Juan Magriñá, en una clase

Juan Magriñá, en una claseCedida

Historias de Barcelona

El coreógrafo poco conocido que reinó medio siglo en el Liceo de Barcelona y redefinió la danza del siglo XX

Una reivindicación de Juan Magriñá, nombre esencial de la danza catalana y española

Los jóvenes –y no tan jóvenes– aficionados a la ópera puede que desconozcan que el Gran Teatro del Liceo de Barcelona tuvo una compañía de ballet, como los grandes coliseos de Londres, París, Viena y Nueva York. Desde su fundación en 1847, el teatro siempre contó con un elenco de bailarines para óperas y divertissements, pequeñas piezas de ballet independientes que se incluían dentro de una obra más grande.

No era un ballet estable. Tenía un cuerpo compuesto por bailarines e italianos que interpretaban el repertorio clásico y otro, con bailarines españoles, centrados en la danza española y la Escuela Bolera. Destacaron las bailarinas Roseta Mauri y Pauleta Pàmies.

El esplendor de este cuerpo de baile tiene el nombre de un bailarín y coreógrafo: Juan Magriñá Sanromá. Desde 1937 asumió la dirección y coreografía, y en 1966 lo nombraron director del Ballet Estable del Gran Teatro del Liceo. Magriñá fusionó, de manera magistral, el ballet clásico y la danza española.

Con él destacaban figuras como Aurora Pons, Maria Oset, Asunción Aguadé, Alfonso Rovira, Rosita Segovia, o Trini Borrul. Sus coreografías emblemáticas fueron El Fandango del Candil y El Sombrero de Tres Picos. Después de su jubilación, en 1977, el ballet desapareció en la década de los 80, siendo Asunción Aguadé su directora.

Influyente pero desconocido

Juan Magriñá es una de esas figuras históricas cuya influencia es inversamente proporcional a su fama mediática. Fue un maestro de maestros, un coreógrafo visionario y un pilar institucional que dedicó toda su vida a la danza. Sin embargo, como ocurre muchas veces, su memoria se ha volatilizado con el paso de los años. Antes de Antonio Gades, Antonio Ruiz Soler, Nacho Duato, Ángel Corella o Víctor Ullate, estuvo Magriñá.

A finales de la década de 1920, Magriñá decidió perfeccionar su arte y se marchó a París y Londres para ampliar sus estudios. Allí coincidió con maestros como André Eglevski y Serge Lifar. En esta época coincidió con la compañía de Ana Pavlova, y allí tuvo la oportunidad de absorber la expresividad, la musicalidad y la disciplina.

Ella bailó hasta el final de su vida, 23 de enero de 1931, a los 49 años, enferma de neumonía. Para Magriñá haber coincidido con ella representó un hito fundamental en su formación. Cuando regresó al Liceo para asumir el rol de primer bailarín, lo hizo con el sello de la escuela rusa de la mano de su figura más icónica.

Siendo ya un bailarín consolidado, asistió a un recital de danzas españolas. Ahí tomó conciencia de la necesidad de una disciplina técnica rigurosa también en el baile español. Decidió estudiar la Escuela Bolera, con Carlos Pérez Carrillo, conocido como Maestro Coronas.

Este le pidió que ejecutara un «bolero liso», que es el paso básico y fundamental de la Escuela Bolera, la base de la Escuela Bolera, base de todos los pasos más complejos. Magriñá se dio cuenta de que el control del cuerpo, la colocación y el ritmo necesarios para el «bolero liso» era completamente diferente y que le costaba dominar esa simplicidad. Y aprendió esa nueva técnica desde su fundamento más básico. De ahí surgió el ballet El Fandango de Candil.

Una figura central

Juan Magriñá Sanromá fue una figura central e irreemplazable en la historia de la danza española y, en particular, del Gran Teatro del Liceo de Barcelona durante casi medio siglo. Bailarín, maestro, coreógrafo y director, su legado es sinónimo de la consolidación de la danza clásica y española en Cataluña durante el siglo XX.

Nacido en Vilanova i la Geltrú el 23 de diciembre de 1914, comenzó su formación en Barcelona. Su temprana destreza lo llevó a debutar profesionalmente en el Teatro Español de Barcelona a los 16 años, pero su carrera está ligada al Liceo. Debutó allí en 1932 y rápidamente se convirtió en el Primer Bailarín Estrella de la compañía.

Placa en homenaje a Juan Magriñá

Placa en homenaje a Juan MagriñáCedida

Su papel fue crucial tras la Guerra Civil, asumiendo la responsabilidad de mantener y desarrollar la danza en el teatro. En 1951, fundó y dirigió el Cuerpo de Baile del Gran Teatro del Liceo, que más tarde se convertiría en el Ballet Titular del Gran Teatro del Liceo, imprimiéndole un rigor técnico y artístico que la hizo destacar. Como hemos dicho, ocupó el cargo de director y coreógrafo principal hasta 1977.

Magriñá fue un coreógrafo prolífico que enriqueció el repertorio del Liceo con obras fundamentales. Su sello personal fue la fusión magistral entre el ballet clásico y la danza española. Entre sus coreografías más destacadas se encuentran El amor brujo y El Sombrero de Tres Picos, de Manuel de Falla; Sortilegio, con música de Joaquín Nin-Cumell, y Gavines, con música de Joan Altisent Ceardi, su obra cumbre, considerada una de las cimas de la coreografía española del siglo XX.

Como bailarín, era admirado por su depurada técnica, su elegancia escénica y su capacidad para interpretar tanto roles clásicos como dramáticos de la danza española. Además de sus logros en el escenario, el impacto más duradero de Magriñá fue su labor pedagógica. Como maestro de la Escuela de Danza del Liceo, formó a varias generaciones de bailarines que posteriormente triunfaron en compañías nacionales e internacionales, asegurando la continuidad del arte de la danza en España.

La genialidad de Juan Magriñá radicó en su capacidad para fundir la técnica depurada del ballet clásico con la riqueza intrínseca del baile español, incluida la Escuela Bolera, creando un estilo único e influyente. Revitalizó profundamente la danza catalana al incorporar su folclore en narrativas coreográficas sofisticadas y brillantes, consolidando el prestigio del ballet del Liceo y formando con pasión a exitosas generaciones de artistas nacionales e internacionales.

Falleció en la Masia Nova, la casa familiar en Vilanova i la Geltrú, el 11 de septiembre de 1995, dejando tras de sí una vida dedicada a la danza que elevó el nivel artístico del Liceo y de la escena española. Al día siguiente lo enterraron en el cementerio de Montjuic.

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