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Portada de «Poética del monasterio» de Armando PegoEncuentro

'Poética del monasterio': la alegre peregrinación de un exiliado en ruta hacia la libertad en Dios

Humanismo clásico de maestro, silencio inteligente de monje, y compañía afectuosa de esposo y padre: claves para vivir hoy el contemptus mundi y huir del páramo en que se ha convertido la Modernidad

Si usted piensa que los modelos educativos de los últimos treinta años son idóneos, que la civilización occidental se halla en una fase cimera, y que la Iglesia protagoniza una esplendorosa primavera en todos sus órdenes, este no es, desde luego, un libro que le vaya a corroborar sus ideas.
Y si, por el contrario, usted está firmemente convencido de que hay que borrar —aplicando una férrea damnatio memoriae— todo cuanto haya sucedido durante las décadas precedentes —para retornar a un pasado ideal, con olor a cera limpia y capillas neogóticas en que predica un sacerdote con sotana y bonete—, tampoco se sentirá cómodo leyendo este libro. Porque lo que nos presenta el profesor Pego Puigbó es la —eso parece— culminación de su obra más singular, que empezó con la Trilogía güelfa (2014–2016), y continuó con El peregrino absoluto (2020). Una construcción personal de la vocación cristiana en su plena autenticidad.

encuentro / 266 págs.

Poética del monasterio

Armando Pego

El pensamiento de Armando Pego cabe definirse como teocéntrico y como orgánico. Su perspectiva es más literaria que escolástica, más práctica que teórica, más histórica que sistemática. Prefiere la vida tal cual es, no las etiquetas en que los estructuralistas han querido troquelarnos. Las páginas que dedica a explicar la frondosa personalidad de Odiseo son un ejemplo elocuente de su humanismo. Pego sabe que Odiseo es un coetáneo, no ya «nuestro» en abstracto, sino «mío» y de manera muy concreta. Sus consideraciones en torno a la educación clásica y humanística —basada en nutrir las potencias del alma: memoria, entendimiento, voluntad— desentrañan por qué Odiseo no es un mero y lejano aventurero y rey pirata. Es, como dice citando a Jacinto y Pilar Choza, un arquetipo de lo humano. Por eso está repleto de escotillones. Y ahí la raíz más honda del humanismo: conocer al hombre —imagen de Dios— permite conocer a Dios, su Creador.
Porque Pego sabe y muestra que la tradición no es una colección de piezas en formol que se exhiben en un museo; la tradición es la urdimbre de la que formamos parte, para estar en la historia, para vivir hoy, para entendernos ahora. Pego denuncia el hiato, la tabula rasa que se ha impuesto en Occidente durante las últimas generaciones. Una tragedia que afecta de igual modo a la Iglesia, herida por la tensión entre «la renovación litúrgica y la continuidad ininterrumpida de la tradición católica». Pues «nuestra esperanza escatológica no fue inspirada en el Réquiem de Mozart, sino que se alimentó de escuchar Blowin’ in the wind de Bob Dylan (‘Saber que vendrás, saber que estarás…’)». En este sentido, sus observaciones sobre el matrimonio y el sacerdocio resultan de una luminosidad que contrasta con el ruido en que vivimos. Brilla José, el esposo silente de María, el cariñoso artesano que escucha a Dios y lo obedece sin chistar.
Sin embargo, este libro no es una de tantas quejas. En primer lugar, porque su análisis proporciona otras coordenadas. Pego rescata los grandes temas —esos que tenían claros los Padres y los intelectuales de la Edad Media, y Teresa y cuantos sabios han sido en este mundo—, y advierte —como aquel esclavo que, en el carro triunfal, susurraba al general romano: «Recuerda que sólo eres un hombre»— que la Caída sigue existiendo, y que marca nuestras vidas. Nos explica por qué Dios y el padre son baluartes de la libertad humana, sobre todo, hoy, cuando el Estado todo lo ahoga y subyuga. Un Estado que amputa la memoria personal de los estudiantes, al tiempo que les exige una «memoria colectiva». Pego Puigbó apunta como claves de la crisis de Occidente y de la Iglesia —aparte de los nuevos modelos educativos— el destierro de trilogías esenciales, empezando por la que constituyen el maestro, el padre, el monje. Que tienen su correspondencia en sendos espacios naturales.
La opción de Pego por Dios, la oración, la lectura, el silencio, la fuga mundi —¿el desierto es el lugar al que exiliarse, o es el yermo de la Modernidad en que vivimos?— conduce a un entorno o actitud que llama monasterio, y donde debe habitar todo cristiano, sea laico, clérigo o consagrado. La poética y el monasterio son formas de residir en este mundo que es sólo una etapa de paso hacia la Morada Definitiva. El monasterio no se define por ser un lugar cómodo, apartado, simpático; es un ámbito de libertad y de sinceramiento con Dios en medio de esta peregrinación que es la vida en la tierra mortal, afecta por la Caída. Para invitarnos a esta celda donde rompemos las cadenas del mundo, Pego nos dispone un recorrido siguiendo la Liturgia de las Horas, pero sin semblante circunspecto y grave. Como el superhombre de Nietzsche que Pego no quiere ser —au contraire, el santo es un contemplativo que agradece la Redención—, Pego sabe reír. No olvidemos que los monasterios —ora et labora— han sido excelsos lagares.