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21 de mayo de 2024

La joven violinista María Dueñas

La joven violinista María Dueñas

María Dueñas, el público aclama al mayor talento musical de España

La violinista granadina de 20 años, Premio Princesa de Gerona de Las Artes, cautiva a todos con su flamígera versión del Concierto en re mayor de Brahms junto a la Orquesta de la RTVE

No todo lo que sucede en España es siempre malo o negativo. Pese a nuestra inveterada tendencia a la flagelación, entre las sombras del acontecer cotidiano a veces también se pueden percibir algunas señales luminosas. En la música, por ejemplo, aún quedan muchas cosas por hacer (sobre todo en el ámbito de la educación), pero en estas últimas tres décadas se han dado algunos pasos de gigante para superar la brecha histórica con los vecinos del norte.
El país ha logrado dotarse durante este tiempo de unas excelentes infraestructuras musicales, con auditorios y teatros de primera fila repartidos por toda nuestra geografía que han contribuido a que ya no solo Madrid o Barcelona alberguen óperas y conciertos de una calidad que supera lo simplemente digno, en ocasiones logran apuntar sin complejos a lo excepcional. En eso mismo que con cierto desdén se denomina a menudo «provincias», o la «periferia», han surgido además agrupaciones orquestales (sinfónicas y de cámara) que podrían medirse con algunas de las mejores, de nivel medio, del continente. No, todavía no hay ninguna equiparable a las filarmónicas de Berlín o Viena, o a la del Concertgebouw de Amsterdam, es cierto, ni un conjunto que suene en el foso como la orquesta muniquesa de la Ópera de Baviera, pero entre eso y lo que había antes se ha logrado pasar del paleolítico a la modernidad apenas en un suspiro.

Nuevos talentos

Un logro de toda la sociedad, consecuencia de muchos esfuerzos colectivos, que resulta esperanzador porque ilumina el camino que podría llegar a emprenderse en otros terrenos, y una de cuyas consecuencias más loables es la reciente eclosión de jóvenes talentos que han encontrado en la música no solo un empleo, con todo lo que ello supone, sino el camino para canalizar sus inquietudes más íntimas que a veces alcanzan a expresarse través del Arte. En ese caudal, cada día más anchuroso, se encuentran cantantes, músicos de orquesta y solistas, compositores, directores de orquesta, …
Esta misma semana, un tenor donostiarra de 28 años, Xabier Anduaga, ha debutado en el Metropolitan de Nueva York en una presentación que el propio teatro publicitaba como «muy esperada». El suyo ha sido un triunfo de enorme resonancia por haberse producido en una de las mecas musicales. Pero quizá en el ámbito de la lírica, por lo bien servida que ha estado durante los siglos de voces ibéricas, este hito no sorprenda tanto: el hoy injustamente denostado Plácido Domingo posee el récord -seguramente imbatible- de inauguraciones de la temporada neoyorquina. En cambio, sí que puede resultar mucho más novedosa la normal incorporación de jóvenes intérpretes de cuerda a la práctica orquestal y la aparición de extraordinarios solistas de estos instrumentos.

Lo que en esos tiempos lejanos no pasaba de ser una anécdota, ahora se ha convertido ya casi en algo habitual

Cuando en los 90 comenzaban a florecer las orquestas en España, la cuerda solía ser importada en masa de los países del Este porque aquí era muy difícil encontrar buenos violinistas, por ejemplo. Al menos, eso es lo que sostenían directores y mánagers, también los españoles. El gran David Oistrakh, cuando visitó Italia por primera vez, declaró que no entendía cómo ese país era la cuna de tantos músicos excepcionales, pues le parecía que su clima y bellezas invitaban a disfrutar todo el día al aire libre en lugar de encerrarse para estudiar como en cambio ocurría en su gélida patria.
Cierto que en otras épocas Pablo Casals era invitado a tocar en la Casa Blanca, y los violinistas Enrique Fernández Arbós, y luego Santiago Cervera (en los tiempos de Karajan, nada menos), con sus incorporaciones a la Filarmónica de Berlín lograron ya despejar el camino a otros que vendrían más tarde, como el violista Joaquín Riquelme, cuyo ingreso en esta misma orquesta se produjo en 2009. Pero lo que en esos tiempos lejanos no pasaba de ser una anécdota (cuando de España aún se esperaba que diese buenos toreros, nunca instrumentistas), ahora se ha convertido ya casi en algo habitual. El último ejemplo ha sido el de la joven intérprete de viola Lucía Ortiz Sauco (Madrid, 1987), fichada esta misma semana por la Filarmónica de Londres.

Gran expectación

Para certificar quizá este buen momento que atraviesa la cuerda española, el Premio Princesa de Gerona de las Artes y las Letras 2023 ha recaído, también estos últimos días, en María Dueñas «por su alto grado de ejecución e interpretación con el violín» y «su conexión con el público». El galardón ha resaltado además que la joven granadina de veinte años, recién firmado su contrato exclusivo con el principal sello de la música clásica, Deutsche Garmmophon, es un «modelo de inspiración para los jóvenes».
El reconocimiento ha coincidido con la presencia de María Dueñas en la presente temporada de la Orquesta de RTVE y el anuncio de la próxima aparición de su grabación del Concierto para violín de Beethoven, que DG publicará a primeros de mayo (en la nueva aplicación Apple Music Classical puede disfrutarse ya de un anticipo del registro, el segundo movimiento con la «cadenza» concebida por la propia Dueñas). La expectación en el Monumental era lógica, el teatro prácticamente lleno, y muchos rostros jóvenes que animaban la entrada al recinto: quizá varios de ellos sueñen con emular la fulgurante trayectoria de esta artista. Sin ánimo de desanimarles, no podemos estar más de acuerdo con el mandamás de su discográfica, quien ha asegurado que talentos así solo brotan de manera excepcional.

María Dueñas, sin duda alguna el talento musical más importante surgido en España en las últimas décadas

Si hay un concierto para este instrumento que puede parangonarse en grandeza y profundidad al de Beethoven, es el que más tarde compuso Johannes Brahms, también en re mayor, con la complicidad de uno de los más célebres violinistas de la historia, Joseph Joachim, encargado además de estrenarlo. A partir de entonces, todos los más grandes lo han interpretado (salvo Sarasate, que curiosamente lo encontraba mal concebido) y, desde que existe ese posibilidad, se ha llevado también al disco. Es imposible sustraerse a la emoción de registros que destilan una intensidad acongojante, como el de David Oistrakh (por cierto, el profesor de María Dueñas fue a su vez alumno de él) en colaboración con Klemperer, o la calidez con la que Henryk Szeryng envuelve su versión de referencia junto a Bernard Haitink.
Pero quizá lo que logra Dueñas conecta más y mejor con la primera grabación de una jovencísima Anne-Sophie Mutter junto al venerable Karajan: allí podía presentirse ya el genio en estado puro a la vez que se intuían las mil posibilidades que aún podría ofrecer cuando la madurez lograra encauzar aquel torrente inagotable hasta mares más calmos y profundos. Lo mismo convendría aplicarse ahora a María Dueñas, sin duda alguna el talento musical más importante surgido en España en las últimas décadas. Sólo con lo que ya exhibe en estos momentos le bastaría para conquistar, como ya lo ha hecho (del Musikverein a Carnegie Hall) las principales plazas musicales; pero al cabo de unos pocos años, cuando ese talento desbordante se aposente, seguramente estaremos ante una de las grandes violinistas de la historia reciente.

Intérprete sólida y delicada

La artista fue recibida con grandes aplausos nada más salir a escena, con esa presencia que evoca lejanamente a la Callas, de expresión algo lánguida pero firme, correspondiendo a la cálida recepción a través de una leve sonrisa, agradecida aunque expectante, como si desdeñara cualquier aprecio antes de ganárselo con su arte. Cerró los ojos, volvió a abrirlos para mostrarse hiératica, concentrada, muy implicada desde el tutti «inicial», saboreando los temas anunciados por la orquesta, antes de sumergirse directamente en ellos con una seguridad pasmosa.
Joachim describió a Brahms «puro como un diamante, suave como la nieve»… Y así es Dueñas, en cierto modo, como intérprete, sólida y delicada. La técnica de primer orden, con un sonido brillante, buena afinación, trinos inmaculados, un registro agudo que nunca resulta lacerante, aunque quizá en los graves pueda pedirse un sonido más bruñido, pleno y rotundo, y esa manera de expresar… Por encima de todo se impone su musicalidad sin tacha, un fraseo pulido que va encadenando el discurso como si no fuera posible exponerlo de otro modo: esa es la grandeza de la música, su capacidad de reinventarse en cada nueva escucha siempre que el intérprete posea esa magia de convertir lo «viejo» o «trillado» en algo que puede paladearse como si se descubriera por primera vez.

Orquesta y solista navegaron con pericia entre sus embestidas hasta desembocar en la apoteosis conclusiva

Dueñas tiene esa capacidad de los elegidos que su paisano Lorca identificaba con el duende, «el secreto del Arte», «ese misterio magnífico que debe buscarse en la última habitación de la sangre» flotó libremente por la sala durante la cadencia con la que concluye el primer movimiento. Al enlazar con el «tutti» conclusivo, el tiempo parecía suspenderse eternamente, con el corazón encogido en un puño. Normalmente resulta un fastidio, además de una vulgaridad, que el público aplauda entre movimientos, pero en esta única ocasión resultó casi una liberación.
La primera ovación estalló espontánea, como «cuando Belmonte hacía prodigiosas suertes de capa». Y hasta la violinista tuvo que improvisar un breve saludo, un movimiento de cabeza y otra sonrisa mediada antes de volver a encender la pira de los emociones genuinas en su delicada conversación con el oboe al inicio del movimiento central. En esta ocasión ese Brahms que según un antiguo concertino de la filarmónica vienesa «canta ‘La tumba es mi felicidad’ cuando está de excelente humor», se suelta la melena en el casi demoníaco final, de reminiscencias húngaras, plenamente bailable. Orquesta y solista navegaron con pericia entre sus embestidas hasta desembocar en la apoteosis conclusiva, una parte de los asistentes puestos en pie para consagrar ya a María Dueñas como una de las grandes favoritas de la melomanía madrileña. En el ánimo de todos anidaba la idea de estar asistiendo a algo histórico, los felices prolegómenos de una segura leyenda. Parafraseando la canción de Harold Arlen, «She has the whole world on a String».

La «enorme sombra de Dueñas»

Si algo tiene el «Concierto» de Brahms es que más allá de proponer un diálogo entre el instrumento y la orquesta, hay casi una total imbricación entre uno y la otra. Goza del mismo carácter sinfónico de los conciertos para piano del mismo compositor, igual grandeza y hondura. Por eso se requiere una compenetración absoluta, una unidad de criterios desde el principio, lo que aquí se verificó también gracias al acompañamiento servido por otro joven talento, el director Joshua Weilertsein (de una prominente familia musical), al frente de una inspirada Orquesta de la RTVE: había que ver cómo disfrutaban los profesores de la presencia de la violinista durante la cadencia del primer movimiento, como si en lugar de colaboradores fuesen invitados con privilegios.
El resto del programa ofreció otros detalles de interés, pero todo pareció quedar sepultado bajo la enorme sombra de Dueñas, que además ofreció una propina con la propia orquesta, la Berceuse de Ysaÿse, para dejarnos con ganas de muchas más. La cita se había abierto con el Concierto rumano de un Györgi Ligeti que, a propósito de su centenario, cuenta con abundante presencia en las programaciones de las orquestas capitalinas. Esta obra muestra el reflejo de hasta donde puede llegar la estupidez y miseria humanas unidas: escuchada hoy no puede resultar más amable a los oídos contemporáneos, que se solazan con la recreación de esas música populares, bailables, como el final del concierto de Brahms, que habían animado las vidas de la gente sencilla en los pueblos de Rumanía. Ligeti fue cuidadoso en su confección, pero algún mediocre «guardián de las esencias» detectó cierto «desvío» en el cuarto movimiento, una disonancia intolerable para los puristas oídos del comunismo. Solo por eso estuvo prohibida hasta su estreno en 1971, veinte años después de su creación.
La nueva comparecencia de la Orquesta de la RTVE concluyó con la Escocesa, una de las sinfonías más populares de Mendelssohn. Weilerstein, con ese impulso juvenil que parece iluminar sus lecturas, se decantó aquí precisamente por destacar lo que la obra tiene de lírica y liviana, un formidable despliegue de vitalidad, frente a interpretaciones más morosas y cargantes. Acertó con la tecla y tuvo una respuesta igual de fresca de la agrupación, que atraviesa un momento magnífico vistos los resultados. El director tuvo que salir a saludar en varias ocasiones.
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