Fundado en 1910
Feto con IA

Feto con IAFreepick

El Debate de las Ideas

Un parto. El quinto

Pero he aquí que dos solitarios, hartos de pagar tantos impuestos, se ponen de acuerdo a través de un foro para vivir juntos con la intención de burlar al fisco

El pasado 13 de julio, a dos días de que pariera Matilde, dejé el tabaco. ¿Otra vez? Otra vez, no. ¡La vez! Visto que no puedo fumar sin remordimientos, he decidido, ahora sí que sí, dejarlo de forma definitiva. Solo espero que esta comezón, esta incompletitud que noto desde que no fumo, se me pase en algún momento. Entretanto, no podré escribir sino de esta manera fragmentaria y acalambrada, arrastrándome lamentablemente en busca del punto que clausure la frase.

Inés María no quería nacer, y de no ser por la oxitocina –un Desokupa hormonal– aún estaría en el interior de su madre. Tantos días habían pasado desde la fecha prevista, que no quedaban muchas esperanzas de que realmente naciera. Ya me imaginaba yo a la niña yendo al colegio en el útero de su madre –que entre suspiros se dejaría caer en el pupitre con su barriga de años–, contestando a la profesora mediante algún asombroso método de ventriloquía.

Y como Inés María no quería nacer, hubo que nacerla. El 15 de julio. Inducción. Ese día nos levantamos nerviosos; también confieso que algo decepcionados: nosotros, que hasta ahora habíamos concebido y parido como el que no quiere la cosa, con la regularidad de las estaciones y la naturalidad de las bestias, de pronto allí, incapaces, necesitados de la técnica, decadentes.

Como es dramática la escasez de niños en nuestro país, entramos en el hospital con la seguridad de que nos estarían esperando con la camilla en la puerta, pero no. Fuimos a admisión con la esperanza de que el asunto se resolviera en un periquete, pero tampoco. Y cuando tras una larga espera salió en la pantalla nuestro numerito, ocupamos la silla con el deseo de que al menos nos atendiera alguien simpático.

La funcionaria tendría unos 60 años y la cara de llevar 20 teniendo un mal día; el de hoy, por ejemplo, a las 9:35 que eran, ya se le había echado a perder. Compartía labores con un novato, engominado y de camisa ceñida, que le llevaba por la calle de la amargura a base de ineptitud. Aunque su problema era mayor, omnímodo, estructural, cósmico… En este momento se encarnaba en el joven lechuguino, pero podría hacerlo en cualquier otra cosa, como en ese matrimonio que tiene enfrente y que no sabe, pese al tanto parir, cuál es el papelito que les está pidiendo, un papelito de lo más elemental, de primero de procreación.

Tenía el pelo corto, un calendario de CCOO y la certeza de que sobraba gente en el mundo. No nos miraba. Apenas nos hablaba. Se limitaba a fruncir los labios y a mover el ratón de un modo que me hizo sospechar que jugaba al buscaminas. Era una pena. Ya que estaba destinada a la soltería, porque estaba claro que estaba destinada a la soltería, esa señora podría haber conformado una decente beata, un tanto escrupulosa, sí, pero pía y encaminada. En lugar de eso, se entregó al socialismo, la burocracia, la excelencia moral y la misantropía.

Ya en la sala de dilatación, Matilde se tumbó en la cama y la barriga de 41 semanas y media surgió como un monte repentino. Le aplicaron unos sensores y el latido de Inés se propagó por la habitación. Esperaba algo más leve; sin embargo, su corazoncito, del tamaño apenas de un fresón, sonaba gigantesco y subterráneo, amenazante y telúrico. Un feto de 9 meses que palpitaba como una bestia antediluviana a punto de emerger de las aguas primordiales. Pum-pum. Pum-pum. Pum… Después, con la rotura de la bolsa y la intensificación de las contracciones, el latido se volvió más premioso y débil; puede que angustiado.

Leía a la espera del alumbramiento: Confines, medicina al borde del abismo, un estupendo ensayo de Esteban Fernández Hinojosa. Lo tenía pendiente y me pareció que rimaba con la situación. En la página 264 leo que «sentirse solo es un factor de riesgo (para los problemas coronarios u oncológicos) al menos tan pernicioso como fumar», lo que me lleva a fantasear con una sociedad donde hubiera impuestos especiales para los solitarios. Del mismo modo que ya se grava el tabaco o el alcohol por los gastos que su consumo supone para el sistema sanitario, hacer lo propio con la soledad y por idénticas razones. Impuestos especiales sobre las viviendas donde haya un único empadronado, sobre la fibra óptica, el vino blanco y los platos precocinados para un solo comensal.

Pero he aquí que dos solitarios, hartos de pagar tantos impuestos, se ponen de acuerdo a través de un foro para vivir juntos con la intención de burlar al fisco. Incluso contraen matrimonio por los beneficios fiscales, en el juzgado más próximo y vestidos de cualquier manera; ni siquiera se hacen una foto y cada uno escoge un camino distinto para volver a la misma casa. Han distribuido el piso de modo que cada cual puede llevar una existencia casi tan solitaria como antes. Pero algo pasa, poco a poco y sin estridencias: ciertas miradas duran más de lo debido; se contravienen, sin que a ninguno parezca importarle, algunas de las reglas que pusieron para garantizar la segregación. Se han enamorado de verdad. Tardan en aceptarlo. Cuando lo hacen uno de ellos enferma fatalmente por el efecto pernicioso de tantos años de soledad. Cuando este muera, el otro pensará frente al féretro que ha vuelto a la soledad de partida; aunque se corregirá al instante: no es la misma soledad, es peor y mejor al mismo tiempo y por el mismo motivo.

Llega la hora. Durante la expulsión hay mucho trajín en el paritorio: uno que forcejea, otra que abanica, una tercera que jalea y una cuarta que vigila. Hasta que sale la niña. El matrón la coge con firmeza para que no se escurra, algo difícil porque Inés irrumpe recubierta de una sustancia mantecosa. La coloca sobre la madre sin cortar el cordón. Me extraña que acto seguido el matrón se acode en las rodillas espatarradas de mi mujer como si fuera una barandilla y se quede ahí, parado y satisfecho, como contemplando el paisaje. No recuerdo si Matilde o yo preguntamos por qué semejante frenazo de la actividad. Resulta, nos explican, que en los momentos posteriores al parto la placenta, a modo de último servicio, dispensa un chutazo de hemoglobina, lo que le viene al recién nacido como agua de mayo.

Ahí estamos pues, 4 sanitarios y los padres, aguardando con reverencia a que la hemoglobina deje de manar. La novedad nos habría sorprendido de no ser porque, durante la década que llevamos de embarazos y partos, hemos visto bandazos de todo tipo en la alquimia pediátrica. Teníamos un niño; a los 16 meses teníamos otro y nos aseguraban que todo lo que nos habían recomendado en el anterior eran burradas medievales. ¡Bah! Las recomendaciones pediátricas avanzan a tal velocidad, que más vale no esforzarse en perseguirlas. Lo mejor es buscar un lugar cómodo y esperar a que la vanguardia científica regrese, porque siempre lo hace.

Al final todo acabó bien. Ha pasado una semana de aquello y yo sigo sin fumar, que es lo que aquí importa. Inés María, por su parte, está estupenda, mejor que en brazos, comiendo a sus horas, sin enterarse aún de nada y vestida de mamarracha cuando sale a la calle, como todos los bebés.

comentarios
tracking

Compartir

Herramientas