Los días heterónomos, de Juan Bonilla
El Barbero del Rey de Suecia
Brisa (de fronda) y melancolía de Juan Bonilla
Algunos me trasladaron su extrañeza cuando vieron que intervenía Juan Bonilla (Jerez de la Frontera, 1966) hablando de Rosales en el programa del curso de la Fundación Herrera Oria sobre la literatura del Páramo. Rosales y Bonilla no comparten ideología, ciertamente, pero sí (y esto es mucho más importante para un curso de literatura) una concepción del poema.
En el libro Los días heterónomos (Vandalia, 2025, premio Hermanos Machado), se observa con claridad. Bonilla también busca esa «poesía total», abarcadora de todos los géneros literarios, que tanto interesó al último Rosales. Abundan los poemas largos —con evidente carácter narrativo— y también cierta impudicia biográfica. Bonilla (a lo Rosales) no tiene reparo en mostrar a los lectores —al fin y al cabo tan pocos y tan íntimos en poesía— sus heridas. El zarandeo sentimental está asegurado; y unas gotas de ensayo. Entre los textos más ensayísticos y/o narrativos, encontramos —hablando de compartir ideologías— un homenaje a Chesterton que no da puntada sin hilo: Mateo 19, 24. También hay una paráfrasis (a la contra) de Dante en «La secta de los viles». Es un poema que podría haber incluido Luis Rosales en su inacabado, Nueva York después de muerto.
Bonilla asume riesgos, como el de lo discursivo o prosaico, que contrarresta asumiendo contrarriesgos, como el de la rima difícil en una serie de sonetos tallados a martillazos, unamunescos. Se atreve con los tercetos encadenados, donde narra un encuentro con una prostituta. Tan total es su poesía que no quiere dejarse nada atrás, ni en lo formal ni en lo temático. Tiene, por un lado, su clásico carpe diem; y, por otro, poemas que protagonizan las nuevas tecnologías.
Tanta totalidad ¿no entorpece la unidad del libro? No. El poeta parte de la visión que concede haber escapado de una enfermedad grave. Ahora: «Por prescripción facultativa / el mundo se ha llenado / de cosas prohibidas», pero, como el cielo lavado tras una tormenta, hay una mirada nueva: «Estuve enfermo en primavera / y qué esplendor tan de repente, / todo me pareció radiante». Esto se explica en el poema-prólogo del libro, significativamente. Que está dedicado, además, a José Mateos, que ha escrito páginas temblorosas de verdad y agradecimiento gracias a la visión renovada del tránsito por una enfermedad grave. El hilo que aúna el libro de Juan Bonilla, en consecuencia, es el de un examen de vida. Hable de lo que hable: por ejemplo, en «La cadena», texto tremendo, esa cadena es a la vez literal (la de la perra) y metafórica (la de la conciencia del poeta).
El título (Los días heterónomos) hace referencia a un afán de soberanía sobre esa vida recuperada. Ahora que sabe cuánto vale y qué frágil es, no quiere ni perderla ni que se la quiten: «No somos ley de nuestro propio estar, / somos mundo sujeto al mundo, / se nos imponen ciegas, / con una fe epidural, / leyes de fuera / dictadas en despachos donde nadie nos conoce». El denominador común de los poemas líricos del carpe diem, de los ajustes de cuentas con su memoria y de su crítica política es el amor a la existencia, que tiene que ser propia. Hay un ansia por romper los moldes, incluyendo el que impone la asfixia normativa, no sólo la anestesia apreciativa.
En ese empeño total cabe lo consabido, como el viejo poema del viejo que critica a los jóvenes de hoy, aunque en el fondo sabe que los jóvenes de ahora son como los jóvenes de entonces, pero ahora los envidia. Y cabe lo extremadamente original. Véase el poema «Tecnopersona», donde el autor, haciendo búsquedas estratégicas y visitas a páginas escogidas, juega a enloquecer a los algoritmos. El viejo sueño de crear un personaje de ficción, el poeta lo consigue a base de engañar a los megadatos. Son los mismos vientos de fronda que ya habíamos detectado en su repulsa a la inflación legislativa.
Y revolviéndose, los poemas memorialísticos conllevan un esfuerzo de resistencia de la identidad. El poema de homenaje a su padre muerto, titulado «El día de regalo» es una muestra de hidalguía herida y un anhelo de continuidad doliente en el hijo, al que se convoca a realizar, cuando toque, un homenaje semejante al que el padre celebra al abuelo. La melancolía se convierte en otra resistencia.
Sir Roger Scruton aprobaría este libro tan alejado, en principio, de sus coordenadas conservadoras. Porque aquí se demuestra, como sostuvo el inglés, que todavía queda un hilo de comunicación con la trascendencia: es la belleza. La belleza entrevista de la memoria y la de la búsqueda de la felicidad. Juan Bonilla, en un poema y en todo el libro, se propone unir los puntos geográficos —que va marcando en Google Maps— donde tuvo una experiencia vital intensa. La línea quizá le dibuje a lo borgiano la imagen de su cara. Sin embargo lo que muestra «es sólo una serpiente / que ha ido creciendo y creciendo / buscando por toda la superficie del planeta / el modo de volver al paraíso». ¿«Sólo»? Los lectores vemos el camino de vuelta.
le dio aire fresco a tu madre en las tardes
mortecinas de verano y todavía
ofrece aire cuando sólo por tenerlo entre las manos
lo extiendes y sacudes para alzar
en las noches más tórridas
brisa y melancolía.
*
Despachos en los que nadie nos conoce
y en los que se deciden nuestras vidas.
*
Yo vivo de milagros, está claro.
*
Trato de usarme en todo lo que hago.
*
Milagro viene de mirar,
es bueno recordarlo si te vuelves invisible
[…] de tanto andarte por las tramas.
*
La vida era una obra de arte
hecha de carne tensa y sed de todo.
*
Me conformo con poco: lograr el día perfecto.
[…]
Dejar que el día se vaya como vino,
para cenar jerez y frutos secos.
[…]
y contemplar, poco antes de acostarte,
al niño que aún te mira en el espejo.
*
En su cuerpo, seda y roca.
*
La épica diaria de ir a comprarte fruta,
la lírica de no tratar de ser hijodeputa.
*
¿Cómo se vuelve a un sueño?
*
No tengo el alma dentro, que está fuera.
*
Así que corta la flor fresca y goza
de toda la belleza que nos roza.
*
Escuchas un adagio
y de repente en ti algo se adagia.
Ese contagio
es una magia,
candela fría
en que lo que alumbra es la poesía.
*
No darle importancia al dinero
te hace pensar en el dinero a todas horas.
*
…inventarse
un relato como quien se propone
fabricar un espejo
con los añicos
de todos los cristales
que ha roto en una vida.