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24 de abril de 2024

La señora Potter no es exactamente Santa Claus

Detalle de portada de «La señora Potter no es exactamente Santa Claus» de Laura FernándezLiteratura Random House

Una gran novela hípster

Un novelón del XIX pasado por el filtro de la ultramodernidad. Adentrarse en sus páginas implica perderse en un universo amablemente absurdo, divertido y muy nevado.

La señora Potter no es exactamente Santa Claus

literatura random house / 596 págs.

La señora Potter no es exactamente Santa Claus

Laura Fernández

Es una novela que tiene algo de esas bolas de cristal con casita y nieve. Laura Fernández es una gran lectora de Philip K. Dick y al margen de otras referencias, encontramos aquí los diferentes niveles de realidad del autor de Ubik, aunque sin su pesimismo. La señora Potter no es exactamente Santa Claus es el título tanto de la novela que ahora reseñamos como del libro infantil que domina la trama. A otros lectores, les recordará más a la estética de Wes Anderson, con diálogos de los Coen más divertidos, en un contexto que muy Twin Peaks (con crimen incluido). Las tres referencias son fílmicas y extranjeras, pues se trata de un libro muy cinematográfico y muy anglosajón. Solo se me ocurre algo similar y cercano en los textos del grupo de La codorniz.
Y es que no es habitual encontrar novelas literarias actuales con un protagonista colectivo y un narrador omnisciente. Tampoco es fácil encontrar novelas de pura ficción. Y menos encontrar novelas de humor absurdo con un final feliz. Todo esto (y mucho más) hace de La señora Potter un libro original, casi insólito si no se conociera el resto de la obra de Laura Fernández.

Laura Fernández ha escrito un auténtico novelón, y con él demuestra ser una de las voces más originales, imaginativas y modernas de nuestras letras

El protagonista es el pueblo siempre nevado de Kimberly Clark Weymouth. Varias decenas de sus habitantes, y otros tantos más de otros lugares, desarrollarán una trama en el sentido textil del término, pues todas esas vidas crearán una verdadera urdimbre argumental que crecerá durante seiscientas páginas de letra apretada hasta llegar a un desenlace conjunto. Con gran destreza narrativa la historia va focalizándose en todos los personajes en un juego de perspectiva ejemplar. Un poderoso narrador irá pasándoles la voz por turnos, o será él mismo quien desarrolle la historia.
El libro habla de muchas cosas, aunque a mí me ha llamado la atención, por poco habitual, el de la relación paterno-filial. Hace poco leí que cuando se vuelve a casa de los padres por Navidad todos nos hacemos un poco adolescentes. No importa que peinemos canas (o ni eso) o que tengamos nuestra propia familia. Nuestro rol de hijo prevalece sobre el resto. En Kimberly Clark Weymouth siempre es Navidad y en sus habitantes hay muchísimos padres e hijos
Todos los progenitores son excéntricos y seres libres, todos los hijos están frustrados: unos porque se ven obligados a seguir la trayectoria de sus padres, otros porque sienten que estos no les valoran lo suficiente. Creo que la autora describe un conflicto generacional muy cercano: el de una generación «que sacó adelante a este país» que dirían algunos, con el que la sigue, que apenas puede sacarse adelante a ella misma, enredada en aficiones juveniles (Stumpy), incapaz de comprometerse (Bill), viviendo gracias a sus progenitores (Cats), con complejo de ser un mal padre (Urke) o simplemente siendo una existencia marginal (Sam). Todos estos personajes padecen síndrome de Peter Pan, pero son sus padres los que les mantienen en ese estado de viejuna adolescencia.

Un libro original, casi insólito si no se conociera el resto de la obra de Laura Fernández

Todo hay que decirlo. Aunque se trata de un libro amable y positivo, con ese toque navideño a lo Qué bello es vivir, desde el punto de vista del lector no lo es tanto. El texto está salpimentado de cursivas, mayúsculas y paréntesis de modo similar a como se escribe ahora en la web. Además, el enorme número de personajes con nombres enrevesados (todos anglosajones, todos triples como el propio nombre del pueblo) exige una gran memoria lectora para ubicarse. Ambas dificultades se van resolviendo con el paso de las páginas y encajan en el todo que es el libro, por lo que se alejan de ejercicios gratuitos de innovación narrativa. Mucho se podría decir del estilo de Fernández, yo destaco la sobresaliente adjetivación: muy original y sencilla.
Laura Fernández ha escrito un auténtico novelón, y con él demuestra ser una de las voces más originales, imaginativas y modernas de nuestras letras, y que le quedan ideas para rato. Con todo, es un libro que rompe con demasiadas tradiciones literarias por lo que no gustará a todo el mundo. De nuevo el dichoso conflicto generacional.
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