Atlantic CityLuís Pousa

Despedirse es una faena

Hay quien dice adiós a su público de repente, como Morante de la Puebla o Greta Garbo, y hay artistas que abandonan los escenarios lentamente, embarcados en una última gira perpetua

La tauromaquia está plagada de expresiones por las que los ciudadanos de a pie desfilamos metafóricamente y que, sin embargo, en el ruedo se tornan literales. Si lo pensamos con calma, cada día de nuestra pequeña vida entramos al trapo, damos la puntilla, quedamos para el arrastre, echamos un capote, escurrimos el bulto, damos largas, cambiamos de tercio, estamos al quite, pinchamos en hueso e incluso, en contadas ocasiones, salimos por la puerta grande. El torero es el único ser capaz de hacer todo esto a la vez metafórica y literalmente.

A Morante de la Puebla le dio el otro día por cortarse la coleta en las Ventas. El diestro se pegó un tajo en la pelambrera y luego enseñó al tendido la castañeta. El corte del moño era literal, pero era también una metáfora que anunciaba al público: hasta aquí hemos llegado. Fue su modo sorpresivo, casi vertiginoso, de despedirse del oficio y de la afición. Un adiós repentino, no sé si improvisado, pero fulminante.

Más allá de la velocidad de esta despedida instantánea, sólo cabe marcharse a la francesa, que es cuando uno directamente se larga sin ni siquiera decir adiós. La mejor despedida a la francesa de la historia la hizo Greta Garbo, que era sueca. La Garbo se retiró un poco a la francesa, sin decir adiós, y otro poco haciéndose la sueca, sin atender el teléfono cuando la llamaban para darle el Óscar honorífico.

El músico y compositor Joaquín Sabina durante su actuación en el espectáculo "Hola y adiós", este martes en la plaza de toros de la Real Maestranza de Sevilla, dentro del ciclo Noches de La Maestranza, con el que se despide de su público

Joaquín Sabina, en un concierto de su gira de despedidaEFE/ Julio Muñoz

A estos maestros del adiós apresurado, con sus jubilaciones a lo Morante de la Puebla o a lo Greta Garbo, se contraponen los devotos del largo adiós. Son los artistas que se pasan media vida retirándose sin acabar de largarse nunca del todo. Recuerdo a Moncho Borrajo, que cada temporada regresaba al Teatro Colón y siempre anunciaba que aquella era su última gira. Todos sabíamos que, si las cosas iban razonablemente bien y la salud no se torcía, aquella tampoco sería su actuación de cierre en Coruña. Pero a él le gustaba venderla como la ultimísima oportunidad de verlo sobre las tablas. La retirada perpetua a lo Moncho Borrajo también la practican otros inagotables como Raphael, un habitual de nuestro Palacio de la Ópera, y los Rolling Stones, que con su inmortalidad y sus giras eternas se empeñan en llevar la contraria a todas las revistas médicas del planeta.

Otro amante de la parsimonia es Bob Dylan, al que vimos en el estadio de Riazor en el legendario Concierto de los Mil Años (en realidad no duró tanto). Esa noche, que yo recuerde, Bob no dijo ni hola, ni adiós. Era 1993 y la cita se enmarcaba en su Never Ending Tour, una gira metafórica y literalmente interminable que arrancó el verano de 1988 y aún sigue dando coletazos. Aunque no saludó al personal ni al entrar ni al salir del escenario, aquel espectáculo en el que Dylan tocó mucho la guitarra y habló muy poco fue su particular forma de decirnos hola (era su debut en Coruña) y adiós (estaba en medio de su inabarcable tour final).

Gran taurino y gran aficionado a las despedidas lentas, Joaquín Sabina ha bautizado su gira de jubilación precisamente con un certero hola y adiós. Hizo escala hace unas semanas en Coruña, donde llenó dos noches seguidas el Coliseum con un espectáculo de cierre que todavía sigue su periplo por media España. Sin llegar al extremo de perpetuarse en un Never Ending Tour como Bob Dylan o Moncho Borrajo, Sabina ha decidido abandonarnos despacio, para que el epílogo duela menos. Aunque entendemos a los acelerados Morante y Greta Garbo, que eligen marcharse ligeros, casi a la francesa, agradecemos la lentitud del largo adiós de Sabina. Porque ya no estamos para sobresaltos. Y porque tardaremos en aprender a olvidarlo 19 días y 500 noches.

comentarios
tracking

Compartir

Herramientas