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Foto de la cubierta de Lux de Rosalía

Foto de la cubierta de Lux de Rosalía

Rosalía saca a Dios del armario

La cantante no se limita en ‘Lux’ a mostrar sus inquietudes religiosas, sino que pone en evidencia a una cultura que ha querido expulsarlo de la escena pública y encerrarlo en el territorio de las pasiones privadas

Es comprensible el desconcierto que ha provocado Rosalía con su extraordinario último disco. Las inquietudes espirituales más o menos veladas no eran inhabituales en el mundo de la cultura popular, pero el problema es que ‘Lux’ va mucho más allá: la cantante habla de su relación, y su anhelo, de un Dios personal, y de un mundo capaz de recuperar su capacidad para lo sagrado y su percepción de la gracia. Y no en uno o dos temas. La presencia de lo religioso recorre prácticamente todos de un modo u otro.

Es una apuesta fuerte la de Rosalía, que pone en evidencia la impostura de unas sociedades, las occidentales –aunque muy especialmente las europeas– que habían creído ser capaces de evacuar a Dios de la escena pública, convertido casi en un tabú que sólo cabía recluir en el armario de las pasiones privadas. Sociedades tan entregadas al materialismo y la horizontalidad de la existencia, que vivían de espaldas a cualquier trascendencia.

Hay que insistir en esta idea: la clave de 'Lux' está en el reconocimiento de una relación ascendente: «Dios desciende y yo asciendo /Nos encontramos en el medio», confiesa en 'Magnolias'. También hay espiritualidad en los cultos religiosos que divinizan la naturaleza, y todavía más, y más legítima, en aquellos que ven a Dios en el prójimo. Pero Rosalía apela a un vínculo vertical que es de otro tipo; justamente ese tipo de cosas que a menudo se echan de menos en la enseñanza concertada. No es la religiosidad de los días por la paz, ni por la justicia o por la igualdad. Es el reconocimiento esencial de que en el ser humano hay un vacío que sólo Dios puede llenar, como muy bien explicó la cantante en una de las entrevistas difundidas estos días. Es el «amarás a Dios por encima de todas las cosas».

El mérito de Rosalía es haber logrado hacer esto combinando el lenguaje de su tiempo y el de todos los tiempos. La cantante habla desde su subjetividad y su vivencia, consciente de que éste es un territorio bastante seguro en unas sociedades que idolatran la percepción personal. Lo hace, además, desde el reconocimiento de su fragilidad, e incluso de sus contradicciones –«el que tiene alma de santo, pero sigue pecando», nos dice en 'La rumba del perdón'. Ambas son dos eficaces llaves para llegar a los corazones de nuestro tiempo y abrirlos. Y lo acompaña todo como el gran arte religioso ha hecho siempre, y como dejó de hacer hace medio siglo- con un envoltorio sonoro de gran poder sensorial que arrulla, y en cierto modo arrolla, al oyente con la belleza envolvente de su voz, más versátil que nunca.

En el primer tema del disco ‘Sexo, violencia y llantas’, y nada más comenzar a sonar la música, pone las bases de lo que vendrá: «Quien pudiera vivir entre los dos / primero amar al mundo y luego amar a Dios». Y añade: «En el primero/, sexo, violencia y llantas/deportes de sangre, monedas en gargantas. / En el segundo / destellos, palomas y santas/ la gracia y el fruto y el beso de la balanza». Las llantas aluden a esa devoción por la velocidad y las motos que evidenció en su disco anterior ‘Motomami’. Mientras que las santas son todas esas mujeres místicas, de distintas confesiones, que ha estado leyendo en los últimos años y que han inspirado los textos de ‘Lux’: desde Santa Teresa de Jesús, Hildegarda de Bingen, Simone Weil, santa Olga de Kiev o Rabia al Adawiyya. Con la combinación de referencias diferentes Rosalía apela a la universalidad del anhelo de Dios.

George Harrison, el Beatle más espiritual, era dramáticamente consciente de la contradicción entre su anhelo espiritual y la existencia materialista que le permitía su vida de millonario. ‘Living in the material world’ (1973) se titula uno de sus discos más célebres. Una década después, Madonna le daría la vuelta a la idea en su ‘Material girl’, que se convirtió en reivindicación festiva de la frívola alegría consumista de los ochenta. Rosalía es también consciente de la contradicción, pero la vive con menos desgarro que el autor de ‘My sweet lord’. Y así, en la canción ‘Sauvignon blanc’ proclama: «A mi Dios escucharé, mis Jimmy Choo’s yo tiraré», en referencia a unos carísimos zapatos de tacón alto cuyos prohibitivos precios oscilan entre 800 y 4.000 euros.

«No soy una santa, pero estoy blessed (bendecida)», nos cuenta en ‘Reliquia’ con esa peculiar mezcla de idiomas en la misma frase que ya ha utilizado antes en ‘Motomami’. La cantante percibe que, a pesar de sus imperfecciones, hay algo divino en su interior que reconoce y que interpela a su corazón. «La pureza está en mí», nos explica, pese a saberse impura, como todos lo somos. Y eso la lleva a reconocer la presencia de Dios en el mundo y a proclamarla: «Se que fui hecha para divinizar /fuera de mí/dentro de mí». Divinizar aquí es ver la huella de lo sagrado dentro de uno mismo y en el mundo. Impulsar un proceso de resacralización del mundo, frente a la desacralización rampante en la que estamos y que se nos presenta como única opción.

No sólo eso, sino que en ‘Berghain’, el tema que ha dado a conocer el disco, proclama contundente: ‘La única manera de salvarnos es con intervención divina / La única (la única) en que yo me salvaré es con intervención divina”. Frente a la prepotencia de los hombres endiosados del presente, el reconocimiento de que no podemos salvarnos solos, que necesitamos ayuda.

Como mérito añadido, Rosalía elude tanto el lenguaje obvio como el excesivamente abstracto y recurre a los recursos poéticos de la mística, que ella es capaz de conectar con el lenguaje urbano tan característico de sus discos anteriores. «Todos los luceros del cielo / se reflejan en mi pelo. /Traigo mil lenguas de fuego (¿cómo qué?) /todas en mi pelo», nos explica en ‘De madrugá’ utilizando referencias bíblicas. «A través de mi cuerpo puedes ver la luz», proclama en ‘Divinize’, donde también reconoce que la luz de su cuerpo está marcada por ese vacío que nada puede llenar salvo, quizás, la fe. «Siempre tiene hambre de ti, eres el rey que la manda (…) Una ausencia que sacia, persiguiendo la gracia. /El dolor, una delicia, el divino vacío».

Rosalía resulta también muy contracultural cuando afirma en la misma canción: «privarse es la clemencia/que practica por amor. / Cada vértebra /revela un misterio. /Reza sobre mi columna/ es como un rosario». Como se ve, la artista de ‘Malamente’ va mucho más allá del recurso habitual de identificar el amor humano con el amor divino, como hicieran tantos antes. Desde el propio George Harrison (con temas como Blow away) hasta Iñigo Quintero, quien sorprendió hace tres años con ‘Si tú no estás’, una aparente canción de amor que en realidad hablaba de Dios.

Hay que insistir en que, musicalmente hablando, ‘Lux’ también combina la vieja sabiduría con la moderna. Con el persistente acompañamiento de la Orquesta Sinfónica de Londres, y el apoyo coral de la Escolanía de Montserrat, Rosalía transita por repertorios que van desde la música sinfónica a la de cámara, desde el lied a la ópera, pasando por el fado, y todo hilado con el poder evocador y unificador de su voz aflamencada. Y con colaboraciones estelares como las de Björk, Carminho, Estrella Morente o Silvia Pérez Cruz. Y con el apoyo de compositores tan relevantes como Noah Goldstein o Dylan Wiggins.

La artista ha reconocido su voluntad de reducir al mínimo la presencia de electrónica o recursos tecnológicos en favor de instrumentos clásicos. Lo que afecta también a la IA, que ha sido expresamente excluida. ‘Lux’ va también de recuperar una cierta dimensión humana perdida, que se traduce, asimismo, en los recursos musicales. Esto no significa que Rosalía vaya a renunciar a ellos en el futuro, pero sí que su intuición percibió que hablar de Dios requería otro formato. Su acierto es construir esa sensación de clasicismo y modernidad que transmite su disco, que las sonoridades clásicas se pongan al servicio de una propuesta que se percibe como netamente contemporánea. No hay arqueología aquí, sino un inteligente, y respetuoso, uso de la tradición musical para avanzar hacia otro lado.

En general ha sido valorado como una excentricidad el que ‘Lux’ esté cantado en catorce idiomas distintos, que incluyen italiano, alemán, hebreo, portugués, latín, ucraniano, árabe… Ciertamente Rosalía es una artista global y su decisión podría situarse en esa clave, pero sería un esfuerzo desproporcionado, tanto a la hora de componer como a la de interpretar, si el objetivo fuera tan sólo generar empatía en el oyente para ‘conectar’ mejor.

Es probable que haya algo más. De un modo similar a cómo los misioneros destinados a América entendieron que era necesario conocer las lenguas autóctonas para poder hablar de Dios a los indígenas en su idioma, Rosalía parece querer hacer lo mismo con su disco. De nuevo es una opción que tiene que ver con las emociones más que con la funcionalidad. Es otro modo de llegar al corazón con un mensaje delicado, comprometido y sensible.

El resultado, en cualquier caso, es que la cantante catalana ha dado un golpe de mano que ha colocado a Dios, de repente, en el centro de la conversación mundial. Como hacía mucho tiempo que no ocurría con ningún artista. Habría que remontarse al George Harrison de ‘My sweet lord’, al John Coltrane de ‘A love supreme’, o a los años cristianos de Bob Dylan para situarnos ante algo medianamente parecido. Con el valor añadido de que todos ellos lanzaron sus obras en momentos de mucha menor desolación espiritual que el actual. Si creemos que la Providencia utiliza los recursos que tiene a mano para abrirse paso en la Historia, hay pocas dudas de que ahora está usando a Rosalía. Al margen de lo heterodoxo de algunas de sus opiniones religiosas.

Que tantos pretendan situar el fenómeno que representan Rosalía y otros artistas (la película ‘Los domingos’, por ejemplo) en el territorio de la moda -quizás todo se deba, aventuran, a esa oleada conservadora que padecemos y que pasará- sólo refleja su incomprensión de dónde está la verdadera anomalía. Una anomalía que señaló muy acertadamente la escritora Ana Iris Simón en su columna para El País ‘Nietzsche ha muerto’. «Lo verdaderamente anómalo, algo insólito en todo tiempo y lugar, es una cultura popular en la que lo religioso ha desaparecido o se ha convertido en algo contra lo que crear, en algo que hay que subvertir o ignorar». Rosalía se ha rebelado contra lo insólito y nos ha demostrado que, en realidad, Dios ni estaba muerto, ni se había ido de parranda, pues siempre estuvo ahí.

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