Imagen del barrio andalusí de Chelva, Valencia

Imagen del barrio andalusí de Chelva, ValenciaTurismo Comunidad Valencia

El pueblo valenciano que evoca a Marruecos con un barrio magrebí

La Comunidad Valenciana es un territorio que sorprende tanto al visitante como a los propios habitantes que deciden descubrirla sin prisas. La costa, con playas de bandera azul y localidades que cada año suman reconocimientos por su belleza y hospitalidad, convive con un interior lleno de contrastes, desde montañas escarpadas, ríos cristalinos, pueblos medievales y paisajes donde el tiempo parece haberse detenido. No es casualidad que varias de sus localidades figuren en los listados de los pueblos más bonitos de España, y que cada temporada crezca el interés turístico por un patrimonio cultural y natural que no deja de asombrar.

En este mapa de maravillas se encuentra un rincón que parece transportarnos a otro país. Un pequeño municipio de Valencia, escondido entre sierras y barrancos, ofrece al visitante la sensación de haber viajado a Marruecos sin necesidad de cruzar el Mediterráneo. Se trata de Chelva, conocido como «el pueblo azul de Valencia», cuyas fachadas encaladas y puertas de intenso cobalto evocan de inmediato a Chefchaouen, la ciudad marroquí del Rif famosa por su estética.

El encanto de Chelva radica en la huella de siglos de convivencia entre culturas. En su casco antiguo, declarado Bien de Interés Cultural, conviven barrios con trazados árabes, judíos, mudéjares y cristianos. Pasear por Benacacira, con sus casas blancas y portones azules; perderse en el laberinto del Azoque, antiguo barrio judío; o recorrer el Arrabal morisco y las Ollerías cristianas es como entrar en un museo al aire libre que respira historia en cada esquina. El color azul, que hoy da identidad al pueblo, se utilizaba tradicionalmente para combatir el calor y ahuyentar insectos, una costumbre que terminó por convertirse en símbolo y reclamo.

Imagen del barrio morisco de Chelva, Valencia

Imagen del barrio morisco de Chelva, ValenciaTurismo Comunidad Valencia

Todo recorrido por el casco antiguo parece concluir en el Arrabal y en la Ermita de la Santa Cruz, una construcción singular que resume la esencia mestiza de Chelva. Fue en origen una mezquita del periodo musulmán, conocida como la de Benaeça, y está considerada la más antigua que se conserva en la Comunidad Valenciana junto con la de Simat de la Valldigna. Tras la orden de Carlos I en 1525 que obligó al bautismo de los moriscos, el templo fue adaptado como ermita cristiana, añadiéndose un altar y una pequeña espadaña con campana. Hoy, tras su restauración en 2007, funciona como centro cultural, donde se fusiona la huella mudéjar con la sobriedad de una ermita, convirtiéndose en símbolo de la convivencia que definió la historia del pueblo.

No menos imponente resulta la Iglesia Arciprestal de Nuestra Señora de los Ángeles, cuyo campanario de sesenta metros domina el horizonte de Chelva. Iniciada en 1626 y declarada Bien de Interés Cultural en 2006, está considerada una de las grandes joyas del barroco valenciano. Su fachada, concebida como un retablo manierista, muestra una delicada sillería que juega con los cuatro órdenes clásicos, mientras que en su interior destaca una cúpula atribuida a Juan Bautista Pérez Castiel, uno de los arquitectos más influyentes de la época. A su lado, un detalle curioso añade más capas a su historia: un refugio antiaéreo excavado durante la Guerra Civil permite recorrer un pasadizo que conecta directamente con el altar, un secreto que hoy sorprende a quienes lo visitan.

Chelva también respira agua. Desde la calle de la Murtera arranca la Ruta del Agua, un itinerario circular de siete kilómetros que recorre acequias, cañares, molinos en ruinas y lavaderos comunitarios. El camino discurre junto al río Chelva y se adentra en un entorno incluido en la Reserva de la Biosfera del Alto Turia. La Playeta, con sus pozas de agua transparente y cascadas, es uno de los rincones más visitados en verano, mientras que la avifauna —con martines pescadores, petirrojos o incluso garzas reales— añade un valor natural único.

Imagen del barrio andalusí de Chelva, Valencia

Imagen del barrio andalusí de Chelva, ValenciaTurismo Comunidad Valencia

El pueblo conserva hasta siete lavaderos, testimonio de la cultura del agua que lo caracteriza. El más destacado es el del Embarany, dividido en dos zonas: una destinada al lavado de ropa de enfermos o fallecidos y otra para el uso vecinal. Sus balsas, hoy habitadas por anfibios y reptiles, conforman un ecosistema sorprendente. También destaca el lavadero del Querefil, con su tejado a dos aguas de cerámica árabe, donde antiguamente se fregaba la vajilla y se limpiaban las piezas de las matanzas del cerdo. Estos lugares, junto a las fuentes que aún brotan en distintas plazas, conservan la memoria de un tiempo en el que el agua era vida y encuentro.

Más allá del casco urbano, Chelva ofrece vestigios que viajan aún más atrás en el tiempo. En lo alto de un cerro cercano se encuentra La Torrecilla, un asentamiento ibérico que dominó la zona entre los siglos IV y I a.C., con vistas privilegiadas sobre el valle. Y a escasos kilómetros, el Acueducto romano de Peña Cortada se alza como una de las obras de ingeniería más impresionantes del interior valenciano. Declarado Bien de Interés Cultural, forma parte de una ruta de 28 kilómetros que enlaza con el municipio vecino de Calles, donde la piedra y el agua siguen narrando la historia de esta tierra.

Chelva, con sus casas blancas y azules, con sus barrios donde resonaron lenguas y rezos distintos, y con sus paisajes moldeados por el agua, se ha convertido en un destino imprescindible. Un lugar que invita a recorrer despacio sus calles y senderos, y que permite vivir, en apenas unas horas, un viaje que va de la Valencia más profunda hasta un Marruecos imaginado entre las montañas del Turia.

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