El filósofo alemán de origen surcoreano, Byung-Hul Han, en los Premios Princesa de Asturias
El Debate de las Ideas
Byung-Chul Han, o el escudero de las virtudes cristianas
Lo primero que llama la atención del último ensayo de Han es el hecho de que, al menos en su edición española, la Editorial Paidós haya decidido no incluir la palabra «Dios» ni una sola vez en el resumen de la contraportada
En la Carta Encíclica Dilexit nos (2024), el Papa Francisco citaba hasta en tres ocasiones a un misterioso «pensador actual» que resultó ser el filósofo surcoreano Byung-Chul Han. Han fue galardonado con el Premio Princesa de Asturias en Comunicación y Humanidades en mayo de este año. Recientemente, en la gala de entrega de premios celebrada en el Teatro Campoamor de Oviedo, el filósofo, nacido en Seúl, cargó tintas contra la Inteligencia Artificial en su discurso: «Con la Inteligencia Artificial existe el enorme riesgo de que el ser humano acabe convertido en esclavo de su propia creación. La Inteligencia Artificial puede ser empleada para manejar, controlar y manipular a las personas (...). La tecnología sin control político, la técnica sin ética, puede adoptar una forma monstruosa y esclavizar a las personas». Ello parece conectar de lleno con las palabras del Santo Padre León XIV en la Second Annual Conference on Artificial Intelligence, Ethics, and Corporate Governance: «Junto con su extraordinario potencial para beneficiar a la familia humana, el rápido desarrollo de la IA también plantea preguntas más profundas sobre el uso adecuado de dicha tecnología para generar una sociedad global más auténticamente justa y humana. En este sentido, aunque sin duda es un producto excepcional del genio humano, la IA es 'ante todo una herramienta' (Papa Francisco, Discurso en la Sesión del G7 sobre Inteligencia Artificial, 14 de junio de 2024). Por definición, las herramientas apuntan a la inteligencia humana que las creó y extraen gran parte de su fuerza ética de las intenciones de los individuos que las manejan». Se especula con que el Papa dedique su primera Encíclica a la Inteligencia Artificial. Las preguntas se hacen solas: ¿Correrá Byung-Chul Han la misma suerte? ¿Volverá a ser citado en una Carta Encíclica? ¿El Papa León XIV se fijará de nuevo en ese «pensador actual» que se ha destapado como autor católico? Sea como fuere, lo que sí sabemos es que Byung-Chul Han se ha desenmascarado del todo al publicar su última y reseñable obra: Sobre Dios. Pensar con Simone Weil (2025).
Lo primero que llama la atención del último ensayo de Han es el hecho de que, al menos en su edición española, la Editorial Paidós haya decidido no incluir la palabra «Dios» ni una sola vez en el resumen de la contraportada (tampoco en la portada del libro aparece imagen o símbolo que remita siquiera vagamente a Él, más allá de un misterioso bosque). Quizá sea esta una concesión deliberada o un guiño (aunque no lo creo) a la autora a partir de la cual reflexiona el surcoreano, esto es, la judeofrancesa Simone Weil (ya que, como es sabido, para el pueblo judío está terminantemente prohibido pronunciar el nombre de YHVH).
Lo segundo que llama quizá la atención es el monocultivo bibliográfico empleado por Han en esta obra. Claramente hay un esfuerzo deliberado porque apenas haya referencias ajenas al corpus weiliano. Autora, por cierto, de la que dice en la primera página: «Hace ya algún tiempo que Simone Weil se coló en mi interior. Se instaló en mi alma (...). En su momento, comencé una conversación interna, íntima, con ella (...). Entró en mi vida en una etapa en la que yo también estaba sintiendo esa fuerza –procedente de arriba y más poderosa que yo mismo–». Centrándose principalmente en La gravedad y la Gracia (1947); A la espera de Dios (1949); sus Cuadernos (1947), así como cartas y fragmentos de otras obras como La condición obrera (1934-1935), apenas se filtran algunas referencias profanas: Heidegger, Nietzsche, Kafka, Platón, Adorno, Benjamin, Agamben, Merleau-Ponty o Foucault; vamos, sospechosos habituales.
En relación con lo segundo, sorprende cómo le basta con incluir en su ensayo unas pocas citas bíblicas o referencias teológicas: al Libro de los Reyes, al Libro de los Números, al Evangelio de Mateo y al de Juan, a San Juan de la Cruz y a Sören Kierkegaard. Le bastan una mística judía, un teólogo protestante y un manojo de referencias católicas para regalarnos una obra profundamente inspirada por el Espíritu, demostrando que en lo pequeño se halla la grandeza.
Sobre Dios (2025) culmina su velada trilogía del «recuerdo del ser» (por oposición al «olvido del ser» heideggeriano). Si en el seno de su vida y de su obra encontrábamos tensionada la vía crítico-deconstructiva con la vía trascendente, esta última parece haber ganado la partida. Así lo veo yo, claro, pero puedo estar equivocado... En mi opinión, sus tres últimas obras: La tonalidad del pensamiento (2024), El espíritu de la esperanza (2024) y Sobre Dios. Pensar con Simone Weil (2025) constituyen una trilogía de apertura a la trascendencia, una trilogía de retorno a los Trascendentales del Ser: Verdad, Bondad y Belleza, en definitiva, de retorno al fundacionalismo filosófico.
En relación con este último punto, llama poderosamente la atención cómo en esta obra desvela esa pretensión de totalidad escondida en sus libritos cortos y lo hace no por lanzarse a sondear los límites del Todo, esto es, la figura de Dios, sino porque tras esa «pequeñez grande» o, como la he denominado, «sistematicidad fragmentaria» podemos ver, por fin, el intento del filósofo surcoreano por plantear un sistema filosófico sin ambages, mediante el que se puede leer toda su obra retrospectivamente.
¿A qué me refiero? Si convenimos que todo sistema filosófico debe incluir una Ética, una Política y una Estética, podemos decir que Byung-Chul Han se aventura por primera vez a completar tal sistema triádico. A partir de las ideas de Simone Weil, Paul Celan y Emmanuel Lévinas (curiosamente tres pensadores de origen judío), nuestro autor defiende: i) una Ética de la misericordia que, en sus palabras, «se basa en el dolor que experimentamos al ver el sufrimiento del otro»; ii) una Política de la belleza que «en lugar de guiarse por el poder, se deja llevar por el Eros» o una Política de la atención que «contrapone a la política -cuyo medio es el poder- una política de la atención» y iii) una Poética trascendente que «redime el trabajo, la vida, del vacío total de sentido, del dominio de la mera cuantía». Lo interesante de ello es que, como si de un ejercicio premeditado se tratase, nos hace esperar hasta la última página para hablarnos de tal «Poética trascendente», como si realmente estuviera cerrando su visión Ética, Política y Estética con el punto y final de su ensayo.
Este libro es un alegato en favor del ayuno; la obediencia (y no cualquier obediencia, sino obediencia al «orden divino de las cosas»); el pudor; la humildad (como «permanencia paciente en el umbral [del tránsito hacia lo trascendente]: ‘La humildad es espera’»); la gratitud; el Amor; la caridad; la Fe; la Esperanza; el gozo; la misericordia; la Gracia; la amistad (que según Weil es «un reflejo del amor divino», puesto que como apunta Han «es sobrenatural en la medida en que renuncia a apoderarse del otro»); la compasión; la Santidad; el perdón y la belleza («único atributo de Dios que se encuentra encarnado en el universo»).
Si en Loa a la tierra (2018) confesaba su catolicismo y en sus conferencias recogidas en La tonalidad del pensamiento (2024) lo ratificaba, en Sobre Dios (2025) ofrece un libro tributo a las virtudes cristianas (teologales, cardinales y derivadas), virtudes que había comenzado a defender en El espíritu de la esperanza (2024).
Pero, ¡ojo! Byung-Chul Han puede erigirse en escudero de tales virtudes sin incurrir en el voluntarismo, del que dirá: «Dios es quien busca al ser humano (...). La virtud cristiana no es una búsqueda, una acción, sino una espera y una mirada (...). Lo valioso viene a nosotros sin que tengamos que hacer ningún esfuerzo (...). Quien solo sabe esforzarse con su voluntad o con sus músculos queda expuesto a la fuerza de la gravedad. Se agota y cae al suelo. Solo la gracia nos aporta alas. Es la inactividad lo que da alas al alma. El esfuerzo de la voluntad por sí solo no nos permite alzarnos hasta el cielo». Bálsamo e invitación a la espera en Dios para quienes confunden lo uno (virtud) con lo otro (voluntarismo). Porque la Gracia nos eleva y la voluntad, siempre herida, nos hunde en nosotros mismos.