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Bob Dylan durante un concierto en 1980

Bob Dylan durante un concierto en 1980

La «traición eléctrica» de Bob Dylan: la historia del Festival Newport Folk

El 25 de julio de 1965 Dylan incendió los ánimos de sus fans al dejar a un lado la guitarra acústica para colgarse la eléctrica

Bob Dylan en los años 60 era poco menos que un tótem. Antes del ecuador de la década, el trovador de Minnesota ya había compuesto y publicado, por ejemplo, Blowing in the wind, The times they are a-changin’, A hard rain’s a gonna fall, Girl from the North Country o Don't think twice it’s all right.

Con semejante currículum, Dylan ya había conquistado el mundo y la veneración de sus fans. Y no es que con la segunda mitad de los 60 su producción decayera (todavía estaban por venir Mr. Tambourine man, Like a rolling stone o Desolation Row, entre otras), pero algo pasó en un día concreto que hizo que la casi pleitesía que le rendía el público se quebrara por una noche.

El respetable adoraba a Dylan cada vez que cogía su guitarra acústica y comenzaba a perorar sobre que la respuesta viene flotando en el viento o cantaba sobre una chica que vivía en la frontera en la que sopla fuerte el viento, preguntándose si todavía le recordaría.

No obstante, la cosa cambió cuando, para cantar, el ganador del Premio Nobel de Literatura se colgó una guitarra eléctrica. Fue el 25 de julio de 1965 en el Festival Newport Folk. Entonces cayó un ídolo y el tótem salió abucheado del escenario. No cuajó la Stratocaster de Dylan entre el público más purista.

Cuando Bob Dylan abandonó el escenario abucheado por el público

No necesitaba mucha parafernalia Bob Dylan para encandilar al público, le bastaban seis cuerdas y una armónica. Pero el 25 de julio de 1965 al de Minnesota le dio por llevar un amplificador y una Stratocaster.

Dylan se «enchufó» y el resto es historia. Y leyenda. Tocó tres canciones. El público le abucheó. Fueron 15 minutos de actuación, pero sirvió para que el artista rompiera los moldes de su música y sus propios límites.

El cantante ya no estaba circunscrito a lo acústico. Se liberó y publicó en los meses siguientes himnos como Like a rolling stone, Desolation Row, I want you, Visions of Johanna o Just like a woman.

El concierto de Newport supuso un antes y un después en la carrera de Dylan. Aquella noche fue el comienzo de una nueva era para él y para la música en general. La revolución no sólo estaba en el contenido, sino también en la forma.

Dylan se transformó en un artista más complejo y ambiguo. Sus letras se volvieron más oníricas, como en el caso de Mr. Tambourine man, en la que cantaba a «imperios de la tarde» a «arena que se desvanecía de mi mano» y a calles vacías que estaban «demasiado muertas para soñar».

La reacción a la «traición eléctrica» ejemplifica algo más profundo: cómo el público proyecta sus expectativas sobre los artistas que admira y de cómo los géneros musicales se acaban convirtiendo en una trinchera.

El músico de Minnesota no traicionó al folk, sino a una imagen que la gente tenía grabada, estática, como una fotografía, de él. Y así llegó a la libertad.

Dylan cambió la música con su guitarra eléctrica, profundizó en la introspección y, aunque los abucheos de que fue objeto aún resuenan en la leyenda de Newport también retumban los compases iniciales, inalcanzables, de Like a rolling stone.

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