Foto de 'Mancheguito' vestido de luces
'Mancheguito', el primer torero de Albacete que abrió camino a Pedrés y Dámaso González
Este 2025 se conmemora el centenario del fallecimiento del diestro olvidado y pionero del toreo albaceteño
En épocas diferentes y con una impronta inolvidable, Pedrés y Dámaso González situaron Albacete en la mirada del aficionado a la tauromaquia. Su destreza ante el toro les otorgó fama como figuras de relevancia, pero casi medio siglo antes hubo un torero que abrió el camino a la tradición.
Una figura de época lejana, sin casi testimonios y olvidada. Es el caso de Cándido Martínez Pingarrón, conocido para la posteridad como ‘Mancheguito’. Es cierto que nunca conquistaría la gloria de toreros contemporáneos a él como Joselito ‘El Gallo’ o Juan Belmonte, pero se erigió como baluarte del torero aguerrido y luchador de las plazas de provincia. Alejado de la llamada ‘Edad de Oro’ del toreo, el diestro albaceteño se labró un nombre en festejos de menor calado, alejado del protagonismo de las grandes plazas, pero esencial para sostener la Fiesta Nacional.
El 3 de febrero se cumplió de manera exacta el centenario de su partida al otro mundo y cien años más tarde, en un nuevo auge de la tauromaquia se presenta esencial recordar a aquellos, que de manera más ‘localista’, engrandecieron la cultura y tradición histórica de la que hoy es una de las grandes ferias de España.
Destinado a la lidia del toro
Homenaje a 'Mancheguito' en la Plaza de Toros de Albacete
El que un día sería ‘Mancheguito’ nació en Albacete el 1 de febrero de 1858 y vino al mundo, como aquel que dice, con el capote y la muleta bajo el brazo. Su familia y concretamente su padre, fue tratante de ganado vacuno. Un oficio que brindaba una situación más o menos acomodada para la época y que ofrecía a Cándido la posibilidad de dedicarse a los estudios.
Lejos de los libros, el joven albaceteño tenía otros planes y la posición de su progenitor le facilitó un puesto en el matadero de Albacete a los trece años. Allí encontraría su verdadera pasión. Siempre cerca de las reses, tanto en el trabajo como en los corrales donde su padre guardaba el ganado, Cándido pronto sintió la atracción por burlar los animales con cualquier objeto que hiciera las veces de capote.
La experiencia más primaria adquirida por voluntad propia, le llevó a verse más cerca de conocimientos técnicos en las capeas a las que empezó a asistir en los alrededores de la ciudad. Allí mostró cualidades para la lidia de reses bravas y pronto algunos entendidos le animarían a buscar una oportunidad como matador.
Convencido él de sus capacidades, encontraría la oposición de su padre, aunque una tarde en Yecla y de manera inesperada le demostró que lo suyo no eran habladurías. Todavía como Cándido, viajó a Yecla donde su padre había dispuesto el ganado para unas corridas. En una de ellas, los toreros abandonaron el ruedo aquejados de la fiereza de los toros dispuestos y mientras el alcalde amenazaba con incumplir los pagos y llamar a las autoridades, saltó a la arena un joven que terminó por arrancar los aplausos del público. Ese joven era Cándido Martínez Pigarrón, que convenció definitivamente a su padre del futuro torero que tenía delante.
Presentación y alternativa
'Mancheguito' posa vestido de luces
'Mancheguito' había aterrizado de lleno en la lidia del toro y tras varios éxitos locales se presentó en Madrid en 1889. Aquel día se alternó con Francisco Ojeda y conquistó a los asistentes con una gran faena con toros de Carriquiri y Solís.
El emergente éxito le brindó la oportunidad de mostrarse en otras plazas de renombre como Zaragoza, Marsella o Valencia. Había nacido el primer torero albaceteño, pero de momento seguía prestado al novillo. Con nuevos éxitos en Madrid, comparte carteles con nombres de los que todavía llegan ecos, como Litri, Lagartijo o Espartero y además, igualando o mejorando sus faenas de entonces. Curtido con varias cornadas terminó por convertirse en novillero de importancia, destacando su saber hacer de muleta, con pausa y cercanía al toro, que le catapultó a la merecida alternativa.
Con Julio Aparici ‘Fabrilo’ como padrino y toros de don Esteban Hernández, se presentaron como testigos Antonio Reverte y Ricardo Torres ‘Bombita’ para el esperado doctorado de Mancheguito. Tuvo lugar en la Plaza Vieja de Albacete un 9 de septiembre de 1895.
No conocería la misma suerte como matador de toros, pese a su prometedora carrera como novillero y terminó por renunciar a la alternativa. De regreso a los novillos aconteció en Madrid, un 31 de julio de 1898, una cornada de gravedad. Sembrado de dudas, entre un camino y otro, regresó y volvió a doctorarse en Albacete en 1900, con Antonio Fuentes de padrino y ‘Bombita’, otra vez como testigo, para dar estoque a ‘Campero’ de la ganadería Ibarra.
Su regreso al ruedo fue breve. En 1901 se retiró, aunque no se cortó la coleta, ya que apareció de manera puntual. Fue un gran amigo del reconocido escritor Azorín, quién dijo: «Fue mi amigo, estoqueador, valiente y un buen torero». Fruto de esta amistad compartieron más de una anécdota, destacando aquella recogida por el autor en su libro ‘Albacete siempre’ en la que cuenta brevemente el día en que ‘Mancheguito’ le vio torear: “Los toros de la ganadería de Flores eran llevados a Monóvar por las antiguas veredas para ser lidiados en las fiestas. El encierro era público. Una vez cogí yo un capote y le di unas verónicas. Mancheguito estaba sentado en el estribo»
Mancheguito y sus hijos torean en la Plaza Vieja de Albacete
El primer diestro albaceteño se vestiría de luces por última vez en 1910 en la que sería su definitiva despedida, acompañado en el albero por sus hijos Baltasar y Francisco para agradecer al público de la ciudad que le vio nacer. Mató con soltura el primero, pero el segundo le cogió propiciándole una dura cornada en el rostro amargando su adiós a la lidia del toro.
‘Mancheguito’ dejaría el mundo en 1925, pero será por siempre el primer aventurado al toreo que vio nacer Albacete. Con talento natural, vocación y temple de muleta, seguramente fue su sencillez la que no le dejó ir más allá. Recordada será la tarde en que salvó la vida de Lagartijo en Gandía con un quite milagroso. Una figura olvidada, que merece un mayor reconocimiento en una de las tierras con mayor afición al toro, pero que ha descuidado la historia del primer albaceteño que abrió camino al toro.