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Platón

PlatónDetalle de La escuela de Atenas. Rafael Sanzio. Museos Vaticanos

'Carta VII': por qué la política entusiasma y desilusiona a los bienintencionados

Texto autobiográfico de Platón en que habla de sus viajes a Sicilia, sus proyectos políticos, su filosofía y una atmósfera de su tiempo que sigue sonando familiar hoy

La relación entre filosofía y política es muy antigua. Aunque se reformula en cada época, suele haber una atracción mutua. El filósofo cree que sus geniales ideas son el bálsamo que necesita la humanidad para el buen gobierno; y el político piensa que, contratando a «sabios y expertos», su gestión será excelsa, o eso creerán los votantes. Así, el rey Salomón pidió a Dios docilidad de corazón para poder juzgar a su pueblo y discernir lo bueno de lo malo. Según leemos en los textos bíblicos, se condujo de manera sabia y prudente, hasta que el hombre se dejó por deslumbrar por el lujo, el dinero y otras pasiones abundantes en la política. Retrato complementario es el que la historiografía se ha empeñado en trasladarnos acerca del «emperador filósofo» Marco Aurelio. La Edad Media contiene nutridos ejemplos de esta aspiración, mientras que la Modernidad ha optado por déspotas que se acompañan de intelectuales. Teniendo en cuenta esta perspectiva, la lectura de la Carta VII de Platón resulta de gran utilidad. Sobre todo, porque, de entre las epístolas cuya autoría se hubo adjudicado a este filósofo, parece ser que la única no espuria es, precisamente, la numerada como VII.

Cubierta de Carta VII

traducido por Miguel Herrero de Jáuregui
​KRK Ediciones (2024). 112 páginas

Carta VII

Platón

En esta carta, Platón nos ofrece una copiosa serie de datos acerca de su vida. En concreto, de sus viajes a Sicilia: por qué, cuándo, en qué circunstancias. Lo va explicando, a propósito de responder a una misiva de los familiares de su amigo Dion, que había fallecido. Platón expone también parte de su pensamiento: desde lo más relativo a la política, hasta su convencimiento de que el alma humana es inmortal y paga por sus pecados tras la muerte, o de que es mejor padecer la injusticia que cometerla. Al mismo tiempo, nos habla de los gobernantes sículos, de las diferencias y similitudes entre aquella isla helenizada y su Atenas natal, y, por supuesto, de los distintos momentos en que se entusiasmó, y luego se desilusionó, con la política.

Gran parte de la lectura de estas páginas nos sitúa en el presente: las intrigas del poder, las trampas que se urden con habilidad, la hipocresía y la traición, la inevitable degeneración que conlleva el ansia de dominio y de riquezas, las adulaciones que rodean siempre al gobernante… Hay pasajes en que critica con encono lo que hoy llamaríamos materialismo y consumismo, y que él denomina como entrega a los placeres y la molicie. La receta de Platón la seguimos oyendo hoy: frente a la corrupción, él propugna la virtud, la moderación, el cultivo de la mente y la honestidad. Aunque suena ingenuo, es cierto que el fundador de la Academia incorpora más: la amistad franca, que es lo que permite que un gobernante pueda contar con adecuados colaboradores. En este sentido, conviene atender a los matices, pues Platón no es tanto partidario de la democracia, como de la igualdad ante la ley.

Un detalle relevante, al leer esta Carta, consiste en comprender qué entiende Platón por «filosofía», que poco o nada tiene que ver con las actuales ideologías o con los consejos que los gurús y spin doctors dispensan a nuestros políticos. En Platón, debemos entender que la filosofía es la actitud que lleva a conocer la realidad en su esencia y actuar de manera congruente. Lo cual se opone a mentalidades tan extendidas en su época y la nuestra, como el pensamiento mágico, la sofística, el oportunismo, la falta de criterio –no saber por dónde sopla el aire y funcionar según las modas, las conveniencias, el qué dirán, como una veleta…– o el voto sectario y emocional.

Aunque es obvia la parcialidad del autor, el texto resulta más diáfano de lo que cabría esperarse, y por eso nos sirve para entender su tiempo y el nuestro. Asimismo, quienes han leído poco a Platón, hallarán aquí una oportunidad para familiarizarse con su obra, pues encontramos algunos toques de los diálogos, una fluidez expositiva y una variedad armónica de tonos y referencias que justifican el elogio que siempre ha merecido su estilo. Por otra parte, la traducción de Miguel Herrero de Jáuregui (catedrático de Griego en la Universidad Complutense de Madrid) está bien pulida y sabe ser fiel al original sin caer en acartonamientos ni tampoco en banales formas de «modernizarse»; además, se acompaña de oportunas notas explicativas al pie. Otrosí: el formato, tipografía y edición de KRK son exquisitos y agradables. Una pequeña joyita que cabe en un hueco de cualquier biblioteca personal.

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