Samuel, un inmigrante de Sierra Leona en el municipio de Salt, en Gerona.

Samuel, un inmigrante de Sierra Leona en el municipio de Salt, en Gerona.C.L.

El Debate, a pie de calle  Los inmigrantes de Gerona rechazan la imposición del catalán y reclaman igualdad con el español

El Debate pasa unas horas en Salt, donde el independentismo está promoviendo una iniciativa para que se conteste en catalán aunque las preguntas sean en español

En la localidad gerundense de Salt viven 30.000 personas aproximadamente. De ellas, cerca de la mitad son inmigrantes, principalmente de países africanos, del Este de Europa y asiáticos.
Sin embargo, que haya miles de vecinos en una zona en la que se habla un idioma distinto al suyo natal no fue ni está siendo problema alguno para que las autoridades locales, provinciales y autonómicas levanten siquiera levemente el pie del acelerador nacionalista y dejen de utilizar el lenguaje como arma política al servicio de los postulados independentistas.
Basta darse un breve paseo por las calles del municipio para advertir a la primera de cambio que, como se suele decir en estos casos, no hay presencia del Estado.
Encontrar un negocio que esté rotulado en castellano es, simplemente, un milagro. La práctica totalidad de los bajos comerciales tiene sus elementos corporativos en catalán, obviando por completo el español.
En este sentido, llama poderosamente la atención que hasta el típico buffet libre chino se anuncio como buffet lliure. El extremismo lingüístico llega incluso a las multinacionales. Una conocida cadena de hamburguesas tiene bautiza a uno de sus platos como McPollastre en lugar de McPollo.

Mismo porcentaje

Salt es pequeño. Aún así, no cuesta mucho hablar con inmigrantes que expresan su opinión frente a la imposición lingüística. Uno de ellos es Samuel, natural de Sierra Leona:
«Me gustaría que fuese tanto castellano como catalán, en un cincuenta por ciento cada idioma», asegura.
Según declara, su mujer ha llegado hace poco desde África y «aprende catalán dos días por semana». Aunque lo define como «insuficiente». También denuncia que no existen sitios donde se pueda aprender el español a pesar de que los está «buscando» y «no hay».
Samuel es práctico y deja cualquier aspecto ideológico al margen. Por eso, insiste en la necesidad de que haya «el mismo porcentaje en español que en catalán».
«Si nos vamos a un sitio donde no se habla catalán, ahí se queda», declara cuando habla cuando se le pregunta de cara a un futuro más o menos cercano y de dar carpetazo a su estancia en Salt, donde lleva desde 2009.
Banderola en una farola de Salt de la iniciativa ‘21 días’.

Banderola en una farola de Salt de la iniciativa ‘21 días’.C.L.

No es el único caso. Fayçal, que es de Mauritania, también rechaza la iniciativa de '21 días'. Está reformando un bar que abrirá en unas semanas. Tal como dice, es «absurdo» porque entre sus compañeros «rumanos y búlgaros» únicamente se comunican en castellano.
«Ninguno de nosotros hablamos catalán. Mi lengua es el francés y también hablo algo de inglés. El catalán no lo hablo. He estado cuatro años en Jaén y mi segunda lengua es el castellano», subraya.
Para el hombre, la medida de '21 días' que hay que desgranarle previamente es una «tontería» porque él en Salt «nunca ha tenido problema por usar otro idioma». «En español o en catalán nos entendemos. Lo que explicas es una pérdida de tiempo porque voy a contestar en español, que lo domino» denuncia.

Si un cliente se sube al taxi y solo me habla en catalán, que me diga la calle y el número y nos quedamos muditos”

En el trayecto entre Salt y Gerona Mario es quien conduce el taxi. Es de Ecuador y lleva en Cataluña «veinticinco años, desde 1998». En los algo más de quince minutos que dura el trayecto, el chófer relata su experiencia.
Tal como señala, «hace seis o siete años» se tuvo que ver «obligado» a renunciar al taxi porque la Generalitat le obligó a tener el certificado de catalán con el grado B1. Este hecho le hizo que durante años trabajase en una reconocida empresa de paquetería y mensajería a nivel internacional.
Una vez la exigencia lingüística se rebajó y y pasó a un B1, Mario se lo pudo sacar y de nuevo volvió a trabajar en el sector del taxi. Aún así, también se muestra en contra de que el catalán sea la lengua única en la vida cotidiana.
En este sentido, el conductor lo tiene muy claro en el caso de que un viajero se suba a su coche y le interpele solo en catalán: «Que me diga la calle, el número y nos quedamos muditos», indica y a lo que añade que él no está «para aguantar tonterías».
Buena parte de los ayuntamientos gobernados por independentistas a lo largo y ancho de Cataluña suelen utilizar a la población inmigrante para lograr sus fines políticos. Sin embargo, tal como ha comprobado El Debate a pie de calle en Salt y Breda, la realidad es bien distinta.
El borrado del español como lengua común y vehicular se contrapone a esa visión divisoria de la vida social. Igual determinadas instituciones de carácter nacional no tienen la suficiente implantación que requisieran, pero, al menos, el idioma español sigue gozando de buena salud social.
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