
Representación de Epicuro en La escuela de Atenas de Rafael
¿Cómo se alcanza la ataraxia, el estado previo a la felicidad que comparten los estoicos y los epicúreos?
Los escépticos también se refirieron a esta fase anímica que busca el equilibrio del cuerpo y de la mente
La felicidad es el gran anhelo íntimo de la humanidad. El deseo que se ramifica en conceptos, en caminos de fe, de filosofía e incluso de ciencia. Es en la filosofía donde aparece la ataraxia como antesala, el campamento base fundamental y el antídoto contra las preocupaciones existenciales. La zozobra del hombre del XXI debe de ser que se parece a la del hombre que ve la caída del imperio de Alejandro hace 2.000 años y busca seguridades personales, normas, conductas, un camino en medio del «big bang» del mundo.
Los estoicos señalaron esa sala de estar, la ataraxia, ese estado del ser previo al hallazgo o al sentimiento de la felicidad, en la tranquilidad. La obtención de la serenidad mediante la asimilación y separación de qué depende de uno mismo y qué no. Ese es el objetivo, el reto: la imperturbabilidad ante los hechos en los que no tomamos parte, aunque nos afecten, y la imperturbabilidad ante los que sí tomamos parte, esta vez debido al uso de la razón adaptada a la naturaleza.
La eliminación de los miedos en la búsqueda de la virtud, que en el caso de los epicúreos está en el equilibrio del placer del cuerpo y de la mente. Epicuro llamó a la búsqueda del placer (la virtud en los estoicos) «al no sufrir en el cuerpo ni estar perturbados en el alma», entendido el no sufrir en el cuerpo como el límite físico que se impone para preservar el equilibrio también mental: el equilibrio total donde se evita el dolor por la sublimación del placer: el placer perfecto donde uno encuentra la ataraxia epicúrea.
La sala de espera de la ansiada felicidad a la que se llega después de un duro esfuerzo, igual que en el caso de los estoicos, y que en los escépticos se presenta, al menos en apariencia, más llevadero simplemente por el hecho de dejar de juzgar. Para los escépticos la tranquilidad del espíritu se halla no emitiendo juicios. No opinando sino remitiéndose a una objetividad salvadora, libertadora o protectora que se queda a las puertas del umbral donde empiezan los problemas.