Diccionario Lengua Española

El Diccionario de la Lengua española está editado y elaborado por la Real Academia Española

Crítica literaria

'El español es un mundo': La lengua refleja la sociedad

Debaten sobre rotular carteles bilingües mientras que muchos estudiantes acaban la ESO con graves dificultades de expresión y ortografía

Lola Pons Rodríguez, autora de la obra, es catedrática de Lengua Española en la Universidad de Sevilla. La edición es muy manejable, está impresa en papel crema, con tapa blanda plastificada en mate, lleva solapas y tiene una letra bien legible. Los diferentes capítulos que conforman el texto son breves y bastante ágiles de leer.
El trabajo se asienta en esta premisa: las lenguas son nuestro vehículo de comunicación y nos sirven para transmitir las ideas. El libro habla de las lenguas como realidad cambiante y se detiene en los usos lingüísticos de ahora y de antes. Postula que «casi todos los hechos tienen una lectura lingüística de la que somos responsables y de la que debemos ser conscientes». Ofrece deducciones como esta: «Somos la sociedad que ha despreciado el huerto en que pasaban las mañanas los abuelos y luego se ha llenado la boca hablando de local food y de las lentejas veggies».
La autora escribe sobre «la lengua vaciada» y pone unos ejemplos bien ilustrativos como DIY (do it yourself) que significa bricolaje. Alude a la renovación léxica como muestras de buena salud de la lengua, como el sustantivo «sastre» que en la Edad Media era «alfayate». Tal dinamismo suscita la desaprobación del purista, el abrazo de quien ama la novedad y la mirada del estudioso. Me recuerda a don Feliciano Delgado León en sus inolvidables clases de Lingüística General cuando explicaba el paradigma de la lingüística como ciencia: el estudioso coge la lengua como un guijarro en la mano y la estudia.
Lola Pons no esquiva el asunto de la manipulación planteando que la «utilización política de las lenguas es responsable de la falta de sensibilidad lingüística que tenemos en España, porque abona la falsa idea de que hay una lengua mejor que otra». En este sentido deriva ideas de esta guisa: «si defiendes que la escuela catalana no debe imponer el monolingüismo en catalán, eres un enemigo de Cataluña». Afirma que estamos permitiendo que los idiomas se conviertan en «identificadores ideológicos». Lamenta que mientras que unos debaten sobre rotular carteles de manera bilingüe, «un número insoportable de estudiantes acaba la enseñanza obligatoria con graves dificultades de expresión y comprensión oral y escrita». Pienso que este es el quid de la cuestión y aquí deberían los gobernantes procurar dar el do de pecho.
También dedica un espacio a los nombres de lugar, a la toponimia (τόπος + ονομα) explicando curiosidades como que los árboles dan su nombre: Almendricos (Murcia), Almendralejos (Badajoz), Olmedo (Valladolid), Alameda (Málaga), Albolote (Qaryat al-Bollu, en árabe), o las características del terreno que se pisa: Laredo en Cantabria o Arnedo (La Rioja) cuyos nombres propios evocan la construcción sobre tierra arenosa (glarea, que significa arena en latín > glaretum).
La era musulmana y cristiana o la época de Franco también tienen sus reflejos en los nombres de los pueblos: Jerez de la Frontera, Arcos de la Frontera, La Puebla de Montalbán, Conquistade Guadiana, Sancho Abarca. Explica que la palabra «rubeu» ha evolucionado a «rubio» pero también evolucionó a «royo» que vemos en Monroy o Peñarroya. Nos da materia para pensar porque aquí tenemos a Los Blázquez, a Doña Mencía, con nombre de persona; Cabra con nombre visigodo y árabe o El Carpio que significaba un cerro. Esto me ha llevado a un volumen de Ángel Ruz Pérez titulado Toponimia municipal cordobesa, publicado en Montalbán en abril de 2021.
Entre las variadas incursiones que realiza la Dra. Pons Rodríguez hallamos una sobre las reinas políglotas, antes de Leonor. Repara la investigadora en el mapa lingüístico y la sensibilidad de la nueva corona española y lo ilustra con el discurso pronunciado por S.M. el Rey Don Felipe VI en el Congreso de los Diputados en junio de 2014 en el que mencionó sagazmente a cuatro escritores: Antonio Machado (andaluz), Gabriel Aresti (vasco), Salvador Espriu (catalán) y Alfonso Rodríguez Castelao (gallego), cada uno representante de una de las cuatro lenguas españolas. Ello no obstante, (re)clama la profesora que «en ese itinerario educativo de la nueva realeza no falte el latín, la lengua tristemente destronada de los itinerarios educativos actuales».
Luego dedica tres páginas a Isabel II (1926-2022), a su forma de hablar, a su acento, a ese inglés estándar (received pronunciation), a la pronunciación aceptada; al inglés de la reina y también el de la BBC. Denota cómo los medios fabrican el idioma. Indaga entonces sobre el prestigio, las marcas geográficas, la (im)permeabilidad, derivando luego la reflexión hacia el inglés americano o el británico, sin desdeñar otras variaciones como las internas del propio Reino Unido.
Sobre los sonidos desglosa temas atractivos como la pérdida de la «d» que se observa en la canción del gaditano Alejandro Sanz «¿Quién me va a curar el corazón partío?» junto a un sinfín de ejemplos elocuentes. Benemérito es también el apartado sobre el «Acento andaluz: orgullo y prejuicio». Lo dice así de contundente: El andaluz es un acento más: nada más y nada menos que un acento más del español«. También que »cuando se acude al acento para invalidar la capacidad de alguien o cuando se hace mofa por la pronunciación andaluza reservándola para representar a un personaje irrelevante o un contenido baladí, se está construyendo un prejuicio pero también se está justificando otro mito: el del orgullo como escudo, que es la respuesta social de muchos hablantes contra el desprecio ajeno".
El lector interesado en este tomo encontrará también una unidad sobre el libro, los libros y la literatura comenzando por la propia palabra «libro» y su equivalente griego «biblio» (βιβλíον, papel) que es el diminutivo de «biblos» (βίβλος, libro). «El español es un mundo de libros»: aquí se concitan comentarios sobre Lazarillo de Tormes, Baltasar Gracián, Cervantes, Pardo Bazán o García Márquez.
Lola Pons no escatima aspectos técnicos como la referencia a la «anagnórisis» o «reconocimiento» en asuntos retóricos. Ya lo dijo Aristóteles en su Poética. Son «las experiencias de reconocimiento que modificaban para siempre la vida de un personaje. Esto solía ocurrir en la literatura antigua con el personaje del criado, que de repente conocía que su marca de nacimiento en la espalda lo validaba como hijo oculto del rey, o con el personaje de la dama, que descubría que ese paje que desde tiempo atrás la protegía del infortunio era en realidad si amado pertinazmente embozado». Escribe sobre el uso de la anagnórisis en la novela europea, que hunde sus raíces en la comedia y la tragedia griegas.
En cuanto a la gramática, la autora expresa algunos de los problemas que hay con el verbo «haber»: *habían charcos, *hubieron muchos que se quejaron, *habemos seis personas o *habían muchos coches. Aborda los «dobles andantes en los verbos» (a partir de la palabra alemana doppelgänger), en los participios, como se aprecia en «freír» con «freído» y «frito» o en «imprimir» con «imprimir» e «impreso». Luego viene un apartado con los pecados: La soberbia, la gula, la ira, la lujuria, la avaricia, la envidia y la pereza.
La escritora se detiene, dentro del segmento titulado «El español es un mundo de grandes», en Elio Antonio de Nebrija, un latinista que es el autor de la primera gramática completa del castellano (1492) y que dignificó a la lengua vernácula. La profesora Pons Rodríguez escribe oraciones tan bellas como esta: «Nebrija insufla aliento del renacimiento europeo en el aire español» y realza verdades de esta guisa: «Hoy que estamos a la defensiva contra la mentira disfrazada, esta preocupación por desenterrar la verdad escondida en los textos se nos dimensiona en su auténtica magnitud». Menciona al «nacionalismo rancio del siglo pasado» que se afanó en corromper la figura de Nebrija «hasta convertirlo en una suerte de nuncio imperial de la pureza lingüística». Tal desfachatez ocurrió simplemente porque el gramático postuló en su obra maestra el tópico clásico sobre la lengua como compañera del imperio.
El tramo final del libro plantea la forma de lectura actual, a través de internet, muchas veces a través de los titulares sin entrar en el contenido, leyendo en diagonal, surfeando la página. Nos exhorta a sumergirnos y a nadar en el texto. Con este telón de fondo, Lola Pons compara la lectura en la Edad Media con la actual y ofrece curiosidades como que muchas obras de la antigüedad han sido bautizadas con títulos en la era moderna. Por ejemplo, Menéndez Pidal rotuló como Libro del buen amor «a los versos alcahuetes y faltones de un arcipreste del siglo XIV que nos regaló una gran obra literaria».
La estudiosa termina su monografía con un apartado sobre la prensa diciendo que forma parte de la educación de muchos lectores y de la formación de muchos escritores.
Añado que Lola Pons Rodríguez ha impartido docencia en las universidades de Tubinga y Oxford, que sus líneas de investigación son la historia del español, concretamente los fenómenos de sintaxis y la variación lingüística actual. Ha sido comisaria científica del V Centenario de Elio Antonio de Nebrija y colabora habitualmente en algunos medios de comunicación. Consiguió el Premio de Periodismo Manuel Azaña, hace dos años, y el Premio Nacional de Periodismo Miguel Delibes.
Portada de 'El español es un mundo'

Editorial: Arpa Editores
Edición: 1ª ed. (02/11/2022)
Páginas: 288
Dimensiones: 21,3 x 14,0 cm
ISBN: 9788418741623

El español es un mundo

Lola Pons Rodríguez

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