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Asesinato en el Hotel Paradise (XIX)

Si Calisto Wagner quiso esconder el documento seguirá en el Paradise

Ilustración de Asesinato en el Hotel Paradise (XIX)Lu Tolstova

2 de agosto, 19:10
Sus labios eran suaves. Hacía mucho tiempo que no experimentaba la vorágine explosiva que le cosquilleaba por las venas. Tras un beso dulce y largo ambos se separaron y Óscar concluyó el amago de sonrisa. Sintió la sangre hervirle detrás de las orejas. Carraspeó.
–Tenemos que ir al despacho de Wagner.
Floren puso los ojos en blanco, pero le siguió el juego.
–Si el documento estuviera allí, ¿no crees que Ludwig se hubiera hecho con él?
–Si fuera así probablemente se ahorraría tener a Fernando Manzanares un día más en el hotel. Creo que esa es la razón por la que ha estado desaparecido. Cal era muy dado a tener escondrijos donde más a la vista estuviera … Quizás Ludwig haya estado hablando con algún abogado o puede que esté mirando en algún otro sitio que no sea aquí…
Floren reconoció la expresión de Óscar.
–Pero tú no piensas eso, ¿me equivoco?
–Sé que si Calisto Wagner quiso esconder el documento hasta que se reuniera con Fernando seguirá en el Paradise.
Ambos acordaron verse al día siguiente para conseguir entrar en el despacho de Wagner. Óscar tenía la seguridad de que, si alguien podía encontrar el sitio secreto de Calisto, ese era él. En la universidad le había enseñado decenas de escondites dentro del propio recinto, en su piso de su estudiante, en su propia mochila. Conocía la mente de Wagner… al menos una parte de ella antes de que se topara con Fernando Manzanares. Tras despedir a Floren, con otro beso en la puerta de la entrada, esta se dirigió agotada a su habitación.
Óscar se dio una ducha de agua fría, pero antes de enfundarse con el pijama, se percató de que no había cenado absolutamente nada. Se cambió rápidamente rezando por encontrar las cocinas abiertas. Con suerte, María, la cocinera, había dejado algún bollo por ahí que poder echarse al estómago.
En el camino estuvo tentado a pasar por el despacho de Wagner, quizás volvía a encontrarlo abierto… Aprovechó el silencio de los pasillos.
Tenía que reconocer que, aunque apenas eran los primeros días del Paradise, el volumen de huéspedes era significantemente menor que el esperado. La primera planta, donde se hallaban casi todos alojados, no estaba completa, y salvo algunas suites de la séptima y la octava algunas quedaban vacías. No obstante, dadas las circunstancias era lo mínimo que podía suceder. Aún estaban casi intactas las reservas de mediados y finales de agosto y septiembre quedaba impune por ahora.
Se sacudió las ideas de la cabeza sin entender cómo podía pensar en algo así cuando el asesino de Cal seguía suelto por ahí. Tuvo un escalofrío.
Se acercó al despacho de Wagner y giró la manivela. Empujó un poco la puerta. Nada.
Entonces volvió a su mente el beso de apenas hora hacia atrás. ¿Podía estar enamorándose por primera vez desde hacía años? Aún no entendía cómo Floren se había convertido en un imán para él.
Y andaba en ese pensamiento, cuando las notas agudas de un grito agudizaron los sentidos de Óscar. Todo en su interior se removió con la peor de las sospechas.
Conocía perfectamente aquella voz.
Echó a correr como si le fuera la vida en ello, rezando por no confirmar sus temores. «No, no, no, ahora no».
Llegó desbocado y sin aliento a la habitación 123. Floren estaba de pie con las manos en la boca y lágrimas en los ojos.
–¡¿Estás bien?! –preguntó un alterado Óscar. Esta lloraba y señalaba hacia dentro de la habitación.
Óscar se giró y la visión le dejó helado.
Era aterrador. Ojos blancos desorbitados, espuma por la boca y músculos y articulaciones dobladas. No cabía duda de su estado. Estaba muerto.
–Gon.