Mario de las Heras
Corrida del Corpus en ToledoMario de las Heras

La Puerta Grande es de Roca Rey y el Toreo es de Morante

Tomás Rufo tuvo una buena actuación, premiada con una oreja y petición de la segunda, sin lograr rasgar el velo tras el que se encuentran el peruano y el sevillano en el heterodoxo sentimiento de los tendidos

Madrid

Morante de la Puebla al natural

Morante de la Puebla torea al naturalEFE

Imagínese que no hay trofeos concedidos en buena medida por el público. Imagínese incluso que el presidente en la Plaza no toma parte en esto. Imagínese en esa ciencia ficción, pues el público y el presidente son parte fundamental de la Fiesta, y la tauromaquia es la vida misma, que un jurado cualificado con criterios técnicos fijados respecto del aspecto técnico y el artístico, incluidas, por ejemplo, penalizaciones como en el patinaje artístico o la gimnasia artística o la natación sincronizada, es quien decide el trofeo a conceder al matador.

Roca Rey en la lidia de su primer toro

Roca Rey en la lidia de su primer toroEFE

En esa imaginación imposible el torero «campeón» de la corrida del Corpus en Toledo hubiera sido sería Morante de la Puebla, Tomás Rufo hubiese quedado segundo y Roca Rey tercero y último. Pero en el mundo real el resultado fue que en el imaginario y feo podio para lo que ocupa, el primer puesto fue para Roca Rey, el más listo de la clase de los toreros, que no el mejor, ni el más talentoso, ni el más brillante, donde el «jurado» es tan sabio como lego: todo el abanico de los muchos que se agitaban con el duro y mesetario calor asfixiante de la antigua capital imperial de España que Felipe II se llevó al más fresco El Escorial.

Tomás Rufo con la muleta en su segundo toro

Tomás Rufo con la muleta en su segundo toroEFE

Pareció que fue el calor lo que adormeció a los tendidos mayormente soleados del coso toledano a las casi 20 horas que empezó el festejo programado a las 19.30 con un aforo a rebosar y que a pesar de ello no dejaba de llenarse como aquellos Seiscientos de los 60 donde viajaba toda la familia numerosa de vacaciones a casi cuarenta grados de temperatura sin aire acondicionado. Eso era la Plaza de Toros de Toledo: un Seiscientos donde todo el mundo gritaba, por unas cosas o por otras, como si le estuvieran metiendo el codo en las costillas.

Lo que metió Morante no fue el codo en las costillas de nadie sino al primer toro en el capote a ratos, pero qué ratos. No los hay en el mundo como estos, pero no calaron, como secados por la calina antes de empapar, y bien que hubieran podido con solo recordarlas al final, ese par de verónicas, pero la calorina las hizo olvidar. El de La Puebla (que iba de oro como la Custodia de Arfe, de oro y buganvilla) quería y se notaba. Se puso en ese sitio casi nuevo, el que lleva a la cumbre, y por momentos pareció que podría alcanzarla, de hecho la tocó varias veces con el toro-novillo de Daniel Ruiz (todos fueron, con todos los respetos, como enanitos de Blancanieves, mortales, pero enanitos) cuya embestida no la levantó ni unos de esos molinetes primorosos del maestro.

Morante de la Puebla en la lidia de su segundo astado

Morante de la Puebla en la lidia de su segundo astadoEFE

Lo que sorprendió fue la nula petición de oreja (saludó con reverencia torera desde la raya) en contraste con lo que vino después. Gaoneras de Roca Rey que fueron como tortas de reanimación, o como sales. Lo que no se reanimó fue el segundo cornúpeta, clavado de formas, incluso peores, aunque noble, lo que le valió al peruano, chico listo, para hacer de las suyas, todas ellas, incluido el arrimón electrizante que no lo es tanto para el que ha visto mucho, incluso más que el valeroso suramericano. Entonces sí hubo oreja y oreja: del todo a la nada porque el astuto Roca, el necesario Parker Lewis (casi) nunca pierde de la tauromaquia, subió la temperatura emocional a fuerza de torear (y bien), pero sobre todo a fuerza de efectos sobre el animal que le llegaba por las rodillas.

Roca Rey de rodillas con su primer toro

Roca Rey de rodillas con su primer toroEFE

Un poco papelón para Rufo, el tercero en cartel y en cuestión que necesitaba todo para sobresalir y no lo tuvo, aunque fue a por ello desde el principio recibiendo a su oponente sin transmisión a porta gayola. Al natural se vio lo mejor que no fue ni mucho menos sobresaliente y además pinchó: si no lo hubiera hecho le hubieran dado la oreja que ni siquiera se pidió para un Morante superior que volvió en el cuarto con unos faroles preciosos, faroles de Corpus, religiosos, con las rodillas un poco flexionadas: El cielo (que) puede esperar, como la película, y luego un par de chicuelinas rápidas, distintas, como con el capote enrollado, nuevo, diferente, antes de que echaran al toreado al corral.

Morante de la Puebla torea en Toledo sentado en el estribo

Morante de la Puebla torea en Toledo sentado en el estriboEFE

El sobrero fue lo mismo, pero Morante sabía lo que hacer: sentado en el estribo. Hasta sentado es especial por cómo le vuela la muleta, por cómo se pone, por cómo todo. Pero se le acabó el toro después de llevárselo a los medios. Le supo tratar. Toreando sereno y despacio, en el muletazo y fuera de él. No era momento para música en la concentración al natural. Porque cómo se arrimó de verdad, con los pitones rozándole los tobillos, y que dos izquierdazos de foto de portada le sacó desde las entrañas de la tierra: no lo notaron los tendidos con la música constante, que a veces confunde, aunque sí le concedieron una oreja después de una estocada atravesada, qué menos después de lo de Roca Rey, cuyo quinto fue imposible: nunca quiso luchar.

Tomás Rufo torea al natural al tercero de la tarde

Tomás Rufo torea al natural al tercero de la tardeEFE

Quién sí lo hizo fue Rufo con el sexto porque no podía quedarse atrás. Pero en el toro se repitió la historia: con nobleza y sin afán fue el toledano (de Pepino) y le toreó bien, sobre todo al natural, antes de, esta vez sí, una buena estocada que a punto estuvo de conseguir que se perpetrara el atraco de las dos orejas. Con uno ya sobraba.

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