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03 de mayo de 2024

Crónicas castizas

En automóvil y 'aventao' por la vidaGustavo Morales

Crónicas castizas

En automóvil y 'aventao' por la vida

Los coches de antes tenían un invento que se llamaba acelerador de mano, un mecanismo que fijaba el pedal del acelerador en una posición concreta y que nada tiene que ver con los actuales sistemas de control de velocidad

Desde la noche de los tiempos las relaciones de pareja, como se dice ahora, han pasado por buenos, malos y peores momentos. Las historias que nos han dejado muchas veces superan con mucho la ficción. En el siglo pasado, dos amigotes –Manolo y Eugenio para más señas–enamorados de los coches antiguos, a la par que exploraban los desguaces de San Martín de la Vega en busca de alguna joya con cuatro ruedas o piezas para sus cacharros, se trabajaban la revista Segunda Mano en la búsqueda de alguna rareza o de un chollo.
En una de sus habituales pesquisas en la sección de coches de segunda mano en venta apareció antes sus ojos incrédulos: «Mercedes 500, un solo propietario, 30.000 kilómetros, siempre en garaje, impecable, precio 5.000 pesetas (traducido a euros, 30)». Comentaron el anuncio convencidos de que había un error en la cifra. Tras pasar la tarde brujuleando, Manolo, ya en casa, no resistió la tentación y llamó al anuncio desde el fijo de su casa, pues en aquel tiempo los móviles no habían llegado a nuestras vidas. Cogió el teléfono una voz de señora ya entrada en años:
–Buenas tardes, llamaba por el anuncio del Mercedes 500.
–Ya está vendido, lo siento.
–Perdone que le haga una pregunta, el precio estaba mal, ¿verdad?
–No, estaba bien.
–Pero, entonces, es que el coche estaba para desguace.
–No, no, estaba muy bien, mi marido Pepe lo tenía desde hacía menos de un año.
–Perdone, pero entonces no entiendo el precio.
–Pepe, que en gloria esté, tenía una amiga desde hace unos años. Ya sabe usted como son los hombres. En su testamento dejó dicho que se vendiese su Mercedes y se le entregase el dinero de la venta a esta chica, y eso lo que he hecho.
El futuro dentista, de Lepe, para más señas, y de apellido Camelo, estaba en Toledo haciendo el curso de sargento de IMEC. Unos amigos, tres, aprovecharon el fin de semana para ir a verle a la Ciudad Imperial y de paso darse un garbeo. Toledo, como buena ciudad medieval, tiene un trazado irregular, con calles y callejones, y en las que era y es difícil aparcar.
Tras apretarse unas cervezas con el sargento Camelo regresaban los amigotes más felices que un legionario en día de paga cuando vieron pasar un coche verde, como el suyo, que estaba siendo llevado por la grúa municipal. El trío de lupulinos comentó la put… entre risas hasta que uno de ellos se fijó en la matrícula para comprobar que era su coche. Siguieron a la grúa por las callejuelas de Toledo, como si fueran presos camino del cadalso, hasta el depósito de la policía municipal, donde a duras penas pudieron juntar la cantidad necesaria para recuperar su bólido.
Los coches de antes tenían un invento que se llamaba acelerador de mano, un mecanismo que fijaba el pedal del acelerador en una posición concreta y que nada tiene que ver con los actuales sistemas de control de velocidad. Un fulano se compró uno de aquellos jeeps Ebro amarillos tan populares en los 80. Haciendo el memo en un descampado, ponía el acelerador de mano, y jugaba a subirse y bajarse del coche en marcha. En una de estas operaciones acabó de morros en tierra, y el jeep que no tenía conciencia de haber perdido a su amo, siguió tan tranquilo marchando sin conductor. La gracia costó al propietario una carrera de las buenas y subir de cualquier manera por la rueda de repuesto trasera del coche. Poco más y el coche cambia de provincia sin necesidad de conductor.
Crónicas castizas

Gustavo Morales

Los aficionados a los coches viejos son una fuente de historia. Uno de estos, al que su mujer, maña, por más señas, le dice que se va a matar, pues va «aventao» con tartanas con más de 70 años, coches de su edad, iba un sábado temprano camino de Valladolid, a bordo de un Mercedes cupé 5 plazas de los 60 que, a punta de gas, alcanzaba los 140 sin mucho problema. Ya cerca de Valladolid la Guardia Civil de Tráfico, que están en todo, le dio el alto. Le calzó una papeleta por exceso de velocidad y para más escarnio del conductor el guardia de tráfico, entre bromas y veras, le afeó su conducta: «¡No le da a usted vergüenza ir a esta velocidad con un coche que tiene más edad que usted!».
Un aficionado al tiro olímpico, veterinario para más señas, estando en un campo de tiro legal y reglamentario, se pegó un tiro en un pie. El amigo con el que había ido a tirar no tenía carnet de conducir, por lo que fue necesario reclutar entre los tiradores del club un chófer para llevar al herido al hospital. Cualquier herida de bala que llega a un centro sanitario rápidamente despierta las sospechas de la Guardia Civil. Al subir al coche del ambulanciero voluntario ambos amigos, herido y sano, iban comentando la historia iba a contar al llegar al hospital.
El herido, en caliente, hablaba con tranquilidad al tiempo que decía que no le dolía casi nada. Pero cuando la herida se enfrío comenzó a chillar como un cerdo en un matadero. El conductor, sin inmutarse sacó una luz azul de la guantera, la puso el techo de su automóvil, encendió la sirena y, ante la expresión de sorpresa del herido y acompañante, les dijo, «soy guardia civil». Al parecer, desde aquel día, entre ellos existe una más que buena amistad.
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