Juan Soto Ivars
El Debate de las Ideas
Juan Soto Ivars: «La narrativa de género es el nacionalcatolicismo de la izquierda. Cada época tiene su oscurantismo»
El autor de ‘Esto no existe’ apunta a que la cifra de víctimas de denuncias falsas e instrumentales puede rondar el millón de personas en los veinte años de vigencia de la ley. «Y ya no se puede tapar más. Se ha desbordado. Ya está»
Su libro Esto no existe. Las denuncias falsas en violencia de género (Debate) se ha convertido en el centro de las iras del movimiento feminista y los partidos afines. Elaborado a fuego lento a lo largo de 7 años, con el apoyo de un grupo de «samuráis» que llevaban años trabajando el tema, el gran mérito de Juan Soto Ivars es haber lanzado al debate mayoritario, ‘mainstream’, un asunto que existía ya en los márgenes.
Profusamente documentado y argumentado, Esto no existe no cae en ninguna de las trampas de las que le acusan quienes presumen de no haberlo leído. No hay menosprecio a la violencia que sufren las mujeres, ni afán de minusvaloración. Sólo una actitud honesta de quien ha decidido lanzarse a la arena pública para aportar luz sobre unas víctimas a las que no se reconoce como tales y que, por tanto, sufren «doble victimización», como les gusta decir a los colectivos que arremeten contra él.
El libro reivindica también el papel de quienes vieron venir los problemas desde el principio, tanto la jueza progresista María Sanahuja como el sociólogo conservador Amando de Miguel.
Hoy no es posible saber a ciencia cierta cuántos hombres han sufrido los efectos secundarios de la Ley de Violencia de Género (Viogen), pero Soto Ivars se apoya en estimaciones de abogados, jueces y fiscales para sugerir que pueden rondar el millón en veinte años, aunque su primera reivindicación es que, por fin, las instituciones se tomen en serio el problema e investiguen.
«No soporto la mentira», responde cuando se le pregunta por las razones para meterse en el lío en el que anda envuelto. «Creo que está pasando algo gordo», afirma a la vista de los hechos y vivencias acumulados durante las últimas semanas. «Me veo en el centro de un clamor que es ya imparable».
-¿Por qué hacía falta un libro sobre las denuncias falsas en violencia intrafamiliar?
-Porque nadie había hecho antes un libro así, que lo recoja todo. No se había lanzado un tema que es de interés público por el número inmenso de afectados que hay. Las estimaciones de abogados, jueces y fiscales apuntan a que podemos hablar de alrededor de un millón de personas que han sufrido los efectos de denuncias falsas o instrumentales a lo largo de los veinte años de vigencia de la Ley Viogen, que se aprobó en el año 2004.
-Resúmame las claves que explican por qué este asunto es importante y merece ser conocido.
-Porque utilizar una herramienta de protección para hacer daño es un mal doble. Es un mal para el que sufre esa estocada, pero también para la gente a la que se buscaba proteger con esa herramienta, a la que no les han llegado los recursos. Y luego, además, es un delito público que las instituciones nos hayan ocultado el coste de esta medida durante 20 años. Me parece un fraude colosal del Estado. Que afecta al PP y PSOE.
-Explíquenos las principales consecuencias y perjuicios que padecen los denunciados en falso.
-El denunciado puede compararse con el Gregorio Samsa de La metamorfosis de Kafka: Es una persona que se ha transformado en otra cosa, y se espera de él que siga dando. Es un monstruo contemporáneo, del que hay que sentir compasión, igual que sentimos compasión por Gregorio Samsa.
-¿Y en cuanto a las consecuencias prácticas en materia de custodia, por ejemplo?
-Es una persona que pierde todos los derechos que podría conservar tras un divorcio, que es un proceso en el que siempre se pierde algo. Las dos partes pierden en un divorcio, pero este tipo de hombres lo pierde todo, y pierde lo que más suele querer, que es la relación con sus hijos. Incluso pueden perder el amor de sus hijos en casos extremos en los que la madre los vuelva contra él. O sea, que lo pierden todo. Por eso es urgente que se investigue cuántos se suicidan y es otro fraude colosal público que no se haya hecho nunca esa investigación.
-En este tiempo que tanto se precia de mimar y cuidar a todo el que parece una víctima, llama la atención el desdén hacia éstas.
-Porque no todas las víctimas son iguales para los que viven de explotar ese concepto. Más que hablar de víctimas, a mí me gusta hablar de abuso del débil. Cuando pensamos en una señora que es víctima de esto, que está con un maltratador, la vemos como una persona desvalida. Existe un gran consenso, y muy transversal, en rechazar el abuso del fuerte contra el débil.
Lo que la gente no ha sabido ver -aunque creo que muchos se están empezando a dar cuenta ahora- es que cuando aparece en escena este esbirro que se llama Estado de Derecho, mal empleado por la denuncia falsa, el débil pasa a ser ese señor. Y rompe el esquema que nos da la narrativa de género, que es la de la de los hombres contra las mujeres y dominándolas.
En términos generales, podríamos pensar que los varones son más fuertes que las mujeres físicamente, pero cuando entran ocho policías en un centro de trabajo, o en una casa particular, para llevarse a un tío que no ha hecho nada, hay que ver quién es ahora el que está ejerciendo un abuso de poder.
-En su libro explica de forma muy precisa que la ley establece unos incentivos para la denuncia que están bien si se aplican a las verdaderas víctimas, pero el problema está en que no se prevé nada que impida un uso espurio. ¿Cómo puede ser que después de 20 años no se haya tomado ninguna precaución?
-Pues eso hay que preguntárselo al Consejo General del Poder Judicial, a los jueces de sala, a los jueces de la audiencia provincial, a la Fiscalía… También a los partidos políticos, a los observatorios de igualdad y a los periodistas.
- ¿Y cuál es su hipótesis?
-Pues que les da demasiado miedo que les hagan un escrache, o que les llamen las cosas que me están llamando a mí. Pero si esos son los responsables públicos, le voy a poner comillas a la palabra «responsables». También es verdad que los jueces tienen una comisión disciplinaria y que lo que le hicieron a María Sanahuja y a Francisco Serrano fue un aviso a navegantes. Pero sobre todo a Sanahuja, que fue la primera. Era progresista, de Jueces para la Democracia, feminista y tenía todos los carnés en regla, digamos. Pero antes de que se aprobara, cuando estaba en proyecto, ya alertó de que era muy peligrosa. Y después, desde que entró en vigor, dijo lo que estaba viendo en su propio juzgado y lo que estaban diciendo jueces de toda España, que es que se habían multiplicado las denuncias falsas. Y lo dijo desde el día uno. Lo más fascinante es que lo de las denuncias espurias no ha sido un proceso gradual. Esto es una de las cosas más fascinantes. Es desde el minuto cero, desde el año 2005.
Pero la atacaron en los medios de comunicación con el mismo chantaje que le hacen a todo el mundo y ahora a mí, ese discurso de suma cero según el cual no te pueden importar dos tipos de víctimas a la vez: las mujeres maltratadas y las parejas acusadas en falso. La convirtieron en chivo expiatorio y su caso sirvió de aviso para navegantes. Desde entonces ha habido muy pocos jueces que se hayan atrevido a decir abiertamente lo que ven cada día en sala. A mí los jueces me hablan en anónimo. Pero bueno, la verdad se puede ocultar mientras no sea descomunal, pero es que esto ya tiene un tamaño descomunal.
-Esta falta de control, este desinterés por establecer mecanismos de salvaguarda que eviten los incentivos legítimos. ¿Puede responder a algún interés premeditado?
-Yo no lo sé. Lo que sí que hay son muchos intereses. Y toda una industria. Porque esta ley es muchas cosas, pero ha colocado a muchísima gente en trabajos; ha creado especialidades. Todo eso empieza en 2004 y ahora hay un reparto de fondos de un tamaño descomunal. Ahora vamos a ver cuántos intereses creados hay. Pero, en el momento actual, todavía no sé qué ha impedido que el Estado actúe para evitar que lo utilicen como esbirro que maltrata a gente, porque eso es lo que está pasando.
Lo que impide que esto ya sea directamente un crimen de lesa humanidad es el buen trabajo que hacen, en general, los jueces y la policía, que está evitando que se condene a muchos inocentes. Creo que eso es residual. El problema es que, durante el proceso, te destruyen, hasta que te absuelven o se archiva el caso.
-La Ley de Violencia de Género ¿ha funcionado como un mecanismo de sometimiento social?
-Para los jueces, sí. Y su parte propagandística sí que ha tenido un efecto de acobardamiento, porque la gente no se atrevía a decir que llueve. Eso sí que lo he visto. Gente con dos caras. Dicen una cosa en antena y otra cuando se apaga la cámara. Desde que ha salido el libro, ¿has visto que alguna asociación de jueces o fiscales haya salido a decir: «Lo que dice es verdad»? Ninguna. Me escriben en privado. Muchos están acojonados con esto. Pero yo lo veo, sobre todo, en el mundo de la justicia y la Policía. Fuera de esos ámbitos, creo que la gente ya está que no puede más; necesita hablar. Se habla muchísimo del tema.
-Que la sociedad española haya vivido 20 años de espaldas a esta realidad no habla demasiado bien de nosotros.
-Habla, sobre todo, de nuestra solidaridad. En un capítulo del libro explico que no me gustan las campañas que intentan concienciar a la gente diciéndole «Esto podría pasarte a ti». Yo creo más en compadecerse del que no se te parece y al que le pasa algo malo. Pero, claramente, hasta que no te pasa a ti, parece que la gente no se mueve. El problema es que esto ya no lo pueden frenar porque ya le ha pasado a demasiada gente.
Esto es lo que no han calculado. Agarrados a ese 0,0001 %, parece que le pasa a 16 personas al año, pero es que a lo mejor le está pasando a decenas de miles al año. La cifra final no la sabemos, pero es probable que tenga una magnitud bastante grande. Puede haber cerca de un millón de personas que hayan pasado por esto en los veinte años de vigencia de la ley. A los que hay que añadir padres, madres, hermanas y novias. Ya no se puede tapar más. Se ha desbordado. Ya está.
-Su libro va mucho más allá de las denuncias falsas y pone en evidencia toda la ‘narrativa de género’ en la que hemos estado instalados. Yo no sé si no puede ser esto segundo lo que más motiva la oposición que ha despertado tu publicación.
-No creo. Eres la primera persona que me pregunta por esa parte. Y la oposición hace gala de no leerse el libro. Me está divirtiendo esa reacción desaforada, porque cualquiera que lo haya leído sabe que no dan ni una. Se estrellan contra una pared.
-La crítica que realiza de la narrativa de género, que en realidad es una crítica del feminismo realmente existente, va mucho más allá del tema de las denuncias falsas. Es una crítica muy global, es una embestida tremenda.
-Es que nos han engañado con muchas cosas. Por poner un ejemplo: la brecha salarial. ¿Cómo es posible que se diga institucionalmente que las mujeres ganan un 20 % menos que los hombres por el mismo trabajo? Si es que Claudia Goldwin, la Premio Nobel de Economía, que es una de las que inventaron el concepto de la brecha salarial, te lo está desmontando y te dice que no es así, que no es por el mismo trabajo.
Esta narrativa está todo el rato apoyada sobre cosas que no son verdad, y sobre datos falsos, y sobre encuestas sesgadas. ¿Cómo es posible que nos estén hablando del maltrato en los jóvenes con encuestas que solo preguntan a las chicas cómo son maltratadas y a los chicos cómo maltratan? Eso es un fraude. No tiene sentido. Esto de las denuncias es el daño más evidente. Pero, para que este daño se mantenga oculto, han tenido que construir un castillo de manera que tú ya no sepas lo que es cierto. Durante la investigación me he encontrado con datos oficiales que, tras contrastarlos, descubres que son inventados. Al principio no me lo podía creer; luego ya me curé de espanto.
-¿En qué medida hoy la narrativa de género, que otros denominamos ideología de género, es un elemento político crucial para la izquierda? Porque da la sensación de que vive todavía mucho de este discurso feminista.
-Son los toros de la izquierda. O el catolicismo de la izquierda. Es un pilar, un bebedero de patos. Por eso al PSOE le asusta mucho más lo de lo de Tito Berni o lo de Salazar que cualquier otra cosa. Lo que más les asusta es violentar el voto femenino con las revelaciones de puterismo y cosas así. Pero eso es patrimonializar a las mujeres, y faltarles al respeto. Parece que el PSOE quiere que sean ovejitas que se sientan protegidas del lobo. No sé qué concepto tienen de ellas, pero, desde luego, no es el que tengo yo. No son así las mujeres que me rodean.
-Asusta un poco ver la transformación que se ha realizado en la sociedad española durante este tiempo, a través de la ley y de su influencia. Se pueden conseguir muchas cosas contrarias a la verdad y al sentido general si tienes el poder.
-Cada época tienes su oscurantismo, no es nada raro. Es que esto es el nacionalcatolicismo de la izquierda. Quiero decir que cada momento tiene su religión de Estado y a veces hay un Dios por ahí detrás, y a veces no. A veces hay un puño para arriba o cualquier cosa. Las sociedades se articulan a través de creencias. Lo que pasa es que esta creencia parte a la sociedad en dos y por eso no puede funcionar durante mucho tiempo.
-Y, sin embargo, está resistiendo bastante…
-Si esto ha funcionado mucho tiempo es porque los hombres y las mujeres en realidad nos queremos, y los conservadores también se inclinan hacia la protección de la mujer. De modo que es como que se han juntado el hambre con las ganas de comer. Se ha dado una combinación de buenas intenciones, a veces, con grandes dosis de cinismo y cálculo... Y hemos vivido los últimos 20 años sin mirar las consecuencias. Y ahora, claro, yo creo que hay gente que está levantando la cabeza y mirando alrededor con cierto miedo. Y, como se está hablando de todo esto en un nivel que ya les preocupa, estoy percibiendo el pánico. Sospecho que hay una parte en el PSOE y, sobre todo, en el PP que está empezando a tener la sensación de que la han liado. Porque los políticos piensan poco. Es una gran irresponsabilidad.
-¿Ha logrado averiguar la razón de esa extraña unanimidad política que nos ha traído hasta aquí? ¿Por qué buena parte de la derecha se ha plegado a esta visión reduccionista?
-El PP se supone que era liberal y conservador. Pero estas políticas siempre fueron iliberales. Lo del Partido Popular con esta ley -y con el último pacto de Estado, que incluye la violencia vicaria de los varones- está más allá del cinturón de Orión de la comprensión para mí. Sólo puedo entenderlo desde el cálculo errado de algún estratega que les diga no sé qué del voto femenino. Como si las mujeres fueran idiotas. O desde la cobardía de quien tiene más miedo a lo que digan de ellos en la Cadena Ser que a perder unas elecciones otra vez, o que Vox les llegue a 70 diputados, que es para lo que van. En Vox hicieron un cálculo interno, y estiman que oponerse a esta ley les había dado 2.5 millones de votos, con un porcentaje alto de voto femenino.
-Es inevitable hablar de la que se ha montado con el libro, de este intento de cancelación al que asistimos. ¿Intentan revivir un sistema de disciplina social que hoy está en entredicho?
-Sí. Es lo que les expliqué en Espejo Público a las señoras desaforadas que tenía enfrente. Les dije: ‘esto ya no os va a funcionar más’. Lo están intentando y se están estrellando.
Estoy muy contento, porque con este libro llevo 7 años, leyendo, documentándome y realizando las entrevistas. No sabía qué iban a hacer con él, pero sospechaba que le harían el vacío. Pero lo que veo es que se ha abierto la caja de Pandora. Porque ya había mucha gente contando todo esto en muchos sitios y se han publicado artículos. Pero era un tema punk, alternativo, como de las cañerías. Y eso ahora ha cambiado. Ha sonado la flauta.
Creo que el libro no hubiera tenido tanto efecto sin la entrevista en Espejo Público. Eso fue lo que abrió la caja. Ese momento catapultó el libro, porque se vio muy bien que la reacción era analfabeta y la gente se envalentonó a leerlo por la calle y empezó una especie de clamor. Lo que yo estoy sintiendo estas últimas semanas es como que voy metido en un clamor. Me escribe mucha gente, me paran por la calle, en las presentaciones se llena todo, y me habla gente a la que le ha pasado todo esto. Es ya imparable, y ahora tendrán que hacer control de daños o inventarse alguna acusación contra mí. Pero lo van a tener difícil porque me llevo bien con mis exnovias.