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14 de mayo de 2024

Wilhelm

El director de orquesta Wilhelm Furtwängler en 1931

La vida sigue igual para la Filarmónica de Berlín

La orquesta alemana comparece este miércoles y el jueves en Madrid con obras de Mozart y Schumann

Al tiempo que la Filarmónica de Berlín, ese Ferrari de las orquestas, se presenta este miércoles y jueves en Madrid (Auditorio Nacional, 19.30h) en las dos citas seguramente más esperadas por los melómanos, resulta sorprendente revisar, ahora, el discurso que uno de sus directores más emblemáticos, Wilhelm Furtwängler, pronunció en 1932 con motivo del quincuagésimo aniversario del conjunto alemán. Ha pasado casi un siglo y tal parece que sus palabras, dotadas de vigencia inmarcesible, se hubieran dictado hoy mismo.
«¿Puede negarse que el público cada vez se aleja más de las salas de conciertos?», se interrogaba Furtwängler en aquel texto. Lo mismo que aseguran hoy tantos gerentes de orquestas y responsables de teatros en todo el mundo. E inmediatamente pasaba a detallar algunas de las causas de esa supuesta falta de interés: el aspecto económico, «la clase media, hoy, ya no tiene dinero»; «la actitud más real y nada sentimental del hombre en favor del deporte y la cultura física», y el auge de los modos de reproducción mecánicos en detrimento del disfrute de la música «en vivo», particularmente por el gran desarrollo «del gramófono y de la radio».

Sin relevo de los grandes compositores

Pero si algo preocupaba al gran Furtwängler como principal causa de la deserción de esos aficionados que en otro tiempo habían llenado los auditorios a la caza de las novedades del momento, era precisamente la escasa conexión de estos con la producción musical de su tiempo. El relevo de los grandes nombres del pasado no había llegado a producirse; ni entonces ni nunca, cabría añadir. «Cada vez es más estrecho y árido el camino del compositor que quiere seguir siendo ‘actual’», proclamaba. Gran parte de las obras de los compositores de su época ahuyentaban al público por considerarse el reflejo del «sentimiento de la vida caótico-elemental que se ha apoderado del hombre moderno. Y el desarrollo ha conllevado que, de diversas maneras, su recurso ya no sea la consonancia que impulsa a dar forma y configurar, sino la disonancia que conduce a lo caótico».
El director veía como el remedio imprescindible volver a situar en el centro del repertorio las «grandes obras del pasado», no tanto por ellas mismas si no por «aquello de lo cual dan testimonio, de aquello que está detrás: la capacidad de formar orgánicamente contenidos humanos en su totalidad». Su consejo para superar aquella «crisis musical» consistía en poner al alcance del hombre, «abrumado y deprimido espiritualmente», esas mismas creaciones pero dotándolas de «su expresión auténtica y no falseada». Como Stefan Zweig, Furtwängler otorgaba a la música una condición sacra, «una misión apostólica por lo inalcanzablemente divino de nuestro mundo», según expresión del autor de «El mundo de ayer».

Difundir el sinfonismo alemán, la encarnación del más noble espíritu europeoWilhelm FurtwänglerDirector de orquesta

¿Cuál debía ser, entonces, para el eximio maestro la labor de una orquesta como la Filarmónica de Berlín? «Conservarnos las obras del pasado y hacer que sigan ejerciendo influencia en el futuro». Y de modo particular, como expresó en otra ocasión durante una entrevista al inicio de una de las giras del conjunto por algunas de las principales ciudades del continente, difundir el sinfonismo alemán, en su opinión, «la encarnación del más noble espíritu europeo».
Hoy la perplejidad del hombre ante su incierto futuro corre pareja; la constante depauperación de las clases medias, imparable; los precios de abonos como los del Teatro Real o el ciclo de Ibermúsica, por donde pasarán los filarmónicos berlineses, prohibitivos para los bolsillos más modestos, aunque en cualquier caso más asequibles que los de una entrada para ver el Madrid-Manchester City o una actuación del sobrevalorado «Boss» Sprinsgteen; el «streaming», banda sonora de los tiempos pandémicos, ha terminado por convencer a muchos sobre la bondad de disfrutar la música en la comodidad del hogar, y sí, Bach, Mozart o Beethoven se exhiben hoy mucho más lozanos que Wolfgang Rihm, firmes e inalterables en las preferencias de los aficionados.

Mozart y Schumann

¿«The times are A-changin», como sugería el viejo Bob Dylan, que este verano se presentará en el Festival de Música de Granada como telonero de varias importantes agrupaciones sinfónicas? Pues parece que no. Leyendo a Furtwängler, hace noventa años, habría que recurrir más bien a otro «trovador» contemporáneo, Julio Iglesias, autor de La vida sigue igual. Sin Furtwängler, ni los Karajan, Abbado y Rattle que vendrían después, la Filarmónica de Berlín vuelve a desembarcar en Madrid con su nuevo patrón, Kirill Petrenko, ruso formado en Viena y consagrado en Múnich, donde con esa mezcla de entusiasmo desbordante, voluntad de alcanzar lo inalcanzable a través del rigor y su contagioso amor por la música llegó a situar a la Ópera de Baviera como el primer teatro europeo. ¿Los programas elegidos? Hoy un «todo Mozart», con la Sinfonía número 25 y la Misa de la Coronación (en la que comparecerá el Orfeón Catalán). Mañana, casi el mismo Mozart y… Schumann, cuya Cuarta sinfonía se estrenó en 1841.
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