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Portada del libro 'Europa', de Julio Martínez Mesanza

Portada del libro 'Europa', de Julio Martínez Mesanza

El Debate de las Ideas

Julio Martínez Mesanza o la dulce brisa de la irreverencia

Al sur de la corrección política, o por lo menos de la Europa de la que tanto y tan distintamente hablan el poeta Julio Martínez Mesanza y los altos prelados de la clerecía cultural, España

Recuerdo mi asombro cuando escuché al poeta Julio Martínez Mesanza pronunciar, sonriéndose, las palabras «charocracia» y «charolítico». Aunque suelo desconfiar de las súbitas conversiones de anécdotas en categorías, y más cuando la anécdota no es más que la mención desenfadada de un par de términos de la jerga forocochera/tuitera/equisera, lo cierto es que enseguida me di cuenta de que aquello representaba, de algún modo, el perfecto antónimo moral del mundo de sus versos. Yo creo que eso de la charocracia no es más que, en el mejor de los casos, un epifenómeno de una realidad de mayor hondura y, en el peor, una burla apta para sazonar una conversación entre afines; una caricatura, en suma, de un sistema estatólatra y grisáceo del que cierto tipo de figura femenina de mediana edad —cuyos rasgos concretos dejaré al arbitrio de mis agudos lectores— constituye su encarnación más precisa.

Algo menos nebuloso y de más empaque me parece, por mucho que algunos egregios desde sus púlpitos lo consideren hojarasca intelectual, lo de la corrección política, que creo yo que tiene mucho que ver con lo anterior. Llamémoslo, si lo prefieren, lo ideológicamente conforme/el pensamiento único —como propone Adriano Erreguiel— o ese matrix biempensante contra el que se rebelaban los tertulianos del memorable Platón regresa a la caverna. Pues bien, discusiones terminológicas aparte, como decía, los versos del poeta Julio Martínez Mesanza son lo contrario a todo eso; no algo meramente distinto, sino lo opuesto, lo incompatible, lo inaceptable para sus presupuestos estéticos y filosóficos.

Vayamos por partes y resumámoslo en cuatro puntos cardinales. En el norte de la corrección política, como explicaba con mucha contundencia Higinio Marín, se encuentra su naturaleza religiosa, de religión sin perdón cuyos fieles, por esa misma carencia, ostentan en su totalidad la condición de inmaculados. La sociedad woke, la inmaculada congregación de los biempensantes, tiene problemas para lidiar con la culpa, que es una herencia patriarcal y represiva, y a los fieles que se tornan pecadores —cosa inevitable, por lo demás— al no poder perdonarlos, no tiene más remedio que exiliarlos de su civilización sonriente y redentora. Frente a tanta presunta pulcritud de las conciencias, el poeta Julio Martínez Mesanza asume la culpa y la miseria del hombre, y se asquea abiertamente del pecado porque sabe que las pasiones descarriadas no conducen a la libertad, sino al vasallaje del vacío, del traje que brilla y que no cubre, de la nada. El poeta Julio Martínez Mesanza, como buen alma del mundo antiguo, sabe que hablar del hombre es casi lo mismo que hablar de límites y fracasos recurrentes, y por ello pide auxilio a María, que es para él una doncella de azules imposibles y montañas deslumbrantes, diciéndole: «sin tu mano de niña qué valemos».

Al este del Edén inmaculado, está siempre su visión utópica, su visión de la cosmópolis global hecha con escuadra y cartabón, sin humanidad ni sinuosidades. A ello el poeta Julio Martínez Mesanza opone el mito, que como decía Aquilino Duque no es sino la historia soñada o la historia contada por otros medios. El mito es la lírica y el príncipe frente al principio y la utopía. El mito es la nobleza de sus espadas y jinetes. El poeta Julio Martínez Mesanza habla de una Europa mítica que ya no parece importarle a nadie. Su Europa no es la de la ensoñación germánica, sino la de Atenas y Roma que ha bebido el licor derramado de Jerusalén. Su visión de la historia es a través del mito porque en el mito, a diferencia de en la utopía de hombres nuevos, caben los triunfos y las miserias, las dobleces del corazón. Además el poeta Julio Martínez Mesanza sabe, por decirlo en este caso con Gómez Dávila, que una sociedad ideal sería el cementerio de toda grandeza humana, y por esta razón no duda en escribir, en una de sus contrautopías, con el trasfondo de una conversación entre marinos que disertan sobre una tierra en la que «no existe la codicia y solo leyes / benignas la gobiernan», que «si existe ese país que ofende al hombre / asolaré en justicia sus dominios».

Al oeste, porque con frecuencia supone el ocaso de la vida pública de quienes se exceden en este aspecto, el control del lenguaje, los eufemismos, las palabras tabú y la neolengua. La corrección política define con claridad los límites del lenguaje porque sabe que así define los límites del mundo. Los pecados de esta religión social, que empezaron siendo motivo de incomodidades y reproches, van camino de convertirse en delitos bajo el pretexto de los discursos de odio. Los versos del poeta Julio Martínez Mesanza se moldean, en cambio, con un castellano certero que huye de las ambigüedades y llama al pan, pan, y a la torre, torre. En algún párrafo suyo, ocupándose de la guerra, mostraba su predilección por la táctica y la estrategia frente al ingenio, que es más propio de los tramposos. Su poesía, igualmente, prescinde de agudezas y se envuelve en una serena musicalidad con la que declara su desprecio por los cómplices de la censura oficiosa: «No debes escuchar a la tibieza,/ ni a su amiga triunfante, la ironía./ No vayas con quien nunca dice nada,/ ni con quien vive siempre enmascarado». Quizá su homenaje al Santo Oficio en un poema sea ya algo excesivo, pero nunca está de más su provocativa apología de los dogmas de toda la vida frente a los del pensamiento dominante, porque él, como aquellos recios españoles, no malgasta su tiempo con sofismas.

Al sur de la corrección política, o por lo menos de la Europa de la que tanto y tan distintamente hablan el poeta Julio Martínez Mesanza y los altos prelados de la clerecía cultural, España. España, como le ocurre a casi todas las viejas naciones de Occidente, es hoy vilipendiada por los biempensantes o, lo que es muchísimo más siniestro, reducida a un estado pedagógico y garante de servicios públicos. No pocas veces he oído yo proclamar, con el convencimiento de quien expresa una verdad luminosa, que la patria son los hospitales, las escuelas públicas y hasta las manifestaciones del ochoeme. La España de Mesanza, añorada y doliente como la de los noventayochistas, no es un tema habitual en su poesía, pero siempre memorable en sus apariciones. Su España es la patria de la gracia y de María, la que venció los mares y se adentró en las selvas pavorosas, la que antaño fue heroica y hoy es sierva. En la poética de Europa no dudaba en formular a las claras sus simpatías: «Mi corazón siempre estará con Hernán Cortés y con Francisco Pizarro y nunca con la Compañía de las Indias Orientales». El poeta Julio Martínez Mesanza se lamenta porque sabe que muere una patria como muere un alma, por ingratitud y olvido, y sabe que España y toda su Europa llevan décadas en una agonía dolorosa y quizá irremediable.

No sé si será posible volver a empuñar con entusiasmo las espadas, pero siempre se podrá salvar alguna torre y con ella algo de la luz del mundo. Mientras tanto, regresemos a los versos del poeta Julio Martínez Mesanza y seamos incorrectos, políticamente incorrectos, poéticamente insobornables, para así poder liberarnos unos instantes de la asfixia ideológica y respirar la dulce brisa de la irreverencia.

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