Billete de avión de un Junker Ju 52 de la Segunda Guerra Mundial

Billete de avión de un Junker Ju 52 de la Segunda Guerra MundialGustavo Morales

Crónicas castizas

Cuitas de un reportero

He tenido varios directores. Estas historias son sólo pequeñas muestras de uno de ellos, el decano de los corresponsales de guerra. Cuando el índice del director señala algún lugar en el mapa del mundo, sabes que tu vida va a cambiar

El director de la revista Defensa, Vicente Román Talón, me envió a muchas partes incluyendo a la porra. En uno de sus encargos sufrí la semana más aburrida de mi vida. Consistía en visitar la industria militar francesa, un peñazo de componentes informáticos y ópticos con gente con una lupa en cada ojo mirando circuitos, un empleo poco envidiable, pardiez. Los entretenimientos durante esa semana fueron tres: disentir con la guía cuando nos explicó las peripecias del Rey Francisco exprisionero del César Carlos, cuya felonía negaba la de Paco, el gabacho sin palabra. La segunda fue conocer a dos periodistas indonesios, que repartían hábilmente tarjetas de visita con sus fotos, detalle asaz astuto, cachondeándose de nuestros anfitriones tras recibir una larga charla sobre una copa de un vino que se bebieron de un trago y preguntaron después si no tenían whisky, que les gustaba más, destruyendo todo el ceremonial pedante y engolado que los galos daban a sus caldos. La tercera diversión fue comprobar la magnífica costumbre que tienen los franceses de poner de postre tablas de queso mientras nos alojaban en edificios de piedras ancestrales.
En otra ocasión Vicente me envió a la botadura de una fragata de la clase F-100 Aegis. Me presenté de traje, pero he ahí que no era la botadura sino las pruebas de mar, pruebas rudas en las que las olas pasan muchas veces por encima del barco y de quienes lo habitan, sobre todo cuando le quitan los estabilizadores y le ponen a toda velocidad. El capitán repartió rigurosamente a todos los asistentes Biodramina que envió a los brazos de Morfeo a la mayoría de mis colegas y me miraba mal por el fallo de su estrategia conmigo. Me llamó la atención que, a pesar de los enormes zarandeos que sufría el buque, la comida, desaprovechada por muchos paisanos que tenían el estómago al revés, se sirviera en platos de loza que en muchas ocasiones saltaban de la mesa y se rompían contra las paredes metálicas. Cuando inquirí por qué no usaban platos de metal o atornillados a las mesas me hablaron de la necesidad de civilización en la Armada cuando se está mucho tiempo embarcado.
Al final me enseñaron el cuarto de mandos donde estaba todo el despliegue de la modernidad informática: las consolas donde se controlaban los cañones de tiro rápido y los misiles, el verdadero armamento del buque. Las pruebas se demoraron, regresamos tarde a puerto y al final nos instalaron a la vuelta en un hotelito gallego suspendiendo todos los viajes de regreso.
En otra ocasión Vicente Talón me mandó a Frankfurt, Alemania, a ver a Reinhold Metal, la antigua empresa Krupp, fabricante de buena parte del carro de combate Leopard, que nos hizo una magnífica demostración sin variar ni un ápice el cañón sobre el objetivo, a la par que iba pasando sobre muchos obstáculos y girando sobre sí mismo. Me llamó la atención el carro todavía impresionante porque no había sido destruido por los helicópteros rusos como lo sería mucho después, en una contraofensiva en Ucrania. También me fijé en la melena rubia de los tanquistas alemanes y en un finlandés que llevaba un Nokia clásico y se reía de nuestros Nokia último modelo, porque decía que ese es el que vendían a los turistas. Me alojaron en un hotel donde te pedían la tarjeta de crédito por si te bebías el minibar y te ibas sin avisar o vandalizabas la habitación cual si de un cantante de rock se tratara. Al final la empresa nos regaló una multi herramienta de acero alemán, ignoro cómo pudimos subirla al avión. Todavía la tengo.
En otra ocasión Vicente me mandó a coger un avión trimotor Junker Ju 52 con el que volamos hasta el aeródromo de Cuatro Vientos siguiendo la estela de la carretera de Valencia. Como las ventanillas se podían bajar y yo era un insensato saqué la cabeza y me quedé viendo que muchas veces la sombra del avión en la autovía era superada por los coches que iban por esa carretera. Vamos, que no era un reactor.
Cuando el aparato arrancó vimos al mecánico presionando enérgicamente una palanca con la cual estaba cebando los motores, tal era la antigüedad. Una vez que éstos se ponían en marcha ya chupaban solos el combustible, o eso se suponía. El estipendio de esos viajes era escueto y muchas veces los hacía simplemente por la aventura de volar en un avión mítico de la Segunda Guerra Mundial. Aparato en el que volaban los paracaidistas del general Arthur Student durante la invasión de Grecia. También lo usó un emigrante austriaco que llegó a ser jefe de Estado del país vecino. Tanto la azafata como el piloto ya eran talluditos, perfectamente hubieran podido servir en la Luftwaffe, la aviación de guerra alemana. Durante el vuelo uno de los entusiastas invitados gritó emocionado «volamos sobre Creta» y todo fueron risas. Me pregunté si el piloto había oído lo mismo en su momento. El avión temblaba con el rugido de sus tres motores. Íbamos sentados en unos asientos de fortuna, apenas un tubo con lona. Era un milagro que ese aparato salido de los libros de historia con las paredes de acero estampado, cual si de un Renault se tratara, siguiera aún volando. Al llegar a Cuatro Vientos nos salieron a recibir varios aviones históricos de la Fundación Infante de Orleans, pintamos un trozo de aeronáutica militar en el cielo azul de Madrid. El entusiasmo de los «aerotrastornados», esos hooligans de la aviación, no tenía cuento ni parangón. No es mi caso pero sí el de Vicente Talón, mi director, que compartía mesa y mantel con pilotos, mecánicos aficionados y algunos paracaidistas que habían estado combatiendo en el Congo belga, mercenarios como los del grupo Wagner que no ha inventado nada. Estas historias son sólo pequeñas muestras. Cuando el índice del director señala algún lugar en el mapa del mundo sabes que tu vida va a cambiar.
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