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Asesinato en el Hotel Paradise (XI)

Si alguien puede encontrarlo, quizás le sea de ayuda

Hotel ParadiseLu Tolstova

2 de agosto, 13:00
Silvia recelaba del murmullo desesperado que se escapaba de los despachos. Una mezcla ininterrumpida de susurros, chirridos y golpeteos. La imagen que vislumbró al entrar a la oficina de los Wagner era desconcertante.
Gonzalo Dedal rebuscaba en los cajones del despacho, paranoico.
–¿Se puede saber qué haces aquí, Gon?
–Creía que Cal tenía la última… solo quería una botella… estaba seguro de que tenía una. Me prometió que después de la inauguración me daría algo y…
Gonzalo se derrumbó en la silla principal.
–Lo siento. Están siendo sido días duros y él me lo había jurado así que me figuré que estaría aquí…
Silvia optó por sosegarle
–¿Te lleva pasando desde hace mucho?
–Hacía años que no me ocurría –confesó Gonzalo–. Es este jodido hotel con el asesino suelto. ¿No ha descubierto nada?
Silvia respiró hondo.
–Estamos avanzando.
–No es suficiente.
–Debería ir a terapia. Claramente, no se encuentra bien.
Gonzalo se levantó algo malhumorado y cansado para discutir y dispuesto a largarse.
–Por cierto, ¿cómo has conseguido entrar? La única llave del despacho la tiene Ludwig y el guardia…
–La puerta estaba abierta –respondió Gonzalo sin darle más importancia y esperándola en el alféizar de la puerta.
Silvia se hizo la pregunta que al menos se había hecho cada miembro del Paradise al menos una vez en las últimas horas. ¿Dónde estaría Ludwig? Y añadió una dirigida a Gon:
–¿Piensas quedarte vigilando a una policía?
–No soy imbécil. Sé que no puede por ley registrar el despacho. ¿Qué hace ahí?
Silvia apretó los labios en una fina sonrisa. El adicto tenía razón. Por mucho que deseara hurgar entre los cajones en busca de pistas sobre el asesino o que explicaran algo de la relación de los Wagner lo tenía prohibido… cuando había un espectador esperándola.
–Tan solo vengo a comprobar unas llaves –comentó mientras se dirigía hacia el lugar que le había explicado Ángel, en lo alto de la estantería detrás del escritorio, suspendido de un colgador en forma de ‘u’.
Ahí estaban. Perfectamente colocadas en su sitio y lo suficientemente al descubierto como para que alguien las robara. Antes de reunirse con Gonzalo, se fijó en una fina grieta rebordeada escondida detrás de esa estantería. La palpó con disimulo mientras hacía que inspeccionaba de cerca un libro de finanzas. Comprobó que era una fina lámina que recubría un sobre introducido en la pared.
–Gon, ¿el que se escucha de fondo es Ludwig?
–Eh… –Gonzalo giró la cabeza escrudiñando el final del pasillo en los escasos segundos que la inspectora aprovechó para introducir el sobre en su bolsillo trasero del vaquero ajustado.
Camufló una victoriosa sonrisa. Examinaría el contenido más tarde. Por lo pronto, debía interrogar a Fernando Manzanares con el objetivo de indagar en el negocio del Paradise y el opaco trapicheo que de seguro se hallaba detrás de las facturas oficiales.
–¿Por casualidad no necesitará una ayuda civil de alguna forma? –preguntó Gonzalo en cuanto la inspectora hubo atravesado la puerta.
Silvia no pudo más que reír al caradura.
–¿Tienes experiencia en casos policiales?
–Tengo experiencia con los imbéciles. Así que, si alguien puede encontrarlo, quizás le sea de ayuda antes de ser yo el siguiente.