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26 de abril de 2024

La vida pequeña de González Sainz

Detalle de portada de «La vida pequeña» de González SainzAnagrama

«La vida pequeña», una micorresistencia al nihilismo contemporáneo

González Sainz firma un libro memorable. Sus páginas contienen, con voz sigilosa y bella prosa literaria, algunos de los principios de la sabiduría que pueden alejarnos de los «agujeros negros» que conducen a la estupidez y ayudarnos a recuperar la vida pequeña de los amores que perdemos

La vida pequeña de González Sainz

Anagrama / 202 págs.

La vida pequeña. El arte de la fuga

J. Á. González Sainz

Con La vida pequeña José Ángel González Sainz (Soria, 1956) inicia la trilogía, que ofrece ahora su primera parte El arte de la fuga, a la que seguirán El arte del lugar y El arte del instante. Nos adentra en el arte de la huida a la realidad, que pasa por la interioridad personal. Para quien concibe la belleza como una llamada de lo dado y como una invitación a su trato y conocimiento, todo es un reclamo: un bote de mermelada, el canto de un pájaro, los níscalos del bosque, una lectura, o cualquier cosa de ahí al lado.
Durante la situación de pandemia que le sorprendió en Soria, tras una estancia de varios años en Trieste, el autor de Ojos que no ven (2010) examina los astros en busca de agüeros. Seducido por los versos de Claudio Rodríguez, «Dónde la oportunidad del amor, / de la contemplación libre o, al menos, / de la honda tristeza, del dolor verdadero?», acierta a plantearse las preguntas adecuadas y a dar algunas respuestas verdaderas. Y, desde el silencio y el sosiego que le proporciona la ciudad castellana, ensambla 61 profundos textos fragmentarios —se encuentran a medio camino entre el apunte diarístico y poético, entre el relato y el microensayo autobiográfico—, que giran secuencialmente en torno al motivo de la fuga como necesidad del alma.

González Sainz reflexiona sobre los modos de vida, actitudes y hábitos de la sociedad en que vivimos

A lo largo de estos pequeños microcosmos González Sainz reflexiona sobre sí mismo y sobre los modos de vida, actitudes y hábitos de la sociedad en que vivimos, sobre el Zeideist dominante y sobre el lenguaje y la desaparición de lo real. Y nos invita a rastrear a fondo la vida que llevamos y, con clarividencia de alma, nos obsequia la posibilidad de tasarla a otra luz para «pasar el cedazo a lo que hacemos y a cómo lo hacemos», para redimensionar las relaciones con las personas, con las cosas y con los tiempos, para saber atinar con el auténtico valor de las cosas o con su fecundidad, para saber dar a los acontecimientos la importancia debida y para volver a graduar las distancias con el fin de poder dirimir lo que de verdad cuenta, lo que aprovecha y vale, y discernir en qué ha de consistir una vida buena: «Vivir, pues, buscar y experimentar la mejor manera de vivir, de vivir más y con más profundidad y más verdad, más moralidad, más alma, es la cuestión; y por lo tanto, plantearse si las formas y mentalidades triunfantes en la vida moderna de su época, los cálculos, ideas, hábitos y convenciones sociales que llegan hasta nosotros, son o no son los más adecuados para ello» (72).

Las cosas de menor apariencia

Partiendo de la reflexión de Albert Camus de que en las ciudades modernas, por falta de tiempo y de reflexión, «uno se ve obligado a amar sin darse cuenta», el filólogo y traductor de Claudio Magris nos invita a cultivar el asombro, a contemplar y reconsiderar «con levantamiento de espíritu las cosas altas y escondidas que no se pueden percibir enteramente con los sentidos» —siguiendo el sentir de Covarrubias— y aquellas otras «que son las más bajas y evidentes» para aprender a verlas con ojos nuevos, «con ojos iluminados», con expresión del escritor Stefan Zweig, quien en sus memorias cuenta cómo disfrutaba en sus paseos parisinos con Rainer Maria Rilke, porque este le había enseñado a reparar en cualquier pequeñez y a «encontrar un sentido en las cosas de menor apariencia».
Cuando todo es ruido y aturden las imágenes, cuando con expresión camusiana, «ya no quedan desiertos» y, sin embargo, «se siente su deseo», González Sainz, desde un «silencio más silencioso y espacioso», alza la voz para alertar de los estilos de vida e ideologías que amenazan con quitar la respiración al alma y agostarla. Asesorado por la lectura de los clásicos que le acompañan en su periplo vital (Séneca, Montaigne, Pascal, Hölderlin, Stevenson, Faulkner, Simone Weil, Peter Handke, entre otros) y bajo el lema machadiano de que «todo en esta vida es cuestión de medida, un poco más, algo menos», el autor va desgranando a través de modulaciones y registros diversos (poéticos, metafísicos, filosóficos, dramáticos, estéticos y éticos) un arte de la fuga conceptual, desde la cual va trenzando de manera ajustada sus pensamientos en torno a un eje que los vertebra: «Ningún amor verdadero empieza nunca sin su antesala de silencio y asombro».
Desde un planteamiento existencial, nos invita a huir del ruido mediático y de la invasión de imágenes que se instalan en nuestras vidas cotidianas, a alejarnos del aturdimiento y velocidad imperantes y a relegar ocupaciones y preocupaciones compulsivas que configuran nuestro ajetreo diario; así, lejos de la hojarasca y de la banalidad, nos propone mantener la tensión de la búsqueda y cultivar la capacidad de silencio para vivir «una realidad de la que estamos siendo desposeídos por el exceso de fantasmagoría y el ruidoso moscardoneo de la palabrería», pues es el silencio el que nos permite atender con respeto y amor al momento dado, contemplar la hermosura de la realidad creada y, más allá del disfrute estético y poético, descender a los detalles concretos de nuestras frágiles existencias.
La vida pequeña. El arte de la fuga es un libro memorable. Sus páginas contienen, con voz sigilosa y bella prosa literaria, algunos de los principios de la sabiduría, que pueden alejarnos de los «agujeros negros» que conducen a la estupidez y ayudarnos a recuperar la vida pequeña de los amores que perdemos porque, sin darnos cuenta, los desestimamos o los negligimos; y, como recuerda el autor que le dice Séneca a Lucilio, siempre, «la más reprensible de las pérdidas es la que se produce por negligencia».
Si lo desea, puede el lector tener entre sus manos (sin que el autor parezca que lo pretenda) un pequeño tratado contemplativo, con el que puede iniciarse (si no lo hay hecho antes) en el arte de cultivar la mirada y el despojamiento y que le puede llevar (si este es su anhelo) a reorientar su vida, vaciando los bolsillos de todo cuanto es dañino; a reparar en lo pequeño, cultivando lo que Emerson llama «lo bajo, lo común, lo cercano»; a discernir y a apreciar lo que es bueno, remodelando, si es preciso, su juicio ético y su gusto estético; a vivir y a sentir con plenitud lo dado, alejando de sí la actitud de edificar los sentimientos de lo real sobre el vacío y la oquedad, sobre lo que falta; en suma, a preservar la gratitud, mientras descubre un sentido a todo lo que acaece en su entorno, sea o no de su agrado.
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