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03 de mayo de 2024

José Víctor Orón Semper

José Víctor Orón SemperCedida

Entrevista a José Víctor Orón Semper

«He oído a profesores de infantil hablar como los de bachillerato: 'es que aún no he dado los colores'»

  • El autor de La cuna de la humanidad explica que la educación afectiva «consiste en descubrir que lo propio de la relación interpersonal es el amor»

  • ​«Existen muchas falsas creencias acerca de lo que parecen ser 'cosas de niños'»

La educación es la base del comportamiento humano y ejerce de pilar fundamental en nuestra sociedad desde las edades más tempranas. Con ella, los más pequeños pueden convertirse en autores de sus vidas, pero para progenitores y educadores surgen dudas constantes sobre cómo hacerlo.
Por ello, el asesor educativo en la Universidad Francisco de Vitoria y colaborador de El Debate, José Víctor Orón Semper, ha querido explorar un enfoque revolucionario que desafía las convenciones tradicionales sobre la crianza y la educación en su libro La cuna de la humanidad. Orón dirige en la actualidad Acompañando el Crecimiento, dedicado a la formación de educadores y creación de recursos de tutoría y acompañamiento de los alumnos.
–¿Qué significa el título del libro?
–En el proceso de investigación, que me ha llevado más de tres años, he ido estudiando a los grandes psicólogos y psicoanalistas y me he quedado con aquellos que tienen una mirada amplia sobre el niño. Uno de ellos es Peter Hobson, que en su libro The craddle of thought (La cuna del pensamiento) explica de una forma soberbia cómo emerge el pensamiento y, en particular, el razonamiento en el niño. Todo un gusto leerle. El título de La cuna de la humanidad hace referencia a ese libro, pues es en esa misma etapa de la vida cuando los humanos aprendemos a vivir como tales. En la cuna se gesta todo. Ciertamente la persona es siempre persona, pero no siempre vive como tal. En esos años aprendemos lo más importante de nuestra vida: qué significa ser persona. Winnicott, un reconocido psicoanalista, decía que «el niño es el padre del joven y del adulto» para señalar la relevancia de esta primera infancia.
–Habla de psicólogos de mirada abierta y de mirada cerrada. ¿A qué se refiere con esas expresiones?
–En psicología y psicoanálisis te encuentras de todo. Existe una mirada, más o menos extendida, de que, básicamente, lo único que hace el niño es responder a estímulos y que, si algo le importa, es su propia constitución. Hay quien llega incluso a decir que todos pasamos por una etapa autista. Esta sería la mirada pobre. Otros autores, que son los que el libro va recorriendo, descubren que el niño está 100 % activo, incluso desde antes de nacer, que está a la búsqueda del encuentro con el otro y que todo lo pone a tal servicio. Es un activo constructor –mejor dicho, co-constructor– de la experiencia de compartir la intimidad con quien le cuida y es así como se produce su crecimiento.
–Al señalar el título del libro resaltaba la importancia de los primeros años. Alguien podría pensar que «está todo el pescado vendido». ¿Sería esto una lectura fatalista?
La vida siempre está abierta, así que nada de fatalismo. Precisamente porque la persona nunca deja de ser persona, siempre le es posible introducir novedad y crecer. Lo que se quiere señalar es que no se puede caer en la ingenuidad de decir «yo nazco hoy». No. Todos los que leemos esto ya hemos nacido y, probablemente, hace bastante tiempo. Sin pretender ser fatalista, sí que hace falta resaltar lo cruciales que son esos primeros años de vida.
–Uno tendería a pensar que se trata de un libro de psicología y psicoanálisis. ¿Es así?
–Ni la psicología ni el psicoanálisis tienen capacidad de explicar a la persona sin asumir una antropología determinada. Por eso el libro es altamente antropológico, aunque, en realidad, lo que quiere es moverse en el ámbito educativo. Así pues, lo que he hecho es estudiar a los psicólogos y psicoanalistas que tienen una mirada abierta sobre la infancia y –asumiendo una antropología que entiende al ser humano como una persona singular, única y libre en el encuentro con otras personas– formular una propuesta educativa.
En Acompañando el Crecimiento, donde se puede adquirir el libro, llevamos años trabajando en la formación de educadores y generando materiales para niños y jóvenes. En concreto, hemos trabajo durante años con colegios de infantil, donde las profesoras reclamaban un libro centrado en esta primera infancia. En este libro, desde el modelo educativo centrado en la persona, formulamos una propuesta para la educación de la infancia. Es un libro tanto para familias como para colegios que se preocupen por la educación infantil.
–El libro se puede leer de dos formas: una dirigida a aquellos educadores de menores de cinco años y, otra, a todo aquel que busque conocer las claves del crecimiento a cualquier edad. ¿Por qué esta distinción?
En esa época de nuestra vida se ponen las bases de la humanidad tanto por las experiencias que vivimos como por la educación que recibimos. Por eso, si queremos que la educación sea una experiencia humanizadora, resulta altamente interesante conocer cuál es el estilo educativo que nos hace crecer.
Existen muchas falsas creencias acerca de lo que parecen ser «cosas de niños». No se trata de eso, sino de cosas de nuestro ser y vivir como humanos. Lo que cambia con la edad son las formas, pero no las dinámicas. Cuando un niño no consigue lo que quiere, podría parecer que su rabieta es «cosa de niños». Sin embargo, descubrimos que cualquier persona, cuando es superada por lo que vive lo que hace es bloquearse. En esa situación, usa los recursos que tiene a la desesperada. En el caso del infante, estos son únicamente el lloro y el movimiento de brazos y piernas, ¿pero en qué se diferencia eso de un ejecutivo que se ve superado por lo que otro hace y planifica una venganza servida en plato frio? Si lo miras con detalle, lo que cambian son las formas, pero no las dinámicas interiores. Conocer las dinámicas humanas a través de las manifestaciones formales de los niños –que es lo que intenta hacer el libro– nos da pistas para todas las edades y situaciones.
–¿El libro tiene como fin educar «bien» a un niño?
–Me da un poco de miedo responder «sí» a esa pregunta pues, aunque no lo dices, pareces presuponer que se sabe a ciencia cierta lo que constituye el bien para otra persona. Si la persona es singular, también lo es lo que le hace bien, lo cual impide aplicar ideas generales acerca del bien. La educación se basa en la confianza en el niño. Uno descubre que no tiene que ir llevando al niño a ningún lado, ni tiene que enriquecerle, sino propiciar que salga lo mejor de su persona. Y lo mejor de cada uno no son las capacidades que tiene, sino él o ella mismos; y eso solo lo descubre cada uno en el encuentro con los demás.
Aunque hoy existe una maniática obsesión de tratar a las personas como cosas, conviene salir de ese esquema. Cuando se trabaja con una cosa, uno sabe lo que tiene que ocurrir y a dónde tiene que llegar esa cosa, pero ¿quién sabe a dónde tiene que llegar uno? La clave no es tanto qué se espera de un niño que crece, sino qué le voy a ofrecer como educador para que él o ella pueda salir y expresarse en su singularidad, novedad y libertad en el encuentro con los demás. Dicho en términos educativos, centrarse en el perfil de salida del alumno es un error muy común, pues es mucho más importante definir qué experiencia se le va a ofrecer para que pueda descubrirse y expresarse como persona.
–¿Qué claves nos puede proporcionar para que los menores sienten las bases del aprendizaje y el desarrollo de la percepción, la inteligencia y la voluntad?
–Una clave fundamental es conocer la forma en la que los niños se acercan a la realidad. Ellos van de lo general a lo particular, mientas que los adultos –con nuestra mentalidad analítica– solemos ir de lo particular a lo general. Y lo más general es siempre la relación interpersonal. Cuando se empieza una nueva actividad, el adulto se pregunta: «¿qué vamos a hacer?». Y tal vez responda: «aprender lo colores». En cambio, aunque no sepa formularla, la pregunta que el niño tiene en su interior es: «¿Quién eres tú para mí?». Por eso, cuando el niño descubre que se le busca como persona, irá también entrando en el hacer y, además, usará lo que haga para buscar el encuentro interpersonal.
Los niños nos descubren nuestra naturaleza pues, aunque el adulto se muestra fuerte con su mentalidad analítica, la pregunta que siempre se hace al encontrarse con alguien, incluso sin ser consciente de ello, es: «¿estoy ante un amigo en quien confiar o ante un recurso (o incluso enemigo) a quien usar o controlar?» Según como se responda esta pregunta, se establecerá uno u otro tipo de relación.
Lo primero que definimos es el estilo relacional. Después, cuando uno descubre que está ante un amigo en quien puede confiar, empieza el acto educativo por el que se transforma el mundo para el encuentro interpersonal. Además, en esa transformación del mundo, nos transformamos nosotros mismos.
–¿Por qué es la educación afectiva la base de toda educación?
–El libro propone «la educación en la afectividad» como la base del aprendizaje y el crecimiento. Y, después de eso, es cuando se desarrolla la educación de la percepción, el sentir, la inteligencia, la voluntad, etc. La educación afectiva consiste en descubrir que lo propio de la relación interpersonal es el amor. Se enseña qué quiere decir querer a alguien. Tristemente, cuando esto no se hace de forma adecuada, se producen las grandes malformaciones del amor que, básicamente, suponen usarlo como moneda de cambio para conseguir que el niño haga lo que al adulto le interesa. Con esta sobreprotección solo se consigue generar una dependencia afectiva en el niño. La propia naturaleza del niño enseña a los adultos qué es querer. Querer es la finalidad natural y humana de toda acción: el encuentro de intimidades.

Cuando el niño dice «hiiiii» y la madre le dice «hombre, si tenemos un poeta en casa», se abre un mundo insospechado

Para que esto se dé, el niño tiene que vivir una doble experiencia: la de asimetría emocional y la de ver el amor logrado en sus padres. La asimetría emocional consiste en que el niño perciba la estabilidad de la relación con su educador en medio de la variabilidad de sus propias emociones. Pensemos en dos escenarios. El primero sería de simetría emocional: Si el niño está nervioso, los padres están nerviosos y, si el niño está tranquilo, el niño está tranquilo. El segundo escenario es el de asimetría. Significa que, si el niño está tranquilo, los padres están tranquilos y, si el niño está nervioso, los padres permanecen tranquilos, mostrando la estabilidad de la relación. En el modelo de simetría, el niño, sin ser inicialmente consciente de ello, acaba pensando que él o ella es sus estados emocionales. El niño se llena de temor, pues lo que él o ella viva condiciona la aceptación o rechazo de los padres. En cambio, en el modelo de asimetría emocional, el niño acaba pensando que él es más que sus emociones, que las emociones son cosas que pasan, pero que sus padres se centran en él y no en lo que siente. Años más tarde, las personas que han vivido en simetría emocional sienten la necesidad de regular y controlar emociones, mientras que los que han vivido en asimetría emocional no sienten tales necesidades, sino más bien la necesidad de conocer su interior.
Por otro lado, que el niño vea el amor logrado de sus padres es que descubra la estabilidad de la relación entre ellos a pesar de todo lo que estén viviendo, es decir, que entre los adultos también se dé la experiencia de asimetría, no solo emocional, sino de cualquier tipo. Tanto si se siente o se piensa de una forma u otra, si se tienen unos planes u otros o si hay o no entendimiento, los adultos apuestan por la relación y el cuidado de la misma. Sobre esta base, todo lo que se construya tendrá buen término.
–¿Cómo resumiría en pocas palabras el mensaje del libro?
–El resumen sería que la clave de la educación es el diálogo de intimidades. Cuando el niño dice «hiiiiiiii» y la madre le dice «hombre, si tenemos un poeta en casa», se abre un mundo insospechado. Es decir, cuando uno de los dos se comunica con el otro, y el otro le muestra el eco que se produce al sentirse alcanzado en cuanto persona, el niño entra en un estado de elación o exaltación de su interior. El niño manifestará esta exaltación con nuevos movimientos y sonidos. La madre, al ver tal expresión, mostrará la profunda alegría de descubrir que está en contacto interior con su hijo. En ese momento se produce una revelación: el otro me ve, yo le veo, sé que le veo, sé que me ve, sé que ve que le veo, sé que veo que me ve: nos vemos. No me refiero a una visión física, sino a sentirse conocido y reconocido en el interior del otro.
Como el niño querrá aumentar su diálogo, se esforzará muchísimo en depurar su forma expresiva, adquirirá un sinfín de capacidades para ganar en calidad en este diálogo y en su encuentro de intimidad con el otro. Dicho en el lenguaje de hoy en día: el niño adquirirá competencias. Y así el niño significará este mundo.
Se puede dialogar con el juego y, para jugar más intensamente, se adquirirán más y más competencias. Las competencias son siempre recursos, instrumentos, medios; nunca pueden ser finalidades. Eso es lo humano. Eso lo han dicho los grandes filósofos de la educación.
Se buscan finalidades, propuestas de sentido. Por ello, buscar la competencia es hacer el ridículo, pues la competencia se alcanza como efecto o resultado de buscar el encuentro interpersonal. Y esto es ley de la naturaleza humana con independencia de la edad.
–Se centra en la vida desde los -0,75 hasta los 5 años. ¿Cómo valora el sistema educativo en esa franja de edad? ¿Se debe cambiar o reforzar?
–Pues, con dolor, he de decir que lo más fácil de encontrar hoy en día en esos años es la manipulación afectiva y la instrumentalización de la relación. Muchas veces, los docentes van poniendo caritas sonrientes cuando el niño hace lo que el adulto espera, es decir, entran en una simetría emocional. El niño, por salvar la relación, se adaptará a las expectativas del adulto. Se siembra así una bomba de relojería que no se sabe cuándo explotará. Puede hacerlo en la adolescencia, cuando la persona se harte de vivir para otros, o en la vida adulta, con una depresión, cuando la persona descubra que está viviendo la vida de otros y que nunca se le ha buscado a ella en cuanto ella.
Se hace así a los niños auténticos drogadictos de la recompensa social. Y cual drogadicto con su síndrome de abstinencia, los niños van pidiendo al adulto su dosis de recompensa social, solicitando confirmación a todo lo que hacen: «¿Lo he hecho bien?».
He oído a profesores de infantil hablar como los de bachiller al ver que les falta tiempo para acabar el programa: «es que aún no he dado los colores»; «es que aún no han hecho ni una letra». Ponen al niño al servicio de la tarea, en lugar de poner la tarea al servicio del niño. Exactamente igual que un adulto empresario puede poner su vida al servicio de su proyecto, sin saber poner el proyecto al servicio de la vida compartida.
Se necesita un cambio, y el cambio fundamental es ver al niño como persona. No hagas con un niño lo que no harías con un adulto. El niño no es tonto. Otro consejo sería: no busques estimular al niño con cosas; tú eres su mejor estímulo. ¿Qué diferencia hay entre un niño que no sabe perder en una carrera, un joven que no saca las oposiciones o un catedrático al que critican su libro? Las dinámicas son las mismas. Insisto: hay mucho en juego. Hay muchas cosas que decir, pero para eso está el libro.
El error en educación no es siempre una falta de cariño hacia los niños. De hecho, puedo decir con toda tranquilidad lo contrario: se les quiere mucho. Pero los adultos vivimos inmersos en un ambiente individualizado e instrumentalista. Hemos respirado eso y, sin darnos cuenta, eso es lo que promovemos, haciendo daño tanto a los niños como a nosotros mismos.
El cariño no basta; urge que el educador se descubra él mismo como persona y que vea al niño como persona. En ese sentido, los niños pueden salvar a los adultos, pues, con cada niño que nace, se nos abre la posibilidad a los adultos de recuperar nuestra humanidad. Los niños enseñan a los adultos qué significa vivir como humano.

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