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Aunque no nos demos cuenta, en cierto sentido seguimos hablando la lengua de Aristóteles y Platón

Aunque no nos demos cuenta, en cierto sentido seguimos hablando la lengua de Aristóteles y PlatónGTRES

La ética de Aristóteles en tres versiones actuales: Nussbaum, Spaemann y MacIntyre

Su obra La fragilidad del bien marcó un hito en el pensamiento ético angloamericano a finales de la década de 1970

La definición de la Real Academia Española dice que la Ética es aquello «recto, conforme a la moral», con sinónimos como «honesto», «decoroso», «decente», «íntegro», «justo» o «puro». En la antigüedad griega, el sentido del término ethos se dirigía hacia lo que nosotros denominamos «carácter» o «modo de ser»; también, «costumbre» y, quizá con mayor amplitud, «comportamiento habitual». Cualquiera de los significados enunciados se usa hoy en día de modo indistinto y correctamente, pero en nuestro caso vamos a fijarnos especialmente en el último de los sentidos, que es el del «comportamiento habitual»: si bien es cierto que «ética» arrastra una connotación positiva, en sí mismo es un término aséptico y que por tanto sólo puede definirse por las circunstancias que lo acompañan en cada momento. Así, despojada la Ética del prejuicio positivo, podemos estudiarla como el modo de actuar de las personas en su vida cotidiana y encontrar en ella, para los tiempos actuales, un aprovechamiento adecuado.

Para cumplir este propósito vamos a fijarnos en la perspectiva aristotélica de tres reconocidos filósofos de las últimas décadas, que tienen orígenes dispares y trayectorias académicas diferentes y exitosas todas ellas. De cada uno de ellos –Alasdair MacIntyre, Martha Nussbaum y Robert Spaemann– con la base que a cada cual le proporciona Aristóteles para su pensamiento, extraemos algunas ideas.

Martha Nussbaum: un «aristotelismo liberal»

Nacida en Estados Unidos en 1947, es la única de los tres autores que vamos a mencionar que está viva. Con una preparación académica extraordinaria versada en el griego clásico y en la cultura grecolatina, su obra abarca infinidad de temas que se relacionan entre sí, buscando siempre la conexión de aspectos que, aunque aparentemente lejanos, se reúnen todos ellos en torno al ser humano. La relación entre el desarrollo de las personas y la economía, por ejemplo, es una muestra de la preocupación de Nussbaum por encontrar un sentido completo a la vida de la gente en la sociedad moderna, según un modelo ético concreto que permite definirle como una «aristotélica liberal», en el sentido de que su liberalismo es aristotélico.

Su obra La fragilidad del bien marcó un hito en el pensamiento ético angloamericano a finales de la década de 1970. Bien es cierto que Nussbaum, con posterioridad, ha seguido una evolución que la ha alejado del aristotelismo hacia el consecuencialismo, pero eso no impide asumir como provechosa su visión aristotélica de la ética contemporánea; de hecho y pese a los caminos filosóficos que emprendió años después, es ciertamente significativo que su primer libro fuera un estudio sobre De Motu Animalium de Aristóteles. En todo caso es una autora rigurosa y flexible que bebe tanto del conocimiento de la Antigüedad, así como de autores más contemporáneos sin excesivos prejuicios.

El aspecto eminentemente aristotélico de Martha Nussbaum se extrae del «método de las apariencias», donde «apariencias» es la traducción de phainomena. Esto significa, explicando a Aristóteles, que el hombre a través de lo que observa («apariciones») intenta demostrar la verdad de lo que cree sobre lo experimentado, al menos si no completamente, sí en gran medida. El problema, claro está, surge cuando las creencias no pueden mantenerse y las incoherencias perviven. Por eso Nussbaum defiende que Aristóteles pretende «salvar las apariencias», es decir, pretende salvar lo que observamos como incoherencias de modo que lo observado resulte adecuado a lo experimentado y real, y no algo teórico. Las apariencias son hechos tal cual nos aparecen, los experimentamos y los interpretamos.

Si trasponemos lo anterior y lo concretamos en el ser humano, entonces Aristóteles dirá –y Nussbaum por él– que alejarnos del «método de las apariencias» en cuanto a las personas es convertir nuestra vida en una vida distinta de la que realmente vivimos. No hay por tanto visión platónica ni «divina» del mundo, sino antropocéntrica. De esta forma, el hombre debe estar sujeto a lo que por su propia vida «aparece», cuidando especialmente de no despreciar la fragilidad ni la vulnerabilidad humanas. Por eso, es legítimo que las personas se interroguen sobre el mejor modo de vivir y la manera de alcanzar una vida lograda, lo cual se relaciona indefectiblemente con la Ética, como a continuación veremos.

Los seres humanos son distintos de otros seres vivos y entre otros aspectos diferenciadores está la razón y, derivada de ella, la posibilidad de comprender la felicidad humana y su realización o consecución, que es lo que Aristóteles llama eudaimonía. Así, esto conduce al ser humano a percibir individual y particularmente los valores, mientras que las generalidades al respecto son en realidad descripciones de lo experimentado. Aunque podría pensarse en el peligro de que esto lleve al relativismo, el argumento de Nussbaum –recogiendo a Aristóteles– es que los juicios generales que perviven se asientan solo en los buenos juicios particulares, despreciando los malos; y añade que los buenos juicios suelen ser valorados y emitidos por aquellos que se manifiestan como sabios. De aquí se deriva por tanto que puedan tener, a su vez, fuerza normativa. Todo ello es interesante porque esta visión de la construcción ética en la sociedad lleva a otros temas que se relacionan con las capacidades, las posibilidades y los modos de organizarse de la propia sociedad, también de sus gobiernos.

La persona sabia, por tanto, tiene a su alcance la mejor concepción ética posible, y la puede transmitir, porque su sabiduría es práctica y se sustenta también de modo práctico en un carácter bueno, que ha hecho suyo el afán de búsqueda de la vida humana buena según una armonía entre los valores de la amistad, la generosidad, la justicia, la igualdad y la moderación. Así, con estos principios, la actuación particular de cada momento tendrá la protección de esos valores, de manera que el obrar estará bien dirigido hacia el bien y la felicidad.

Como hemos observado, se trata de una propuesta sutil que recoge adecuadamente un modo muy aristotélico de comprender las cosas, a través de la conjunción de elementos que otros utilizan para alimentar contradicciones: donde muchos ven puros antagonismos y aporías, Aristóteles promueve una unión racional de los aspectos que fundamentan al hombre y a su desarrollo. Por eso, es imprescindible recordar que en Aristóteles la corporalidad no es ajena a la inmaterialidad, y que los sentidos de los que «físicamente» somos más conscientes trabajan junto con otros –los internos– de los cuales no solemos tener consciencia, pero existen. Tanto existen que recogen aspectos de la experiencia y de la observación que en ocasiones nos pasan conscientemente desapercibidos, y que sin embargo quedan incorporados a unas deliberaciones informadas mediante las cuales tomamos decisiones y actuamos.

Así es, por tanto, la actuación ética del hombre según estos argumentos: informada y unida a su biología; racional y sin embargo plenamente animal, influenciada por el apetito hacia lo que garantiza cubrir sus necesidades a través del ejercicio de su propia actividad. Por eso, los valores antes mencionados de generosidad, justicia, igualdad o moderación no siempre son capaces de todo en el hombre, ni le permiten inmediatamente superar las limitaciones que la animalidad trae consigo. Y, sin embargo, hay algo que permite en parte soslayar esa dificultad limitante: la propia persona que en sociedad participa, con dichos valores, en la política, en la economía o en pequeñas actividades relevantes para la comunidad, pero que sobre todo es capaz de construir lazos con otros mediante un rasgo que es sumamente distintivo en Aristóteles, como es la amistad. Para Nussbaum, esto se identifica plenamente con el modo de organización social que ella contempla, y que se encuadra en lo que ha dado en llamarse «liberalismo», con todos los matices y epítetos con los que se le quiera adornar.

Robert Spaemann: un «aristotelismo personalista»

Robert Spaemann (1927-2018) fue un filósofo alemán atravesado por los graves avatares del siglo XX, los cuales le llevaron a tomar conciencia sobre las personas y la manera en la que estas se relacionan y se tratan. Así, con esta perspectiva afrontó gran parte de su producción filosófica, convencido de que una explicación pormenorizada del modo ético de ser persona es imprescindible. Su estudio y conocimiento de Kant le orientaron en todo momento e inevitablemente hacia un «debe», que sin embargo buscó equilibrar con la filosofía de la antigüedad griega. Decir de Spaemann que su propuesta del aristotelismo es «personalista» es totalmente pertinente.

Felicidad y benevolencia es la obra de este autor a través de la cual podemos obtener una versión de la Ética de Aristóteles para los tiempos modernos. Para Spaemann, en primer lugar, la Ética se asienta en las convicciones morales que poseemos e intenta comprenderlas, de modo que exista un conjunto coherente e interno a nosotros de dichas convicciones. Cuando la coherencia no es posible, entonces la perspectiva ética puede alterarse. Este planteamiento tiende ciertamente al relativismo y en la medida en la que este domina a cualquier planteamiento propio o ajeno, lleva a un totalitarismo ético de imposible solución. Spaemann es capaz, sin embargo, de resolver lo anterior con un cambio de enfoque, de manera que el desacuerdo sobre las convicciones en la Ética lo resuelve buscando él mismo la mejor y más fundada de estas convicciones morales para cada caso. De este modo, la Ética aparece como algo eminentemente práctico, y en la antes mencionada búsqueda de la armonía entre Modernidad y Antigüedad, Spaemann plasma la recuperación plena de la eudaimonía, esto es, el logro de una vida feliz y exitosa pudiendo al mismo tiempo actuar moralmente «bien». Una de las mejores citas de nuestro autor que al respecto puede anotarse señala que «la ética filosófica occidental culmina en la idea del amor, en el sentido de benevolencia libre y racional hacia otro que se experimenta como real, y también hacia uno mismo». En otras palabras: la acción buena ayuda a construir la felicidad.

Lo que propone el autor es conjugar el imperativo moral o «debe» con la búsqueda de la felicidad y de la plenitud personal. Sugiere que ese «debe» comienza por uno mismo, pues lo primero en el «dar» no puede ser sino «darse» a otros. La existencia de uno mismo tiene sentido pleno en la relación con el otro, de modo que las obligaciones debidas a quienes interfieren en nuestras vidas incluyen necesariamente a la benevolencia; sin la benevolencia que somos capaces de desplegar es imposible adquirir para nosotros la felicidad que ansiamos. Sin felicidad para los demás, siempre sufriremos una ausencia de esta felicidad.

Si pensamos un poco más sobre lo anterior, el hilo conductor de Spaemann se vislumbra con claridad. La Ética es «personalista» porque sirve principalmente para las personas, y es «aristotélica» porque no renuncia al concebir clásico de la felicidad. Para el eudaimonismo clásico el hombre debe actuar con dominio, porque sus impulsos no construyen una vida plena por sí mismos sin que nada le dirija. En la Modernidad, las obligaciones son finalmente deberes opresivos que alejan a la persona de su propia felicidad. ¿Cómo se armoniza esto? Únicamente es posible si cada cual pone a la persona en el centro de su vida, pero no a su propia persona, sino a la del prójimo. No se trata por tanto de ser feliz sin el otro, sino con el otro. El cumplimiento «ciego» de las normas puede provocar frustración. El cumplimiento «consciente y libre» de esas normas pensando en el prójimo es el fundamento del eudaimonismo moderno, aunque sea difícil de llevar a cabo.

Ahondando en lo anterior encontramos alguna clave más para entender a este autor. Así, nos dirá Spaemann, es importante actuar con libertad cuando cumplimos con lo debido hacia otro. La libertad de poder tratar con respeto y dignidad a las otras personas y de proporcionarles lo que sea bueno para ellas solo puede reforzarnos en nuestra propia vida lograda. Ciertamente es subjetivo analizar nuestro propio actuar, y más aún considerar que nuestra generosidad es digna de premio en forma de felicidad completa; pero en esto ni Spaemann tiene la solución ni Aristóteles resuelve el problema. De hecho, el filósofo griego argumenta con razón que no podemos apreciar la felicidad humana en nosotros mismos salvo del modo subjetivo antes descrito, esto es, por lo que sentimos o padecemos cuando actuamos libremente de un modo u otro. En cambio, del modo objetivo de nuestro «ser feliz» pueden dar razón, exclusivamente, los que nos observan.

Un último apunte. En Spaemann, Aristóteles también está presente porque recoge de él la relación entre el hombre y la naturaleza, en una identificación que conduce hacia la trascendencia de la persona. Si tenemos en cuenta que Spaemann fue un autor católico, el respeto y el mutuo reconocimiento que promueve la benevolencia entre las personas parece provenir de alguna ley no escrita, pero sin duda perenne, que establece que todas las personas son «representación» de una realidad incondicionada. Como quiera que las personas asumen esta «representación», se imponen a sí mismas una obligación hacia los demás que, al cumplirla, les completa.

Alasdair MacIntyre: un «aristotelismo revolucionario»

Alasdair MacIntyre nació en Glasgow en 1929 y falleció en 2025 en Estados Unidos. Su filosofía ha creado escuela y sus discípulos se reparten esparcidos por el mundo con un éxito notable. Sagaz y capaz de diseccionar la realidad de las personas en sociedad, su vida personal explica parte de su pensamiento, enormemente influenciado por Aristóteles. Así, el más cumplido adjetivo que puede otorgarse al aristotelismo de Alasdair MacIntyre es probablemente el de «revolucionario». Fue reconocido como un filósofo de la moral, heterogéneo en su pensamiento, enriquecido con matices y cambios a lo largo de los años durante los cuales propuso una filosofía muy particular, arraigada en sus propias experiencias –en su propia narrativa vital– en lo que conoció en su juventud y en lo que comprobó en su madurez. No pudo ser ni liberal ni marxista, durante años tampoco cristiano, y siempre se juzgó a sí mismo con una crítica fuerte y exigente. Dicha exigencia es la que quiso para la Ética en la Modernidad, y la que al abrigo de Aristóteles le permitió vislumbrar una ética de lo que es, una reflexión sobre lo que puede ser, y una propuesta sobre lo que debe ser. Sus obras After Virtue (Tras la virtud), Animales racionales y dependientes y Ética en los conflictos de la modernidad permiten acercarse a su pensamiento ético.

En el recorrido de dichas obras, entre otras, se contempla su evolución: una moral explicada con las virtudes; una moral del hombre y para el hombre desarrollada con plenitud, donde la biología forma parte de su trascendencia y lo racional es también biológico; una Ética que va incorporando la metafísica, una Ética en la que la Naturaleza no está desligada del ser humano, y donde la moral no significa en sí misma nada ni sirve bien al hombre si no se observan los hechos y los aconteceres de las personas. Una Ética sin relativismo, sin la autonomía emotivista y destructora de la moral de la Modernidad.

MacIntyre descubre a Aristóteles con una actualización de su ética que nos invita a recuperar a las personas para el mundo creado, a comprender la existencia de una teleología –un fin– para el hombre y a la correcta relación de éste con lo que le rodea. La idea de una relación difuminada e imprecisa de las personas con su entorno únicamente sirve al propósito de desdibujarlas. En tal empeño, el sentido del hombre y aún más el de su humanidad, se desvanece y se confunde con otros sentidos que, en realidad, no son de suyo propios. En el hombre, es necesario mirar lo que le es propio por su naturaleza para alcanzar lo que por esa misma naturaleza le es propicio. De tal modo, mirar al hombre con el sentido que no le corresponde impide a éste alcanzar una vida lograda; Aristóteles también podría decir que floreciente y completa.

Cuando nos encontramos en ocasiones con un pensamiento instalado en la sociedad que reduce todo al puro relativismo, Aristóteles se manifiesta en MacIntyre aportando objetividad, porque el examen que el hombre puede hacer de sí mismo le permite reconocer su propia naturaleza, lo cual marca un camino en su comportamiento y en la elección del modo de hacer las cosas. Aceptar la propia naturaleza permite a cada persona desarrollarse plenamente: en el hombre el concepto de ser humano es en sí mismo fundacional, y conocerlo es tanto como comprender su teleología. En esa interioridad, en suma, hay unas pautas para la evaluación personal que son comunes a todos, y hay un ramillete de bienes internos que alcanzan a todas las personas y se despliegan individual y colectivamente, en una suerte de proceso de mutua ayuda. El desarrollo de ese proceso que hacemos personalmente y en conjunto con los que nos rodean es lo que puede llevarnos a una vida de excelencia (virtuosa), en la que los bienes internos se desarrollen al máximo con una narrativa que procede de una tradición común. De esta manera, la vida en sociedad, la tradición y la existencia de la comunidad son elementos que ayudan al bien común de la gente, pero únicamente son plenamente útiles si se unen a los bienes de los que genuinamente disponemos y en cuya cúspide situamos la libertad.

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