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La escritora búlgara, Eminé Sadk

La escritora búlgara, Eminé Sadk

Entrevista a la autora de Caravana para cuervos

Eminé Sadk: «La persecución de los turcos fue parte del revanchismo histórico del que se aprovechó la URSS»

La escritora búlgara acaba de presentar en España Caravana para cuervos, un manuscrito con el que ganó un concurso literario y se convirtió en su primera novela

Si algo tenemos en común los españoles y los búlgaros es que, en general, apenas sabemos nada los unos de los otros.

Así me lo hace saber la escritora Eminé Sadk (Dúlovo, 1996), que esta semana aterrizó por primera vez en España, «una región, en general, poco conocida en Bulgaria», para celebrar que su primera novela acaba de traducirse a nuestro idioma.

Caravana para Cuervos (Editorial Automática) fue su debut literario. Sadk la escribió con tan solo 23 años, cuando todavía estudiaba el cuarto curso de Relaciones Públicas en la Universidad de Veliko Tárnovo.

Eminé vive al noroeste de Bulgaria, en un pequeño enclave, Ludogorie, que podría considerarse como punto de encuentro entre Oriente y Occidente.

Es una «región aislada que, a día de hoy, permanece aislada para el propio país», donde confluye una amalgama de culturas e identidades.

Búlgaros, turcos, judíos y gitanos romaníes tratan de convivir a pesar de las adversidades. Sadk, búlgara de raíces turcas, plasma a través de sus personajes —entrelazados al más puro estilo de su coterráneo Yordán Radíchkov— la represión a la que fueron sometidos desde la caída del imperio otomano y durante la etapa socialista.

Con esta novela que rezuma tradición, historia y política, consigue algo poco, o nada, habitual en la literatura contemporánea, hacer uso de lo actual, pero convenciendo al lector de que está leyendo todo un clásico.

Lo hace a través del profesor de Geografía Nikolay Todorov, un personaje que recuerda a los resentidos funcionarios de Dostoyevski.

Eminé Sadk destila esa dureza que ella atribuye a los balcánicos y escucharla hablar en búlgaro termina de darle a la situación el toque de aspereza. Cuando habla la observo y asiento, como si entendiera, mientras espero la ayuda de su traductora, María Vútova.

Aquí cuando hablamos de esas zonas rurales pequeñas como Ludogorie, que describes en la novela, hablamos de la España vaciada. ¿Cómo las llamáis en Bulgaria?

— En Bulgaria hay un montón de niños a los que sus padres dejaron porque tenían que irse al extranjero a trabajar. Los dejaban al cuidado de sus abuelos o de sus tíos. Entonces, tanto yo, como una serie de activistas que queremos conseguir que el resto del país mire hacia esta región, utilizamos el término de dejada, la Bulgaria dejada; por esos niños no abandonados pero sí dejados al cuidado de otros.

— ¿Cómo es Ludogorie, o Deliormán, en turco?

— Es una región que reúne a un montón de etnias distintas, turcos, búlgaros, romaníes, armenios, judíos... como los vestigios de un antiguo imperio que se quedó ahí, como una región aislada y que permanece aislada a día de hoy para el propio país. Cuando te paseas por ahí, por los pueblos de la zona, tienes la sensación de un ritmo del tiempo vetusto, un ritmo antiguo, lejos de esa velocidad de la ciudad moderna, lejos de esa urgencia por llegar a las 17 horas a algún lado. Y todo el mundo subordina su vida a ese ritmo del tiempo antiguo.

¿Crees que ese ritmo que trasladas a las páginas de Caravana de Cuervos ha ayudado a darle ese toque clásico que te hace olvidar de que esto es una obra contemporánea?

— Ese ritmo influye en la forma en la que el hombre está relacionado con su lugar, en cómo es parte de su lugar y no del tiempo; aunque a día de hoy parece que somos parte del tiempo y no del sitio. Eso me ha influido a la hora de escribir y de ver el mundo.

Nikolay Todorov, sumergido en ese eres parte del tiempo, abandona la ciudad para irse al campo a formar parte del lugar, ¿Qué representa este profesor?

— Es un prototipo de mis amigos que nacieron en la década de los 70, que tenían unos 20 años cuando cayó el muro de Berlín, que imaginaban o vislumbraban un poco a través de las grietas del muro y ese nuevo mundo y nuevos vientos que venían de lo que había más allá. Pero, también tenían una sensación de la revolución que nunca llegó, porque jamás pudieron ver ese mundo que imaginaban, porque ese muro realmente era mucho más grueso de lo que pensaban. Así que, al final, ellos acabaron construyendo un muro alrededor de sí mismos y se encerraron, como Todorov, y fue cuando empezaron a sentir ese ritmo del tiempo anticuado.

Que, por otro lado, es un personaje que recuerda bastante al personaje del funcionario que utiliza Dostoyevski en alguna de sus novelas...

— Creo que cada siglo tienen sus personajes resentidos en literatura. Independientemente de que en la literatura búlgara no existe una tradición larga de novela que describa ese tipo de personaje, están ahí.

Además del cambio que parece que nunca llegó a Bulgaria, ¿Qué más ha resentido Todorov?

— Está decepcionado porque, cuando eres joven, tienes unas expectativas y, de repente, ves que nada es como crees. Ese muro, que resulta mucho más difícil de derribar o, en los años 90, todas esas organizaciones criminales que nacieron en Bulgaria, esos grupúsculos mafiosos que empezaron como grupos de seguridad y terminaron extorsionando a la gente.

¿Cómo evolucionaron esas mafias?

— Son el crimen organizado. Empezaron, como empresas de seguridad, controlando cada uno de los niveles de la vida personal y social de los búlgaros y se convirtieron en una red de crimen que llegó hasta la política. Cada partido tiene su correspondiente pequeño grupo mafioso y, de esa forma, consiguen ganar votos. En Bulgaria el voto se compra, se vende o te obligan a votar a determinado partido.

¿Intentaron ocupar el vacío político que dejó la caída de la Unión Soviética?

— Sí, es una democracia pero controlada grupos mafiosos. Pero, el socialismo también era un régimen criminal que perseguía y mataba y mandaba a campos de concentración a la gente. De hecho, la democracia sacó eso a la luz. Los crímenes que se cometían y que se siguen cometiendo a través de esas redes. Pero, se les han quitado las caretas que el régimen socialista les había puesto. Y, a día de hoy, los políticos de la democracia se aprovechan de ese sistema. Además, la situación política es una sensación de un cambio que nunca llega, como una rueda dando vueltas al vacío en el barro.

Precisamente, en Caravana de cuervos, hablas de eso, de la persecución del comunismo a las minorías...

— No fui consciente de que había existido hasta que me encontré un cuaderno de notas de mi padre en el que había escrito su nombre en turco encima del nombre búlgaro que le habían obligado a adoptar. Con un bolígrafo rojo había tachado todas las veces que aparecía su nombre en búlgaro. Entonces me di cuenta de que en mi familia había existido una especie de resistencia a nivel cotidiano. Empezamos a hablar de ello, sabía que era una herida, porque yo lo sentí así cuando iba al colegio. En los libros de texto siempre había un turco malo que hacía daño a los búlgaros.

Los turcos durante mucho tiempo fueron el otro, oprimidos de diferentes formas, fue una especie de revanchismo histórico del que se aprovechó la Unión Soviética. A día de hoy ya no es así, porque ha habido algún fenómeno, como el de las telenovelas turcas que nos ha beneficiado. Ahora los búlgaros van a Turquía de turismo, de compras, incluso se permite viajar solo con identificación, sin necesidad de visado. Se ha creado una especie de zona Schengen entre Bulgaría y Turquía.

Pero, siguen sin veros como búlgaros...

— No tenemos nada que ver con los turcos de Turquía, ellos pasaron por unos procesos históricos y lingüísticos completamente diferente. Somos búlgaros, no podemos ser otra cosa que búlgaros. Pero, muchas veces no lo entienden.

Mi madre es peluquera y una clienta de hace 20 años le dijo una vez que había ido a Turquía y que no «sois tan malos». Cuando mi madre me contó esa historia me la contó llorando y yo empecé a reírme y le dije, bueno, tú te enfadas con esa mujer porque no sabe distinguir entre turcos y búlgaros de la misma manera que tú no eres capaz de diferenciar Turquía de Bulgaria.

Y ¿Cómo ha afectado a las minorías de las comunidades de raíces turcas?

— Sigue habiendo muchas pequeñas sociedades muy conservadoras porque creen que para defender tu identidad debes ser así. Esto fue parte de un proceso muy largo. Para que se entienda. Después de la liberación del dominio otomano, empezó en Bulgaria un proceso de destrucción masiva de mezquitas. Después se buscó ensalzar la idea nacional del búlgaro por encima de los demás, con el cambio de los nombres, también de los topónimos. Por ejemplo, en esta zona, la de Deliormán, se les pusieron nombres de las canes (oblasti) búlgaras. Con el socialismo se inició la primavera búlgara, un proceso por el que se clausuró todo lo relacionado con lo turco y se intentó poner a su población bajo esa idea nacional búlgara. Cuanto más ahínco ponía el estado socialista, más oposición encontraba en los habitantes de raíces turcas por permanecer y conservarse. Fue todo un proceso.

El escritor bosnio, Damir Ovcina, cree que existe una percepción de los balcánicos como de que estáis locos, que no podéis vivir juntos, ¿coincides con él?

— Voy a responder con algo que forma parte de la cultura pop. Angelina Jolie hizo una película que se llama En tierra de miel y sangre, porque hizo una traducción de Balkan —que significa sitio alto, montaña— separando Bal, miel, y Kan, sangre. La cultura pop ha sido fruto de muchas canciones u obras que crean nuevas etimologías. Pero, es un hecho que nosotros, en los Balcanes, siempre hemos vivido juntos, nunca hemos estado separados. Es cierto que somos gente áspera y dura, pero con las nuevas generaciones cada vez estamos más juntos, valoramos nuestra historia común y nos perdonamos todo lo que ha ocurrido. Y, volviendo a esa etimología nueva de balkan, de la sangre y la miel, la sangre ya ha sido vertida, ahora vamos a pasar a la época de la miel.

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