Fundado en 1910

02 de mayo de 2024

Aplausos finales en Juan José

Aplausos finales en Juan José

La maravilla de 'Juan José' reivindica la grandeza de Pablo Sorozábal

El Teatro de la Zarzuela cosecha un enorme triunfo gracias a la recuperación de la intensa ópera del compositor de Don Manolito o La tabernera del puerto, con un magnífico reparto encabezado por el barítono onubense Juan Jesús Rodríguez

Cada semana suele aparecer reflejado en los medios algún nuevo asesinato referido al ámbito de las siempre complejas relaciones surgidas en el indescifrable mundo de las parejas. Lo más frecuente, a juzgar por las frías estadísticas, es que sean los hombres quienes acaben con la vida de sus mujeres, si bien, en ocasiones, ocurre justo al revés. El mecanismo que se pone en marcha en estos casos, durante el tiempo que los informativos destinan a los sucesos, resulta casi siempre idéntico: imágenes de los alrededores del lugar donde ha tenido lugar el crimen (normalmente algún barrio de la depauperada clase media); declaraciones de los perplejos vecinos que, o bien no dan crédito (él era un tipo callado, ella una mujer muy agradable, nunca habían dado motivos para pensar que algo así podía llegar a ocurrir ), o por contra ya se lo figuraban (había broncas continuas, los gritos eran frecuentes, se oían hasta en la calle; es que él le daba muy mala vida…).

Violencia intolerable

La causa primordial de estos crímenes suele vincularse siempre a discrepancias fruto de la convivencia: celos, humillaciones, problemas económicos, … pero pocas veces se indaga hasta el fondo, la raíz misma de estas súbitas explosiones de intolerable violencia, habitualmente larvada durante durante largo tiempo, con origen, las más de las veces, en situaciones tremendas que pudieron generarse incluso durante la infancia, verdadera patria del hombre como sostenía Rilke.
Por supuesto nada justifica el hecho infame de disponer de una existencia ajena, pero hay circunstancias que pueden llegar a explicarlo. Aunque sea preferible ponerse la venda, no indagar demasiado en éstas por si acaso resultase que, en última instancia, la culpabilidad debiera repartirse, que el modelo social (desde la familia hasta la escuela) unánimemente compartido por todos genera, al final, muchos de los monstruos que luego se encargarán de devorarnos.

La ópera de Sorozábal merecería desde su misma creación figurar en lugar preponderante en el exiguo repertorio lírico español

De eso mismo trata, en buena medida, Juan José, la obra maestra que Pablo Sorozábal, uno de nuestros compositores más interesantes, intentó en vano estrenar durante sus últimos años de vida. El músico vasco tuvo que aguardar hasta 2009, cuando ya no se encontraba en este mundo, para una primera audición, en forma de concierto, a la que en 2016 seguiría, por fin, la primera representación pública, como parte de la temporada del Teatro de la Zarzuela. Ahora se repone esta misma producción y en idéntico escenario, algo poco común cuando se trata de las recuperaciones históricas. Conviene aprovecharlo.
Muchas de estas obras supuestamente sometidas a un injusto olvido suelen exhumarse solo para justificar la existencia de las instituciones encargadas de promoverlas. Agotan su negada existencia al poco de ver la luz, entendiéndose rápidamente las razones para su olvido: carecen del mayor interés. En cambio, no puede afirmarse lo mismo de la ópera de Sorozábal, que merecería desde su misma creación figurar en lugar preponderante en el exiguo repertorio lírico español (nada sobrado, en tiempos modernos, de piezas auténticamente únicas) por la extraordinaria calidad de su factura y la absoluta vigencia de su mensaje. Lo cual ocurre siempre con las obras trascendentes, del siglo XVI o de ahora mismo: lo son porque nos apelan directamente a partir de los temas esenciales, pero tratados con personalidad y estilo propios.
Busto de Pablo Sorozábal

Busto de Pablo Sorozábal

Juan José, el personaje principal de esta ópera con mayúsculas, podría figurar sin complejos junto al Wozzeck de Alban Berg como uno de los más característicos retratos humanos del convulso siglo XX. Si Berg opta por un cierto intelectualismo, un lenguaje más vanguardista y distanciado, Sorozábal prefiere una propuesta, en principio, algo más accesible. A partir de las formas tradicionales de la música ibérica, dialoga con las corrientes europeas, desde el verismo de corte italiano hasta el expresionismo germánico, dos aproximaciones distintas a la realidad que hunden sus raíces en fenómenos literarios como el naturalismo de Emile Zola, el psicoanálisis freudiano, …
Los modernos del último minuto han señalado que Sorozábal llega aquí un poco tarde, que después de la Segunda Guerra Mundial era preciso evitar ya todo atisbo melódico, ciñéndose a los únicos postulados serialistas. El autor de Don Manolito crea como mejor le parece, picando de aquí y de allá, desde el profundo conocimiento de su oficio, siendo lo verdaderamente relevante el resultado: una obra madura, magníficamente construida, que mantiene el pulso y la intensidad a lo largo de sus tres actos, procurando ese continuo flujo musical que también buscaron desde Monteverdi hasta Verdi mismo, sin perder jamás de vista la narración, el texto, el drama, al que sirve perfectamente hasta propiciar la tan pocas veces alcanzada y verdadera unión entre música y palabra.

Juan José, víctima de sus circunstancias

Recogiendo lo que más le interesaba de la novela homónima original de Joaquín Dicenta, huye Sorozábal, músico y libretista al mismo tiempo, del simple maniqueísmo para cincelar personajes dotados de complejas, humanas aristas. De suerte que incluso se permite demostrar cierta ternura, alejada de todo sentimentalismo, hacia Juan José, el maltratador, ladrón y asesino, víctima en buena medida de sus circunstancias: huérfano prematuro fue rescatado de la calle por una mujer que se serviría de él como niño-mendigo; analfabeto, sin trazas de estudios ni posibles se gana el pan en lo que le va saliendo y encuentra un único rayo de esperanza que lo reconcilie con la vida en el amor, intermitentemente correspondido, de Rosa.
Ella se deja querer, según las afiladas, envidiosas lenguas de sus vecinos, por más de uno. También en este caso el autor esquiva el tópico. La chica no es la casquivana indolente, coqueta y egoísta que pintan sus críticos. Rosa sabe que en su desventajosa situación personal debe jugar bien las únicas cartas que le han sido concedidas: su belleza puede rescatarla de la mugre. Por eso sueña con otro enamorado que le propicie una existencia plácida, capaz de mimarla y protegerla como se merece, sin esas inseguridades y carencias que afloran los malos modos de su antiguo amante. Cada uno busca redimirse como puede, según sus circunstancias, dentro de un margen a menudo muy limitado.

Quizá sobren en esta puesta en escena esos a veces pueriles movimientos de bailarines y figurantes

La producción de José Carlos Plaza, que se beneficia de los magníficos figurines concebidos por Pedro Moreno, resulta adecuada en la descripción de ese mundo miserable donde anidan las bajas pasiones, junto a alguna ilusión rara vez correspondida. En los arrabales de la gran ciudad ni siquiera resta la esperanza de combatir el desgobierno, la desigualdad con vanas revoluciones. Como ya se vio desde la francesa hasta la cubana, sus impulsores se sirven de los más desfavorecidos solo como carne de cañón, alentándolos con falsas esperanzas para asegurarse el acceso al poder, sin cambiar luego nada más que su propia influencia sobre el resto, el estatus. Quizá sobren en esta puesta en escena esos a veces pueriles movimientos de bailarines (cada vez más presentes incluso cuando nadie los requiere) y figurantes, pero en cambio el trabajo de dirección de actores resulta magnífica, mayormente en las escenas más íntimas.
Existe ahora una soberbia generación de cantantes españoles que, si bien no brilla como la anterior (sencillamente irrepetible), en las grandes citas internacionales (al menos con la continuidad sobre la que se construyen las carreras más rutilantes), disponen a cambio del tiempo para destinárselo al repertorio de su propio país. Afortunadamente, en La Zarzuela, últimamente, nos beneficiamos de ello, con repartos que hacen sombra incluso a los de otros teatros consagrados a óperas de autores supuestamente más pretendidos por el público. Todos los cantantes, incluidos los comprimarios, han estado maravillosos en esta representación de altos vuelos, quizá la más completa en lo que va de año en las programaciones líricas españolas.
Juan Jesús Rodríguez

El barítono Juan Jesús RodríguezJuan Jesús Rodríguez

Hay que destacar, cómo no, al auténtico «monarca» del coliseo de la calle de Jovellanos, el barítono Juan Jesús Rodríguez, que posee el instrumento y el físico, la sensibilidad y el temperamento para penetrar en lo más hondo de un personaje como Juan José, con esa mezcla de brutalidad y ternura que también se encuentra ahí, dibujada en instantes de una hermosa intimidad como La dernière feuille, pero a los que es necesario saber iluminar con variedad y riqueza de acentos. ¡Qué Simon Boccanegra nos estamos perdiendo, seguramente, en España!
Portentosas, cada una en lo suyo, más escorada hacia lo puramente dramático la madrileña, lírica y sedosa la vasca, las sopranos Saioa Hernández y Vanessa Goikoetxea. Hay un momento, propiciado por la a ratos opulenta escritura de Sorozábal, pero perfectamente encarnado en el poderío vocal de ambas, en su desgarro, en el que ambas parecían transitar por el filo de algún alucinado paraje de la Elektra straussiana. Excelente, también, el Andrés de Simón Orfila, de adecuado color oscuro con unas finas gotas de ironía que enriquecen su ambivalente personaje, muestra de sus creaciones belcantistas. Y a buen nivel tanto el Paco de Alejandro del Cerro, con una emisión liberada, aunque el instrumento pierda algo de fuelle y consistencia al ascender hacia el territorio más agudo, como la Isidra de María Luisa Corbacho, muy destacada en el aspecto actoral.
El director de orquesta Miguel Ángel Martínez

El director de orquesta Miguel Ángel Martínez

Al frente de la inspirada orquesta titular del teatro se situó esta vez el veterano Miguel Ángel Gómez Martínez, siempre eficaz para llevar a buen puerto empeños en los que batutas más bisoñas seguramente naufragarían. El maestro granadino cuenta con experiencia de sobra para desvelar toda la riqueza en la magna concepción musical que aporta Sorozábal, logrando el adecuado equilibrio entre foso y escenario. Gran defensor de la partitura, estuvo además siempre pendiente de las necesidades de los cantantes, marcando entradas, intentando no cubrirlos, ... No disponemos, en la actualidad, de muchos concertadores de este calibre, con su experiencia, sabiduría y don de gentes.
Al inicio, se le dedicó la función a una colaboradora recientemente fallecida del figurinista Pedro Moreno. Tampoco hubiese estado de más que se recordara, también, al tenor Guillermo Orozco, que acaba de desaparecer. Un olvido poco justificado.
Comentarios
tracking