Ludwig Wittgenstein
El barbero del Rey de Suecia
Mejor aún que no decir nada
El filósofo Ludwig Wittgenstein (Viena, 1889-Cambridge, 1951) escribió poco y publicó menos, y casi todo de una altísima filosofía de difícil alcance. Para los amantes amateurs (valga la redundancia) de la inteligencia y de la literatura, nos dejó, desperdigados por sus manuscritos, unos aforismos finísimos y muy accesibles. G. H. von Wright los recopiló con gran tino en 1977, y Peter Winch puso un título muy apropiado a la edición inglesa: Culture and Value. Como Aforismos. Cultura y valor: la editorial Austral nos los ofrece en español en transparente traducción de Elsa Cecilia Frost y con prólogo de Javier Sádaba.
Recalca el prologuista que, según los expertos, estos aforismos no pertenecen estrictamente a su obra filosófica, y es verdad. Pero si el Tractatus Logico-Philosophicus bastó para hacerle un lugar de honor a Wittgenstein en la filosofía, estos aforismos le abren un hueco en la literatura. Lo que nos permite asomarnos a su mente prodigiosa sobre una variedad de temas que exceden los técnicos de la lógica y el lenguaje. Habla de religión, de música, de arquitectura, de literatura, de amistad, de vida interior.
Sádaba, en su prólogo, recalca la condición de Wittgenstein como pensador judío, especialmente visible en su atención al verbo, al poder creador de la palabra. Yo añadiría, ya puestos, que se encuentran trazas de la literatura sapiencial y de mi querido humor jasídico. Luego, en los aforismos religiosos, se nos aparece más cristiano, lo que tampoco deja de ser muy judío.
Aunque hay textos espesos, en líneas generales brilla «un Wittgenstein más luminoso», y así es, en parte porque hace literatura, en parte porque habla de sus gustos –como apunta el prologuista— y también porque el aforismo es un género de fogonazos. Wittgenstein se gusta y ocasionalmente carga la suerte con maestría. Pongamos un ejemplo: «Cuando llegué a casa esperaba una sorpresa y no había sorpresa alguna para mí; por lo cual, sin duda, quedé sorprendido». Es un aforismo sorprendente, que inyecta en la vida cotidiana un vaivén de columpio de estupor a estupor, pasando por las expectativas felizmente incumplidas, esto es, cumplidas.
Con todo, más que la ligereza, destaca la audacia. A veces me pierdo cuando habla (mucho) de música clásica, pero cuando lo hace de literatura me pasma la hondura de sus intuiciones. Traen a la memoria el estilo natural de la crítica de Ramón Gaya, siempre revelador. Wittgenstein es muy iconoclasta: «Cuando se leen los diálogos socráticos se tiene el sentimiento: ¡qué espantosa pérdida de tiempo! ¿Para qué estos argumentos que nada prueban y que nada aclaran?». Su lectura de Shakespeare es lúcida. No le gusta, pero porque ve a su alrededor una admiración muy bobalicona y consuetudinaria a la que se le escapa lo esencial, que él barrunta. Intuye que está fuera de la literatura, en el lenguaje y más allá. El criptocatolicismo de Shakespeare, si me permiten, es lo esencial y resulta muy interesante ver que una inteligencia tan analista como la del filósofo austriaco detecte y denuncie la ausencia de piezas clave en el puzle consabido.
Con el mismo rigor hace autocrítica. «Algunas veces sólo puede entenderse una frase si se la lee en el tempo correcto. Todas mis frases deben leerse lentamente». Confiesa que se ve hablando con una boca desdentada, como Kraus, pero sabiéndolo. Se pone una barrera casi insuperable: «En el arte es difícil decir algo que sea tan bueno como no decir nada». Pero muchos de sus aforismos superan la prueba y son mejores aún que el silencio.
Imaginen la felicidad de este «Barbero del rey de Suecia», que tiene como oficio principal recortarles los fragmentos logrados de cada libro, al dar con este aforismo: «De las frases que aquí escribo, sólo alguna que otra hará algún progreso; las otras son como el ruido de las tijeras del peluquero, que debe mantenerlas en movimiento para hacer con ellas un corte en el momento preciso». Hay otros muchos buenos, pero los aforismos que ahora siguen son cortes en el momento preciso.
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La tragedia consiste en que el árbol no se dobla, sino que se rompe. La tragedia es algo no judío.
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Cuando algo es bueno, también es divino. Extrañamente así se resume mi ética.
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Actualmente, la diferencia entre un buen arquitecto y uno malo estriba en que éste sucumbe a cualquier tentación, mientras el primero le hace frente.
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[Para un prólogo] Este libro ha sido escrito para quienes se acercan amistosamente al espíritu con el que fue escrito.
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Cuando los seres humanos encuentran fea una flor o un animal, tienen siempre la impresión de que es un producto artificial. «Parece un…». Esto arroja cierta luz sobre el significado de las palabras «feo» y «bello».
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El ser bueno con aquel a quien no agradas exige no sólo mucha bondad, sino también mucho tacto.
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El rostro es el alma del cuerpo.
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Todo artista ha sido influido por otro y muestra las huellas de esa influencia en sus obras; pero lo que importa para nosotros es sólo su personalidad. Lo que proviene de otros sólo puede ser un cascarón de huevo. El que esté ahí es algo que podemos manejar con cuidado, pero no será nuestro alimento espiritual.
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En ocasiones la gente dice que no puede juzgar tal o cual cosa porque nunca estudió filosofía. Esto es un absurdo, irritante; pues presupone que la filosofía es una ciencia cualquiera.
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Nada es tan difícil como no engañarse.
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En la carrera de filosofía gana el que puede correr más despacio. O aquel que alcanza el último la meta.
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El Antiguo Testamento visto como el cuerpo sin cabeza; el Nuevo Testamento: la cabeza; las Epístolas de los apóstoles: la corona sobre la cabeza
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La envidia es algo muy superficial.
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No se puede decir la verdad cuando no nos hemos dominado a nosotros mismos.
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En todo gran arte hay un animal SALVAJE domado.
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Un maestro que puede mostrar buenos resultados, o aun sorprendentes, durante el curso, no es por ello un buen maestro, pues es posible que lleve a sus alumnos, mientras están bajo su influencia inmediata, a una altura que no les sea natural sin hacerlos desarrollarse para esta altura, de tal modo que se derrumban de inmediato una vez que el maestro abandona la clase.
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Revolucionario será aquel que pueda revolucionarse a sí mismo.
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Cuando alguien no miente, es suficientemente original.
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Opino que cuando hay una mala economía en el Estado, esto favorece también una mala economía en las familias. El obrero siempre dispuesto a la huelga no educará a sus hijos dentro del orden.
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Quiera Dios conceder penetración al filósofo en aquello que está a la vista de todos.
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Negar la responsabilidad significa no educar a los hombres para la responsabilidad.
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Para quien sabe mucho resulta difícil no mentir.
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La grandeza de lo que alguien escribe depende de todo lo demás que escriba y haga.
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La arquitectura eterniza y sublima algo. Por eso no puede haber arquitectura cuando no hay nada que sublimar.
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Creo que es un hecho importante y curioso el que un tema musical, al ser tocado en tempi (muy) diversos, cambia su carácter. Paso de la cantidad a la cualidad.
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¿Qué sucede cuando la gente no tiene el mismo sentido del humor? No reacciona correctamente entre sí.
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Los problemas vitales son insolubles en la superficie, sólo se pueden solucionar en la profundidad.
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Sólo cuando se piensa mucho más locamente que los filósofos se pueden resolver sus problemas.
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La tradición no es algo que se pueda aprender, no es un hilo que alguien pueda tomar cuando le guste; al igual que es imposible escoger a los propios antepasados. Quien no tiene una tradición y quisiera tenerla, es como un enamorado infeliz.
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El enamorado feliz y el infeliz tienen cada uno su propio pathos.
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El humor no es un estado de ánimo, sino una visión del mundo.
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Hay reflexiones que siembran y reflexiones que cosechan.
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Es difícil saber algo y actuar como si no se supiera.
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Dios puede decirme: «Te juzgo por tu propia boca. Te has estremecido de asco ante tus propias acciones, cuando las has visto en otros.»
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Creo que para gozar de un escritor es necesario gustar también de la cultura a la que pertenece. Si ésta nos es indiferente o repugnante, la admiración se enfría.
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El sabbath no es sólo el tiempo de descanso, de receso. Deberíamos observar nuestro trabajo desde fuera, no sólo desde dentro.
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El saludo de los filósofos entre sí debería ser: «¡Date tiempo!»
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En los valles de la tontería crece para el filósofo más hierba que en las denudas cumbres de la prudencia.
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La religión cristiana es sólo para aquel que necesita una ayuda infinita.
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Una época entiende mal a otra, y una época mezquina entiende mal a todas las demás en su propia y fea manera.
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Lo que el lector también puede, déjaselo a él.