María Pombo
El Debate de las Ideas
María Pombo o la lectura
El éxito alcanzado en esta particular y nueva modalidad de autoempleo le ha permitido, además, crear distintos negocios
No descubro nada nuevo si digo que, en nuestras sociedades, el pringoso sesgo de la ideología impregna hasta lo más banal. María Pombo es una conocida influencer cuyo trabajo consiste en mostrar su estilo de vida en redes sociales, lo que le granjea seguidores y contratos publicitarios. El éxito alcanzado en esta particular y nueva modalidad de autoempleo le ha permitido, además, crear distintos negocios. Pombo ha aprendido con los años que cualquier declaración de corte político no juega a favor de su marca personal, por lo que suele cuidarse de la polémica. Aun así, se ha posicionado con valentía en contra del aborto, colocándose en el centro de la diana de campañas de acoso por parte de feministas y otras hierbas. No importa que no se meta en berenjenales, para sus detractores el tipo de vida más o menos conservador de la empresaria es en sí mismo un programa electoral. Y, por tanto, una amenaza.
Empecemos por lo obvio: a María Pombo le tiene ganas mucha gente. Los españoles no nos caracterizamos por ser ajenos al pecado de la envidia y ella posee, y enseña, una vida «ideal» y «acomodada». La realidad desnuda es que la fama, la belleza, el dinero y una bonita familia numerosa son suficientes para molestar ideológicamente a un sector de la población. No solemos caer en analizar la otra cara de la moneda de su «suerte»: Quizá lo abultado de su cuenta corriente no vale el sacrificio de su intimidad, ni la exposición de su prole en las distintas plataformas, o el hecho de convertirse en una especie de mercadillo ambulante, en una mujer-anuncio.
La influencer ha declarado recientemente que no le gusta leer, que hay que superar el hecho de que haya gente que no lee y que la lectura no te hace mejor persona. Probablemente, estas afirmaciones estarían destinadas a la irrelevancia de no haber sido emitidas por alguien que con su fama, belleza, dinero y bonita familia numerosa molesta ideológicamente a un sector de la población. Es conveniente, por tanto, que si se quiere discutir la idea, se haga sin María Pombo. O lo que es lo mismo: la verdad es la verdad, dígala o niéguela María Pombo o su porquero.
Ni el hábito de leer, ni los libros (leídos) amontonados en rincones inverosímiles, ni siquiera practicar el tsundoku (hábito de comprar y acumular libros sin leerlos, frecuentemente con la intención de hacerlo en algún momento) nos hace buenas personas. Ya no digo mejores. Esta certeza tiene algo que incomoda. Quizá porque parece contraintuitiva, quizá porque quien lee busca, de alguna manera, crecer.
San Agustín concluye a este respecto en sus Confesiones que el conocimiento no tiene influencia sobre las pasiones y la voluntad, ejes de la vida virtuosa. También santo Tomás de Aquino aborda la cuestión con mayor escepticismo. Según el Aquinate, ni siquiera el conocimiento del bien nos inclina a realizarlo. Las virtudes morales aristotélicas sólo se adquieren mediante la práctica y el ejercicio.
Otro santo más reciente y estudioso de la cuestión, John Henry Newman, considera que el conocimiento es una necesidad humana y que al alcanzarlo nos perfeccionamos, pero este perfeccionamiento no es de tipo moral en sentido estricto.
En una de sus cartas a Lucilio, Séneca plantea que los estudios humanistas no perfeccionan moralmente al hombre, pero sí preparan el alma para la virtud.
Llegados a este punto, enfrentamos otro tipo de debate considerado «snob» por las moscas cojoneras de las redes sociales. ¿Da igual el tipo de lectura mientras se lea? Evidentemente, no.
El catedrático de Filosofía Moral y Política José Mª Torralba explica en su libro Una educación liberal (Ediciones Encuentro, 2022), el pensamiento de Ortega y Gasset con las siguientes palabras: «A diferencia de la cultura general, que es importante pero opcional, la cultura propia de la formación humanista sería algo necesario para la vida. Sin ella las personas y las sociedades irían a la deriva, incapaces de comprenderse a sí mismas y por tanto, ejercer su libertad».
Ortega, por cierto, según suele explicar el profesor Miguel Ayuso, retiró el saludo (¡y hasta la dedicatoria de su Meditaciones sobre el Quijote!) a García Morente y a Ramiro de Maeztu por sus respectivas conversiones al catolicismo. Tenían razón nuestros santos de cabecera.
La obra de Torralba esclarece todo aquello que María Pombo siempre quiso saber pero se perdió por no leer. El autor desarrolla cómo la formación humanista adquirida a través de la lectura de los grandes libros es un requisito para poder tener sabiduría, y, con ella, visión de conjunto y capacidad para distinguir y jerarquizar elementos de la realidad. Entrenar el juicio crítico, saber qué pensaban los clásicos de las grandes cuestiones que interpelan al ser humano y comprobar, en carne propia, que lo humano es universal.
En definitiva, suscitar un interés por la búsqueda de la verdad («lo más opuesto a la verdad es la indiferencia»), desarrollar la capacidad de juzgar y prevenir casi todos los riesgos contemporáneos. Entre ellos, el adanismo o la manipulación propia de la ideologización de la existencia.
La lectura, evidentemente, también nos ayuda a adquirir vocabulario, habilidad infravalorada donde las haya. Tengo para mí que aquello que no se nombra no existe. Y eso incluye muchas de nuestras emociones y tribulaciones. Tener un vocabulario decente, más allá de «literal», «real» o «funar», contribuye a entender el mundo interior. Lo que no se sabe nombrar desasosiega hasta llevar nuestros añicos a la consulta del terapeuta.
Finalizo con un «gancho» extraído de Una educación liberal «Si la relación entre Odiseo y Penélope no tiene nada que decir al lector actual acerca del significado de eso que llamamos amor», yo ya no sé.