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03 de mayo de 2024

Ilustración Yolanda Díaz

Ilustración Yolanda DíazPaula Andrade

El Perfil

Yolanda, la ignorancia viste de Prada

Guarda en su armario, además de las marcas caras que usan los empresarios a los que quiere imponer un impuesto de por vida, algún turbio asunto

Yolanda Díaz Pérez, gallega de Fene de 52 años, tiene dos vidas, incluso físicamente. La primera data de cuando esta hija de un gerifalte sindicalista lucía en su despacho de abogada laboralista en Ferrol aspecto descuidado, y pelo y ropa color mosca. Es entonces cuando comprueba con preocupación que su solvencia no la puede llevar muy lejos y las minutas del despacho no colman su indisimulada ambición. Así que en 2003 opta por jugar al poder y se presenta a la Alcaldía de Ferrol; tendrá que conformarse con una concejalía, de donde salta a liderar desde su querido PCE la coalición IU. Dos años después, sube la apuesta y opta a presidenta autonómica y cero patatero (literal, porque consiguió cero escaños en los comicios de 2005 y 2009). Su tabla de salvación la halla arrimándose al patriarca nacionalista Xosé Manuel Beiras, a cuya sombra logró colarse por fin en el Parlamento gallego.
Es entonces cuando arranca su celebrada reencarnación. Aparece en su vida (realmente en la de Beiras) un tal Pablo Manuel Iglesias Turrión, al que se suma de forma oportunista, porque ve venir a los movimientos populistas de las mareas que exprimen con éxito electoral la angustia de los españoles, y entre ellos de los gallegos, en la pavorosa crisis que comienza en 2008. Con ese nuevo paraguas y bajo la protección del macho-alfa de Podemos, se mete de hoz y coz en la Carrera de San Jerónimo y, para que quede bien reflejada en los anales de la Historia, adorna su testa privilegiada con suaves mechas y ondas al agua, dando comienzo a un proceso de pijificación digno de Vogue, que la ha llevado a creerse la Carrie Bradshaw de la hoz y el martillo. Del octogenario Beiras no quiere saber nada a partir de su metamorfosis, una vez que ha conseguido saltar a Madrid. Un caso de libro de felonía política que no olvidará el político gallego. «Fue la primera persona que me traicionó», se lamentó en 2017 el exlíder del BNG.
Esa otra Superyol, rodeada de estilistas y pluriempleada en las tiendas chic de la capital, empieza a destacar con su verbo infantil, su ignorancia envuelta en verborrea de celofán y sus modos de abeja maya entre la cochambre podemita. Así que en la corte de Galapagar deciden convertirla en ministra de Trabajo, aprovechando la debilidad de Pedro Sánchez que tiene que admitir a cinco ministros morados a cambio de ser investido tras los comicios de 2019. La camarada Díaz es aupada al olimpo del periodismo progre, que hace de ella un bluf que ni ella misma, la aprendiz de Sarah Jessica Parker, hubiera esperado nunca. Los medios subvencionados encargan encuestas por kilos para supuestamente valorar la imagen de una lideresa en ciernes, que va a ser –eso afirman sus trompeteros oficiales– la primera mujer presidenta del Gobierno.
Iglesias, que iba a librarnos a los madrileños del fascismo de Ayuso y que terminó con sus huesos en el sofá de su chalé, da la espantada en 2021 dejándola como la ungida, la sucesora de Su Persona, con cargo de vicepresidenta tercera del Gobierno. Pronto descubrirán los marqueses de Podemos y toda su cohorte que la superchula Yoli les ha utilizado y vuela sola. Aunque contaría después que el dedazo de Pablo no le sentó bien, lo cierto es que jamás hizo el más mínimo asco al cargo, que se afanó en usar como plataforma de marketing personal para crear su propio partido, Sumar, que presentó acompañada de un ramillete épico: Mónica Oltra, Ada Colau y Mónica García. Nadie pudo dar más por tan poco.
Tanto que en las elecciones el 23 de julio perdió 700.000 votos respecto al peor resultado de Podemos y cayó siete escaños frente a la suma de UP, Más País y Compromís en 2019. Así que desde el pasado verano solo vive, ante la triste alternativa de volver al despacho laboralista, por reeditar el Franckenstein-2 y cepillarse sin piedad a Ione, Irene y todo lo que huela a su entonces querido partido. Hasta fue a rendir pleitesía a un huido de la justicia española, con la anuencia, eso sí, de su padre, que le dijo que estaba haciendo historia (sic). O estás con ella o con Iglesias. Por eso, la dulce Yolanda ha nombrado a Nacho Álvarez, secretario de Estado y hasta hace poco hombre de confianza del exlíder morado, negociador con el PSOE. Así podía defender que Podemos estaba al tanto de los pactos con Sánchez, cuando lo cierto es que Álvarez se ha pasado al bando de la jefa de Sumar y ya no reporta en Galapagar, que ha emprendido una cacería contra él. Una manera muy refinada de humillar más a Pablo.
Dispuesta a hacer cualquier cosa por ser ticket de Pedro Sánchez en el PSOE es, como su «querido Pedro», una devota del ombliguismo y las fotos: con el Papa, con Unai Sordo, con los subvencionados del cine, cortejando a los empresarios, atacando ridículamente a su homólogo griego, grabando desternillantes vídeos sobre los malvados ricos que van a emigrar de España en cohete, besando a lo Rubiales por aquí o planchando por allá. Y tampoco se le da mal lo de ponerse de perfil: así lo hizo con la nefasta gestión de la pandemia o con los escándalos legislativos de sus enemigos íntimos de Podemos. Su vida por abrir el telediario. Vive de la contrarreforma laboral que ha creado más desempleo en la historia de España, ha mandado a los riders a las listas del INEM y esconde parados debajo de la alfombra de los fijos discontinuos.
Yolanda también guarda en su armario, además de las marcas caras que usan los empresarios a los que quiere imponer un impuesto de por vida, algún turbio asunto de un colaborador en su etapa gallega que no gestionó comme il faut. En privado, donde le reconocen buen trato, confiesa que realmente es socialdemócrata y que romperá su carné comunista cuando su padre muera. No será la primera vez que capitula una militancia cuando otea en el horizonte otro negocio político más provechoso.
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