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Imagen de una playa

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Monstruos Marinos

Pero fue Steven Spielberg, el mago de nuestra generación, quien nos puso delante el monstruo de los monstruos marinos por excelencia: el tiburón

Cuando éramos chicos y veníamos al mar soñábamos con el peligro y la aventura. Las aguas nos conmovían y nos traían a la mente los avatares de las novelas ilustradas de Bruguera o de las películas de las matinales de los domingos.

¿Y si tras el horizonte aparecía un monstruo desconocido que hundía los barcos y asolaba las costas? Ese «Nautilus» que realmente era más una máquina con cierta forma de dragón marino y que recorre los males para vengarse del imperialismo británico.

Si nadábamos hasta la boya un estremecimiento nos sobrecogía esperando que saliese a flote aquel monstruo de hierro y nos capturase la tripulación de Nemo llevándonos a viajar 20.000 leguas y acabar en una misteriosa isla.

Imaginábamos el ataque de calamares gigantes que con sus tentáculos nos enredasen tratando de hacernos su comida. Más tarde, a la hora del aperitivo, nos tranquilizábamos ante un buen calamar a la plancha aderezado con ajito y perejil y, por cierto, ¡qué sabrosos sus tentáculos!

También cuando en una excursión, con la BH naranja nos alejábamos de las pacíficas aguas de nuestra bahía hasta unos altos promontorios rocosos, soñábamos con divisar desde allí a las ballenas; a aquella fabulosa y blanca Moby Dick que tan obsesivamente perseguía el capitán Ahab, en pos de venganza por haberle amputado una pierna. No me caís simpático aquel Ahab, pero sí Ismael, el protagonista, y me fascinaba, Queequeg, el arponero neozelandés con el cuerpo lleno de tatuajes maoríes. Pero desde allí y en una costa mediterránea era imposible divisar los grandes cetáceos.

Más en la mocedad acudíamos a los fondos rocosos de las calas para hacer pinitos en el submarinismo con unas gafas redondas, marca «Nemrod», unas cangrejeras en los pies, y uno palo de madera acabado en un tridente de metal oxidado. Nuestros monstruos eran allí los erizos y siempre caía alguna púa clavada en un lateral del pie o en un dedo donde luego aplicábamos yodo.

Imaginábamos entre aquellas rocas que podríamos encontrar una temible barracuda, aunque en el Mediterráneo, cuanto más nos aventurábamos a enfrentarnos en alguna oquedad con una voraz y anguiliforme morena con la que poder hacer frente con nuestro tridente, si se daba el caso.

Pero fue Steven Spielberg, el mago de nuestra generación, quien nos puso delante el monstruo de los monstruos marinos por excelencia: el tiburón.

Donde nosotros veraneábamos sí que habían visto tiburones: marrajos, tintoreras de pequeño tamaño. Pero desde que vimos esa película, cuando nadábamos hasta la boya, ya no esperábamos que saliese el «Nautilus» sino que una aleta de tiburón nos cercase en círculos concéntricos y sentíamos en el pie el roce del escualo. ¡Qué estremecimiento!

Quizás un marrajo o tiburón mako de aquellos pudiese crecer un montón y alejarsede las frías aguas de la Azohía, donde había un fondo abisal, para venir a asolar las cálidas aguas de nuestra bahía llena de bañistas, como el Amity Island de la película. Sin duda, se pondría las botas los días de fiesta con tanto dominguero y gentes con patines de agua, flotadores y neumáticos de camión, inundando la playa hasta que no cabía un alfiler. Así nosotros, los de la pandillita, como el alguacil Martin Brody y el oceanógrafo Matt Hooper, haríamos frente a la bestia marina ayudando a la guardia civil y los socorristas de la zona. Nunca se dio el caso, por supuesto. Todo emocionantes fantasías en nuestras cabezas de serrín en aquellos maravillosos años en que se cruza la línea de sombra entra la mocedad y la adolescencia.

Ahora, sin embargo, los monstruos son otros, dicen que debido al «cambio climático». Ahora los monstruos son muy chicos como ese dragón azul o Glaucus atlanticus que desprende unas toxinas terribles que absorbe de las medusas. Parece que algún «tiktoker» haciéndose un video lo ha besado y no solo se le han puesto los labios como a Carmen de Mairena, sino que los han tenido que llevar de urgencia en muy grave situación. Lo mismo se dice de la carabela portuguesa o Physalia physalis una medusa cuyos efectos neurotóxicos, citotóxicos y cardio-tóxicos producen un dolor muy intenso y ha llevado a más de uno a la muerte.

Ahora los monstruos son también los mosquitos como el «tigre» o Aedes albopictus que pica de día y de noche y transmite enfermedades como el dengue, el Zika o el chikungunya; o el mosquito Culex pipiens que transmite el virus del Nilo y te lleva al otro bario en menos que canta un gallo.

¡Válgame, Dios! Ahora los monstruos marinos son pequeños y prosaicos, pero existen de verdad, por eso si se van junto al mar, ¡por favor!, lleven extremo cuidado.

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