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26 de abril de 2024

Rafael Nadal durante su partido de cuartos de final en Australia frente a Shapovalov

Rafael Nadal durante su partido de cuartos de final en Australia frente a ShapovalovGTRES

Aquellos (estos) maravillosos años de Nadal

La etapa como deportista del tenista español, uno de los más grandes de la historia, se estira hasta límites insospechados, a pesar de su cuerpo maltrecho, gracias a una cabeza privilegiada

Casi los más viejos del lugar recordarán a Kevin Arnold, el niño protagonista de la serie Aquellos Maravillosos Años, que contaba su infancia y su amistad con su amigo Paul Pfeiffer y su amor por Winnie Cooper. Todos quisimos un poco (o un mucho) a Winnie Cooper en todos esos capítulos cuyas imágenes parecían diapositivas de nuestra propia vida que nos introducía Joe Cocker interpretando esa versión de Los Beatles de With a Little Help from My Friends.
Ver a Nadal en semifinales del Open de Australia con 35 años, con el pie partido, las rodillas desechas y un sinfín de pequeñas dolencias producidas por el desgaste tras diecisiete años en la la más absoluta élite del tenis es un poco como ir asistiendo al final de The Wonder Years. Unos años maravillosos que continúan para alborozo de los que le hemos visto competir durante todo este tiempo. Porque Nadal es como una serie. Nadal nos ha hecho reír, sufrir, llorar, emocionarnos, gritar o saltar y luego querer ver el siguiente capítulo.
De su lesión crónica en el pie, que a punto estuvo de derrumbar su carrera en el inicio, al dominio incontestable de la tierra. Y de la tierra, como un abnegado campesino, a cultivar la hierba y el cemento. Poco a poco. Su adaptación en vivo a la hierba progresivamente seca de Wimbledon fue digna de una novela aparte. 
Rafael Nadal en Wimbledon 2018

Rafael Nadal en Wimbledon 2018GTRES

Los tendones rotulianos temblándole y él agachándose para golpear esa bola rasa, maldita, y bendecirla, mimetizándose en el terreno hasta doblegar al mismísimo Federer. El rey de la tierra consiguió ser el rey de la yerba también, al estilo de Borg, superando al más grande de siempre sobre este terreno en el que para muchos es el mejor partido de tenis nunca visto.
Puede que los haya habido mejores. Y también protagonizados por Nadal. El morador de las arenas que se hizo de pasto y de cemento en una transformación nunca antes vista. No exenta de esfuerzo, de sufrimiento y de dolor. El cemento le destrozó las rodillas debido a la forma de jugar que modificó para llegar hasta aquí. 
Cada año un avance, una modificación metódica, una incorporación. Ese es el gran triunfo del mallorquín, al que él mismo suele referirse con frecuencia. Un paso más siempre. Esa mala salud esquiva a la que ha ido venciendo con el pensamiento, aguantando dolor como lluvia, igual que a sus rivales. Nadal es una serie o una novela que hemos visto o hemos leído durante más de tres lustros, como esas diapositivas de los títulos de crédito de Kevin Arnold. 
Es posible que nunca veamos nada igual. Vino a Australia y ganó en Melbourne y ahora en su segundo Grand Slam en número de victorias parciales está en semifinales superando los cuartos de los dos años anteriores. Tras una operación y casi cinco meses sin competir. No se recuerda a ningún deportista que haya vuelto jamás de una lesión como Nadal. Sería increíble si no hubiéramos visto en él antes demostraciones semejantes, aunque nunca deje de sorprender. Iguala a Connors, Agassi y Federer como el tenista con más temporadas de diferencia entre la primera semifinal de un Grande y la última: diecisiete.
Juega contra jugadores quince años más jóvenes. Y les gana. Ahí queda Shapovalov, con los nervios destrozados en el quinto set tras remontar dos. Y antes Kachanov. Nadal tiene un catálogo de recursos guardado en el caletre justo cuando más necesarios le son ahora que su cuerpo renquea, aunque no se note. Es el dominio de la mente. La sensatez, la clarividencia de la madurez. Un sabio anciano tenístico que despliega su cultura sobre las pistas de tenis del mundo.  
Aquí se escribió que su tío y entonces entrenador, la víspera de la final de 2009, su único triunfo final en la Rod Laver, le dijo que probablemente no se volvería a presentar la oportunidad de ganar allí, pero este viejo Rafa persigue la gesta de negar esa predicción que de momento se ha cumplido a pesar de la porfía del héroe, el Kevin Arnold que nos ha ido contando su juventud a través del tenis, y ahí sigue, como si fueran diapositivas de nuestra propia vida.
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