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03 de mayo de 2024

Modric y Benzema celebran un gol

Modric y Benzema celebran un golAFP

Benzema y Modric, los mineros que perforaron el PSG para derribar su apariencia

El trabajo intenso y silencioso del Real Madrid, liderado por el francés y el croata, terminaron por eliminar más de una hora de dominio parisino

Quizá creamos estar viendo los mejores años de Benzema, y quizá no lo sean. Casi una década como escudero silente pueden haber dado esa sensación. La apariencia casi nunca suele ser verdad. El aparente acostumbra a ser mentira, salvo los más grandes. Una apariencia llamativa principia a encerrar un vacío que pocos ven. La discreción es una virtud poco práctica que además tiende a ocultar el valor real. Saber distinguir a un aparente mediocre y a un discreto talentoso es virtud del sabio.

La discreción del talento

Benzema ha sido por diez años un aplicadamente discreto talentoso, cuya extroversión ha saltado cuando se le necesitaba. Benzema siempre ha agradecido el amor paterno de Florentino Pérez. Otros no lo supieron hacer. Y Benzema está ahí, al fin, como el enorme jugador ninguneado en su discreción por el mediocre, explotándole en la cara con todo el crisol de su talento. El miércoles, como tantas veces, bajaba Benzema hasta los medios y más allá para guiar al Madrid despechugado como en el cuadro de Delacroix. Y todo el Madrid le seguía.
Danilo intenta controlar el balón ante Benzema y Modric

Danilo intenta controlar el balón ante Benzema y ModricAFP

A él y a Modric, el «10» más grande de la última década. El «9» y el «10». Pareció durante 60 minutos que todo eso era inútil con la presencia del monstruo Mbappé, uno de esos pocos futbolistas cuya apariencia se corresponde con su grandeza. No parecía posible superar ese dominio azul oscuro, casi negro, que se cernía sobre el Bernabéu. Pero allí seguían trabajando como en una mina, negros de hollín, exhaustos, bajando y subiendo en el penoso elevador junto a sus nueve compañeros, o junto a los treinta de todo el equipo incluyendo a los técnicos y demás.

El gato había estado merodeando a la montaña Donnarumma y le robó el pescado

Estaban casi desahuciados por las apariencias, pero siguieron. Todos. Un equipo entero. Todo un Real Madrid picando en la roca bajo tierra dirigidos por Benzema y Modric, que sabían algo. Sabían que aún les quedaba una oportunidad, pese a las apariencias, siempre las apariencias. Las apariencias el Madrid se las mete en el bolsillo para poder pensar y luchar con claridad. El gato había estado merodeando a la montaña Donnarumma y le robó el pescado para empezar a demoler la mole parisina. Después de picar durante una hora había llegado la hora de empujar.
Benzema celebra un gol

Benzema celebra un golAFP

El París estaba roto, picado, sin saber qué le pasaba por dentro, comido, devorado, para gritar ¡tímber!, cuando Modric decidió encaramarse a su cumbre y desde allí gritar con su voz de mayordomo de Drácula que la Copa de Europa era suya. Suya y del Madrid y de Benzema. Solo dos minutos más tarde el francés volvió a vencer a la montaña como con un taco en la pierna. El balón se coló igual que en un agujero de billar y la apoteosis de la discreción triunfó una vez más ante los ojos de todos y ante el equipo más aparente y vacío del mundo. Era el gol 309 de Karim con el Real Madrid, que superaba a Di Stéfano. A Di Stéfano. Hace años le gritaban: ¡Miau! Los aparentes, claro.
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