegalmente, y ha solicitado la condición de refugiado político. Mientras, para poder sobrevivir, se juega la vida haciendo repartos en bicicleta por las complicadas calles de París, explotado por otro inmigrante que le alquila la licencia.
Lo que gana lo invierte para pagar a un tercer inmigrante que hace de intermediario con la administración y le prepara las mentiras que debe contar el día de la comparecencia para convencer a la comisión de refugiados. Por las noches Souleyman, agotado, busca plaza para dormir en algún centro asistencial del ayuntamiento. Sólo le quedan dos días para la entrevista con la funcionaria de inmigración y no está nada convencido de haberse aprendido bien la falsa historia que tiene que relatar. Su futuro y el de su madre están en la cuerda floja.
La película es una fábula moral con varias perspectivas. Por un lado, evidentemente, denuncia las políticas occidentales de inmigración que obligan a los ilegales a vivir en un estado de miedo y angustia permanentes, sin tener delante ninguna alternativa real al infierno que dejaron en sus países de origen. Pero la cinta también denuncia las mafias indeseables que genera este sistema, mafias integradas por inmigrantes que terminan explotando a sus propios compatriotas. En tercer lugar, el film hace reflexionar sobre el arriesgado camino de la mentira, que casi siempre se acaba volviendo contra uno mismo. Sin embargo, lo más atractivo de este largometraje es, sin embargo, el propio protagonista. Se trata de un hombre que, a pesar de sus complejas circunstancias, siempre trata de vivir su dignidad, de mantenerse íntegro, de no rebajarse como ser humano. En ese sentido hay una breve escena especialmente elocuente. Un día va a hacer un reparto en casa de un anciano que le abre la puerta a duras penas, enfermo y mareado. Souleyman, que vive contrarreloj, no se limita a entregarle el paquete sino que entra para ayudarle, y por su parte, el anciano le pregunta su nombre, conversa con él y se interesa por su familia y su país. Dos seres humanos descartados entre los que se da un encuentro verdadero, sin intereses, sin sospechas, sin prejuicios.Este tono del film, dramático y angustioso, pero a la vez exaltador de la nobleza humana, recuerda a la clásica Ladrón de bicicletas de Vittorio de Sica (1948). La existencia de Souleyman es frenética, como una carrera de obstáculos, viviendo a toda prisa, pedaleando bajo la lluvia, sorteando autobuses, atravesando peligrosos cruces, tratando con clientes descontentos o problemáticos. Y siempre buscando un momento para llamar a su madre, memorizar el falso relato o gestionar dónde pasar la noche. Y en medio de esa gymkana, nuestro protagonista, de pie, tratando de no dejar nunca de ser hombre. Una película que corrige nuestra mirada y nos ayuda a «ver» al hombre que hay tras el «sin papeles».