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03 de mayo de 2024

Vinicius conduce el balón entre Benzema y Unai García

Vinicius conduce el balón entre Benzema y Unai GarcíaEFE

Real Madrid 0-0 Osasuna

El Madrid no logra entrar en el castillo de Osasuna

Los blancos protagonizan un partido que sujetan los rojillos gracias a una interpretación sobresaliente

El mejor jugador de septiembre y del mundo dejaba su trofeo lucir sobre la yerba del Bernabéu. Camavinga brincaba muy pronto como con un saltador de muelle de aquellos con los que jugaban los niños antiguos con calcetines largos y pantalones cortos. Asensio y el francés removiendo los medios como el azúcar de un yogur natural. Al contrario que ante el Barcelona jugaban los blancos alrededor del área rival. Todos metidos arriba como si por detrás no hubiera nada, sólo un belga espigado y guardián con piernas y brazos de chicle.
La coleta de Eduardo parecía un gatillo al correr. Un gatillo que producía ráfagas de alegría adolescente de la que parecía contagiado Asensio, como si oliera su espíritu en una especie de nirvana. Se acercó tímidamente Osasuna y la defensa madridista se cerró como una planta carnívora. Ese es el sistema defensivo de Ancelotti: no tiene orden aparente, se muestra sobre el campo aparentemente inofensiva y de pronto se cierra y devora al insecto. Luego suceden cosas como que Militao, el defensa central, saca la pelota como un gato doblando una esquina mientras Casemiro le mira y le cubre las espaldas.
Hay una especie de caracterización hermosa en esa interpretación carlettiana. Intentaban lo suyo los de Jagoba, que es nombre de planeta de La Guerra de las Galaxias, pero enseguida el Madrid se ponía donde Herrera casi al pestañear.
Le faltó un paso a Marco para darle un punterazo fenomenal a un pase espléndido de Carvajal. Hoy en día hacen falta tres futbolistas para parar a Vinicius y se va poniendo de moda el carrerón central de Asensio, sin frenos, convertido en David Grohl a la batería para dar entrada, en esta ocasión, a Kurt Camavinga, que llegó tarde. Vinicius hizo la de del Buitre contra el Cádiz, pero en brasileño en vez de en madrileño. La ansiedad en él ya no es ni un recuerdo y manda, allí en su esquina, parando el tiempo.
El dominio del Madrid era abrumador en apariencia, pero los rojillos cerraban muy ordenados todas las ventanas. Y no era abrumadora la sensación de peligro, su inminencia, que sin embargo parecía estar a punto de llegar en cualquier momento. Un trallazo de Militao para desperezarnos, así, como quien no quiere la cosa, precedió a un bonito disparo de Vini que desvió Herrera con la manopla.
Carvajal era un ariete lateral. Debía sentirlo Osasuna como si trataran de echar abajo por allí a cada jugada el portón del castillo. Se encontraron unos minutos los pamplonistas, más allá de su perfecto ejercicio de contención, pero volvió a perderlos el Madrid como obligándoles dulcemente a cerrar los ojos y dar vueltas mientras Toni Kroos, don Antonio, estaba en el campo. Sólo el estar de Toni, el poder verlo mirar y ordenar, es un lujo prohibitivo que los madridistas nos podemos permitir.
Como hacían falta tres jugadores para contener a Vinicius, pues siempre había tres jugadores tratando de contener a Vinicius, muy tapado, pero siempre acechante, al contrario que Mendy, quien se movía por una especie de limbo aéreo, como de helicóptero de vigilancia al que quizá había que pensar durante el descanso en armar con ametralladoras ante la ausencia de oportunidades de gol.
En el reinicio ya no estaba Camavinga, desaparecido paulatinamente por partes durante la primera mitad como si estuviera en la foto de familia de Marty McFly. Casi desaparece la serenidad del Madrid en una contra rojilla fulgurante que fue a dar en el palo. Había que empezar a preocuparse con esos sustos. Remató Benzema una dejada de empeine en el área de don Antonio que se estrelló contra el muro osasunista. Un muro de verdad, movible, como el de un jugador de tetris avanzado.

Asedio madridista

Otra vez el asedio madridista. Rodrygo era como un corazón. El órgano recién aparecido del que el cirujano Jagoba trataba de apagar con urgencia su latido. El Madrid tenía que inventar algún verso para sobreponerse al libraco osasunista. Lo ensayó Benzema con dos recortes y un chut que rozó la cúspide de la escuadra.
Intensificaba el sitio el Madrid instalado en el área contraria. Había una movilidad madridista inusitada y gozosa. Asensio se multiplicaba examinando todos los rincones. Parecía secarse un poco el rigor visitante ante la pujanza local que lo intentaba todo. Benzema se esquinaba, Militao hacía levitar la pelota, Mendy se abría, Kroos blandía la batuta igual que se le movían los pelos de director de orquesta. Aguantaba Osasuna con un peligro terrible, mortífero en su resistencia. Salieron Marcelo, Hazard y Lucas por Carvajal, Mendy y Asensio. Había algunas leves señales de insuficiencia en los de Jagoba, Arrasate, para más señas.
Metía el Madrid fichas a la ruleta como un descosido y en el ínterin se sucedía la ocasión de Osasuna. Jugaban los blancos con tres defensas, más Casemiro, mientras Marcelo esperaba con lo que le queda en los tres cuartos. Aquello era una audacia porque abría un telón invisible hasta el momento para los de Pamplona. Dejaba jugar el árbitro un partido durísimo, de un nivel sobresaliente.
Probó Casemiro el gol de Aragón, pero se le fue marchando la pelota a la derecha. Cada equipo seguía intentando lo suyo. Resistiendo Osasuna. Resistiendo el Madrid a pesar de todo. Seguía esperando Marcelo, quien había venido para picotear los restos. Y era cierto. Marcelo andaba suelto. Todo lo demás parecía agotado. Las mentes y los cuerpos.
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