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08 de mayo de 2024

Leo Nucci en un concierto en La Coruña

Leo Nucci durante un concierto en La Coruña

Leo Nucci: «De la España de los 70 recuerdo la humanidad y la alegría más allá de la política»

El mítico barítono boloñés, uno de los últimos exponentes de la era dorada del canto, repasa en exclusiva para El Debate su vida y carrera al tiempo que analiza algunos de los principales asuntos de nuestro tiempo

Hace ahora justamente 50 años, en agosto de 1973, un joven barítono salió de Italia para afrontar su primer compromiso internacional. Fue en España, en el marco del Festival de Ópera de La Coruña, un país que conoce bien: en 2009, protagonizó el primer bis en la historia moderna del Teatro Real madrileño. Aunque a partir de 1976, tras su temprano debut en La Scala, la carrera de Leo Nucci (Castiglione dei Pepoli, 1942) se desarrolló fundamentalmente en los principales escenarios del mundo, junto a los miembros de la postrera época dorada del canto (los Pavarotti, Scotto, Domingo, Freni, Ghiaurov …) y con los grandes de la batuta como Karajan, Solti o Abbado, hasta grabar casi cien discos.
Gran Oficial de la República Italiana, Caballero de las Artes de la República Francesa, Miembro de Honor de la Ópera de Viena (en posesión de su anillo), en abril pasado, Bilbao reconoció su larga y distinguida trayectoria al servicio de su compositor de cabecera con el Premio Tutto Verdi. Alejado de la ópera escenificada desde aquella Traviata que Zubin Mehta dirigió en Florencia, en 2021, el último gran Rigoletto de la época reciente aún no se retira del todo. Canta cuando le apetece, toca el violonchelo y aporta su amplia experiencia de casi sesenta años sobre las tablas como director de escena. Para estar en forma, cada día pedalea 60 km en su bicicleta. A su 81 años está hecho un chaval, conserva intacto su sentido del humor, la memoria y su hondo sentido de la amistad.
–Más de cincuenta años en la cumbre de una profesión que inició en 1967, cantando su legendario Figaro en Spoleto, mientras otros destacados cantantes no han aguantado ni una década al máximo nivel, ¿cuál es su secreto?
–No sé si existe un secreto… sé que nunca he parado de estudiar y de estar preparado pensando simplemente en el placer del canto y de la música, nunca en la carrera que, en cualquier caso, ¡creo que ha sido importante!
–Y poca gente conoce que estuvo a punto de dejarla cuando decidió dar el salto como miembro del coro de La Scala para abordar una carrera como solista. Llegó a pensar que, si fracasaba, emigraría a Australia para buscar trabajo allí, como pastor. ¿Qué le diría a todos esos jóvenes que se plantean abandonar en cuanto comienzan a surgir los primeros obstáculos?
–Hay una bellísima poesía griega de Kostantinos Kavafis que dice en la tercera estrofa: «Mantén siempre Ítaca fija en tu mente/Llegar allí es tu meta última/Pero no apresures el viaje para nada/Es mejor dejarlo durar por largos años…» Ítaca es nuestra voz, nuestra pasión, nuestro sueño. Pasión y sueño son sustanciales, ¡no se venden! La decisión de entrar en el coro de La Scala fue la cosa más sabia que hice nunca, la idea era aquella de Australia, pero quizá alguna «fuerza» me impulsó a lo otro. En Milán, en La Scala, conocí a Adriana, que asistía a la Academia. En esa ciudad se me abrieron tantas puertas… A los dos años, como Gilda y Rigoletto, debutamos en el Teatro Salieri de Legnago. Ya estábamos casados y ella estaba embarazada de nuestra hija, Cinzia.
Nucci, a la derecha, en 'La Traviata'

Nucci, a la derecha, en 'La Traviata'

–¿Cómo recuerda la España que usted visitó, por primera vez, en 1973 con respecto a la de ahora, que usted conoce tan bien?
–Era completamente distinta del mundo de hoy como del resto del mundo de entonces, un mundo que podría contarse en una novela y los jóvenes creerían que era pura fantasía. Debuté en España, en La Coruña, en 1973: Paolo en Simon Boccanegra, Silvio en I Pagliacci (canté también el «Prólogo») y Sharpless en Madama Butterfly. Todas las orquestas y coros eran casi amateurs, el teatro más importante era el Liceo de Barcelona. En Madrid no funcionaba el Real pero canté unos «Pagliacci» en la Zarzuela. España se parecía mucho a aquella que narraba Hemingway. Había mucha pasión por la ópera, como también ahora, pero para quien los haya vivido, de aquellos tiempos se conservan recuerdos fascinantes, inolvidables. Un periodo exótico. Los trenes eran distintos a los del resto de Europa occidental, no había carreteras como las maravillosas autopistas de hoy, cada viaje era una aventura en el sentido preciso de la palabra. Recuerdo la humanidad, la alegría y las emociones, más allá de cualquier discurso político, ¡nosotros hacíamos Teatro, Arte!
–Usted fue miembro destacado de la última, quizá, época dorada del canto, algo que no solo tenía que ver con las voces, si no también con los maestros, ¿qué aprendió con ellos?
–Me emociona mucho esta pregunta… Carlo Bergonzi y Aldo Protti (dos mitos del canto) dijeron durante una cena, en Parma, que yo era el último de su generación por el modo de vivir e interpretar el teatro lírico. Perdón por la vanidad… he cantado con Richard Tucker, Mario del Monaco, Giuseppe Di Stefano,… Siepi, Caballé, Sutherland, Aragall, Lavirgen, Kraus, …, y muchos más que ahora no recuerdo. Creo ser el único barítono italiano que ha trabajado y grabado discos con casi todos los más grandes directores de orquesta de los últimos ochenta años. De los verdaderamente grandes, he aprendido que la música y el teatro sirven para hacer divertirse y emocionar al público: son una cosa seria ¡pero no aburrida!

Todos esos conflictos psicológicos, freudianos, de los directores de escena no son más que charlatanería

–Precisamente estos días, al concluir su colaboración estable con la Sinfónica de Chicago, Riccardo Muti ha afirmado que «en el mundo de la ópera el principal cambio son los directores de escena», ¿le parece que Muti tiene razón?
–Yo no dirijo, ¡busco con humildad poner en escena el pensamiento del autor! Estoy convencido de que lo más fácil es provocar al público con vulgaridades y cosas que no sirven para hacer comprender el mensaje o simplemente el relato que genios de la composición han puesto en música. Ellos ya son los verdaderos directores otorgándole relevancia a los sonidos y las pausas. Lo cual no significa que no se pueda actualizar un pensamiento. Canté el dottor Spinelloccio de Gianni Schicchi en presencia del autor. ¿Sorprendido? Fue en 1968, en Spoleto, y durante los ensayos estaba allí Gioacchino Forzano, responsable del texto. Tengo en casa el original escrito a mano, con las observaciones que le hizo Puccini, por eso puedo decir que mantengo un hilo directo con aquella época fascinante. Todos esos conflictos psicológicos, freudianos, como ahora ocurre con los directores de escena, que van explicando en las ruedas de prensa, no son más que charlatanería necesaria en el mundo de las apariencias de hoy.
–Entonces comparte lo expresado por Muti…
–Sí, pero ¿por qué muchos de sus colegas, que tienen la responsabilidad de respetar la voluntad del autor musical, han perdido su autoridad inclinando la cabeza? En una ocasión, un director le respondió a mi gran amiga, la soprano española Isabel Rey, que cuando él hacía la puesta en escena la música no contaba para nada. Me abalancé sobre él cogiéndolo por el cuello y al final fui yo quien acabó en el hospital porque creí que me daba un infarto. Aquel director y su producción se eliminaron, sustituyéndolos por otra visión más respetuosa que logró un éxito enorme. Estos señores son contratados por alguien. El mundo de los Ghinghirelli (histórico director artístico de la Scala) o de Pàmias (antiguo empresario del Liceo) ya no existe…
–«Ritorniamo all’antico, sará un progresso», ¿la célebre frase de Verdi tiene, entonces, plena vigencia? ¿Se ha perdido, en cierto modo, el amor por la labor bien hecha, la máxima búsqueda de la calidad y la excelencia?
–Es más fácil destruir el trabajo de otros que crear algo verdaderamente auténtico y nuevo. La crítica también tiene parte de culpa cuando, por aparentar una cierta intelectualidad e ir con los tiempos, promociona la barbarie.
Nucci en el Teatro Rosalía de La Coruña con el pianista Ramón Tebar

Nucci en el Teatro Rosalía de La Coruña con el pianista Ramón Tebar

–Lo cierto es que hay jóvenes cantantes, barítonos como usted, que llegan al escenario para interpretar un rol secundario, como el de Marullo, en Rigoletto, apenas sabiéndose más que las notas de su breve parte, sin preocuparse de haber estudiado el resto de los personajes, ¿es posible plantearse una carrera así?
–Durante los ensayos de una ópera pregunté a los cantantes más jóvenes de quién era la ópera que estaban ensayando. Ellos, sorprendidos, como si hubiese dicho una blasfemia, me respondieron: «De Donizetti». Con calma les expliqué que estaban equivocados y de nuevo me miraron de manera extraña. Les aclaré: «La música es de Donizetti, pero la ópera, como figura en la partitura, es de Felice Romani». Corrieron a verla, permaneciendo atónitos. Nunca se habían fijado, más allá de no saber quién era Romani. La cosa más grave es que siendo todos graduados del Conservatorio ninguno había reparado en ello. ¿Un detalle? No, ¡la diferencia!
–En todas las épocas la gente se lamenta de que «ya no hay cantantes como los de antes», también les pasaba a ustedes… pero ahora, ¿estamos más cerca de que sea cierto?
–Espero equivocarme por ellos, ¿pero cuántos de los cantantes de hoy serán recordados en la manera de aquellos que conocemos y de los cuales he citado a alguno en una respuesta anterior? Incluso antes era importante la imagen, pero como un atributo. La gran actriz Sara Bernhardt decía que de una carrera, nombre y calidad se puede hablar después de treinta años sobre un escenario. En más de sesenta años frecuentando teatros de todo el mundo he visto tantos meteoros de los que se hablaba como el nuevo Caruso o la nueva Callas desaparecer en el fondo del olvido…

Hoy parece que cualquiera tuviese el deseo de regresar antes del 1500, lo vemos en la vestimenta, en los comportamientos...

–Nadie mejor que usted, por eso mismo, para opinar sobre la supuesta o real crisis de público en la ópera. Ahora se dice que el Metropolitan, La Scala o la Ópera de Munich tienen verdaderos problemas para llenar algunas de las funciones de sus títulos… ¿Puede que el interés se esté desplazando en estos momentos hacia otros lugares como Oriente?
–Tengo innumerables fotos tomadas frente al Met con la leyenda «Sold Out», pero ¿quién cantaba entonces? ¿Cómo eran las producciones? El Oriente es la nueva frontera de la ópera, me parece evidente. En las Masterclasses que doy, de diez jóvenes seis al menos son orientales. En una ocasión en que mi mujer y yo visitábamos la Muralla China, le preguntamos a nuestra guía, una jovencita de ese país, que había asumido el nombre occidental de Susanna, el porqué había escogido el italiano para trabajar, a lo que nos respondió: «Porque ustedes tienen la Galleria degli Uffizi». Y nosotros queremos olvidar y renegar de nuestra historia… No solo en Italia, para toda la cultura europea (no se olvide que al menos la mitad de las obras líricas transcurren en España), el Renacimiento nace para darle armonía a la vida orientándola hacia lo Bello conjuntamente con la naturaleza, para huir de la barbarie de la Edad Media. Hoy parece que cualquiera tuviese el deseo de regresar antes del 1500, lo vemos en la vestimenta, en los comportamientos, en las relaciones con los otros, con las reglas de la sociedad… Lo encuentro triste, vulgaridad y arrogancia descienden de la ignorancia.
–Si la gente no se interesa en ver una nueva producción de Otello, ¿la culpa es de Verdi? La renovación del repertorio no se ha producido, la ópera italiana concluye prácticamente con Turandot. ¿Volverá el público, algún día, a conectar con las nuevas creaciones? El Met neoyorquino, por ejemplo, pretende ofrecer hasta diecisiete estrenos en los próximos años y recortar su dosis de bel canto…
–No sé si es algo programado, pero los tiempos actuales ofrecen una sensación de regresión. Mozart fue seguramente un innovador manteniéndose, sin embargo, en armonía con la música. Hace cien años compositores intelectuales dieron vida a un pensamiento innovador que nos ha llevado a lo contrario a la armonía, a lo atonal, no solo en la música. Pero atención, esos movimientos ni llenan ni han llenado jamás los teatros más que en ocasiones oficiales, propagandísticas, con unos asistentes que son invitados que se aburren aunque luego vayan diciendo: «Yo también estaba allí».

Una vez Pavarotti me dijo: «¿Pero qué clase de tipo eres, no te produce placer que te reconozcan?

Novecento, ese gran fresco de Bertolucci sobre las transformaciones que el siglo XX trajeron a su país, comienza con el anuncio de la muerte de Verdi, expresado como una auténtica tragedia nacional. Un siglo más tarde observamos con perplejidad el desinterés que las autoridades italianas muestran por la conservación del hogar de este autor universal, ¿qué piensa sobre ese abandono?
–Soy amigo de la familia Carrara Verdi, desde la modestia he intentado hacer alguna cosa conociendo la situación… he escuchado las promesas de los políticos y nada más. La ópera, que fue parte importante del Resurgimiento en Italia y que contribuyó más que nada a divulgar la lengua italiana, incluso entre los italianos que en su mayor parte no la hablaban, ya no es popular. Y si una cosa no es popular no sirve para mover el dinero y los intereses de la globalización mediática. Los millones de euros a centenares se gastan en otras cosas… ¿Alguno desearía volver a una nueva Edad Media? Pues estamos muy cerca, a pesar de tanta tecnología.
–El barítono suele ser siempre el malo, el tipejo que se interpone entre los amores de la soprano y el tenor, para arruinarlos. Usted ha zanjado la cuestión afirmando siempre que, en su caso, ha preferido la celebridad a la fama. Pero, ¿no le habría gustado disfrutar de las prebendas y la popularidad de un Caruso, o más cerca, incluso, un Domingo?
–Una vez Pavarotti me dijo: «¿Pero qué clase de tipo eres, no te produce placer que te reconozcan?» Le respondí que si me parasen por la calle podría ser placentero la primera vez, pero a la tercera me escaparía. Soy un oso de montaña que ama la miel de la música y del canto, no el circo, con todo mi respeto por el espectáculo circense. Adoro los aplausos y no creo que nadie haya dado tantos bises como yo, pero cuando salgo del teatro amo ser Leo. Es verdad que el estereotipo del barítono es aquel descrito por Bernard Shaw, pero hay roles como el Dux Foscari, Simon Boccanegra, Miller y tantos otros… El barítono es quizá el color más humano y su desarrollo pleno llegó en el periodo romántico del siglo XIX. Si queremos establecer un símil con el fútbol podría ser como el centrocampista y no el delantero que marca los goles, pero después que el otro ha construido la acción. El problema es que solo gana uno (risas)….

Cierto que me gusta Wagner. Lo que seguramente haría es estudiar más, soy demasiado ignorante

–Si volviera a nacer, ¿pensaría en convertirse en cantante wagneriano o dedicaría sus días al instrumento que toca en su casa, (el violonchelo)? ¿Se reencarnaría en un nuevo Rostropovich o en uno de los héroes del ciclismo?
–No creo en la reencarnación así que no me planteo el problema, pero si por casualidad pudiera volver atrás desharía todos los errores que he cometido. Mi vida ha sido muy bella. Cierto que me gusta Wagner. Lo que seguramente haría es estudiar más, soy demasiado ignorante.
–¿Quiénes han sido los ídolos, incluso más allá de la música, de ese Nucci que de niño escuchaba cantar a sus familiares en la herrería que les proporcionaba sustento?
–La madre de mi abuelo, que se llamaba Eleonora; mi abuelo, Cleto; un hermano, Carlo, otro, Alfredo, mi padre que cantaba y tocaba en una banda, donde yo comencé a estudiar música tocando el bombardino. Mi madre tocaba la mandolina, todos eran aficionados apasionados que me ayudaron muchísimo. Les di la satisfacción de escucharme y verme en La Scala. ¡Era el destino!
–Su agente me contó en una ocasión que la única vez que usted se reservó unos días para disfrutar de unas vacaciones a los dos días le llamó para decirle que le consiguiera algo inmediatamente… ¿cierto o no?
–¡VERDAD!
– ¿Qué ha significado para usted el apoyo de su mujer, omnipresente en ensayos y funciones, como su fan más incondicional?
–Adriana siempre ha sido para mí, desde cuando nos unimos, la base de la vida. En los últimos años, desde que renunció a su carrera para seguirme, ha sido mi aliento.
–A pesar de su salud de hierro, con su frenética actividad, el corazón le ha dado un par de sustos a lo largo de su vida… En esos momentos, ¿nunca se planteó del todo parar? Un hombre de firmes convicciones religiosas como usted, ¿le teme a algo?
–Cierto, soy un creyente convencido y por eso cuando he tenido algún problema de salud no me he asustado y lo he aceptado como una prueba de la vida. Ochenta y un años cumplidos e incluso esta mañana hice 60 kilómetros con la bicicleta. Hoy estudiaré, bien con la voz o con el violonchelo. La vida es un regalo que debemos aceptar con alegría incluso en los momentos difíciles. ¡Los peligros son el egoísmo y los celos!

¡Tortilla de Betanzos, siempre!

–Sé que para ustedes, los italianos, la responsabilidad de llevar la ópera hasta sus más altas cotas artísticas debería recaer siempre sobre los hombros de sus principales cantantes. Pero los españoles también hemos aportado algo en ello, nuestro particular granito de arena. Entre los barítonos, últimamente ha trabajado con Juan Jesús Rodríguez, ¿qué le parece?
–Siempre he tenido una gran estima por los cantantes españoles que desde el inicio de la historia de la ópera son importantísimos, diría que fundamentales para su desarrollo. Arte a través de la técnica y la expresión. Juan Jesús Rodríguez es un artista al que estimo, un amigo, una persona extraordinaria. He trabajado con él como director de escena en el Simon Boccanegra y ha estado ejemplar. ¡Bravo!
–Su amigo Domingo dice siempre, «If I rest, I rust» (si descanso, me oxido) para justificar su frenética actividad. Con lo que usted tiene que haber visto y oído, ¿no ha pensado en aprovechar algo de su tiempo y escribir sus memorias?
–Estoy de acuerdo con Plácido y no descanso nunca, no me puedo estar quieto. He escrito todo lo que me ha sucedido y lo he escrito en tercera persona como si fuese una novela. Me han pedido publicarlo, pero no creo que lo haga, me divierto como un loco cuando releo. Son recuerdos míos.
–¿Tiene previsto cantar más?
–Me divierto dando pequeños conciertos, tocando y cantando. He firmado un contrato para volver a actuar en Japón con una cláusula: «¡Atentos, mañana será otro día!».
–Por último, ¿tortilla de Betanzos (donde celebró su último concierto en España, en 2019) o una buena spaghetatta?
–¡Tortilla de Betanzos, siempre!
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