Joaquín Mellado

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Aquellas tertulias

Era un gozada escuchar a estos dos eruditos tan diferentes en su manera de hablar

A principios del pasado año nos llegó, de forma imprevista, la triste noticia del fallecimiento de don Joaquín Mellado Rodríguez (1944-2022), catedrático de Filología Latina desde 1996 y decano de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Córdoba entre 1998 y 2009.
Llegué a conocerle un poco porque iba con frecuencia a desayunar a la cafetería de El Caballo Rojo, y allí coincidía con él cuando se sentaba a tomar café junto a don Manuel Nieto Cumplido y hablaban de lo divino y de lo humano. Sus trabajos sobre la compleja sintaxis latina y el latín medieval constituían un campo que abonaba el intercambio de opiniones.
Era un gozada escuchar a estos dos eruditos tan diferentes en su manera de hablar, uno con su forma habitual, parca y seca en palabras, y el otro con una voz llena de eco a rotundidad, todo espontaneidad y afán por contar “a borbotones" lo que sabía.

La capilla de San Bartolomé

Ya sin don Manuel Nieto y don Joaquín Mellado, de alguna forma me he reencontrado con ellos al hojear la elegante revista publicada por la Facultad de Filosofía y Letras de Córdoba con motivo de sus cincuenta años de historia.
Me acordé especialmente de don Joaquín al leer en esta revista un artículo sobre la bellísima capilla de San Bartolomé que se ubica en la citada Facultad. Lo que allí se publicaba es como si hubiera salido de sus propios labios. Me recordaba sus innumerables charlas sobre la misma cuando ya era decano. Hasta el punto repitió el tema que don Manuel, haciendo gala de la «sequedad» que siempre le gustaba trasmitir, solía decirle en tono jocoso: «¡¡Otra vez no, por favor!!».
Y como muchas veces se lo reprochaba, medio en serio, medio en broma, don Joaquín se «cortó», tanto que un día de 2013 don Manuel, tras mucho tiempo sin verse, le llegó a decir: «¡¡Hombre Joaquín!!, una cosa es que no me hables más de la capilla de San Bartolomé y otra es que no aparezcas ni por aquí siquiera».

El claustro de Filosofía y Letras

Hay que decir que en aquellos años de 1997-2017, por aquella cafetería de El Caballo Rojo solían acudir casi a diario, algunas veces el catedrático Cuenca Toribio, hombre aparentemente serio, y que daba siempre mucho eco a su conversación. Otro que aparecía por allí con frecuencia era el mencionado catedrático Joaquín Mellado, que raro era el día que con su voz grave y animada, no contaba algo de la Capilla de San Bartolomé de la que se sentía muy orgulloso de su restauración.
También apareció algún día por allí don Feliciano Delgado, para hablar de su «Cancionero de Baena», y como no, un día que coincidió con el propio Pepe García Marín, hablarían largo y tendido de los «Tiesos de Pastrana» una agrupación de amigos del buen comer que se reunían semanalmente en "El Churrasco». Igualmente solía aparecer por allí el catedrático Desiderio Vaquerizo que hablaba de las piedras y de lo que significaban para poner el «apellido a la Historia». Uno que casi siempre estaba en la barra dando a entender que sabía siempre el terreno que pisaba era el catedrático de geografía Bartolomé Valle, que más de una vez era consultado por cualquier topónimo o accidente geográfico raro. Y serían incontables la relación de personas que algunas vez formaron parte de aquel «Aula Ambulante» como alguien la denominó.
Pero Pepe, se nos marchó en enero del 2018, y ya llevaba un tiempo que no bajaba por su cafetería, y eso sinceramente ya se notaba. Los primeros que estaban muy preocupados eran sus trabajadores y quizás no les faltara razón.
Un día de aquellos, el profesor Joaquín Mellado al cruzarse con la mesa de don Manuel Nieto se sonrió y ese día sacó a colación un tema ajeno a los habituales que demostraba lo que tanto se echa en falta hoy día, que cada vez tenemos menos «sabios» en sentido completo, humanistas interesados tanto en lo que es «de letras» como lo que es «de ciencias», que tienen curiosidad por todo. Y Joaquín Mellado era de este tipo de hombres.

El gato vivo y muerto a la vez

El caso es que le comentó a don Manuel que hacía unos días había estado en contacto con un antiguo compañero suyo de la Universidad de Sevilla, Manuel Lozano Leyva, catedrático de Física Nuclear, que le habló sobre el Premio Nobel de Física del año anterior (2012), concedido al francés Serge Haroche y estadounidense David J. Wineland, ambos nacidos en 1944, el mismo año que Joaquín, lo que le hacía particular ilusión.
Explicación del gato de Schrödinger

Explicación del gato de Schrödinger

Habían premiado su trabajo sobre partículas subatómicas, en el que venían a apoyar los estudios que teorizaban que una partícula elemental «puede estar en dos sitios a la vez», comprobando, nos dijo, lo que planteó el científico Erwin Schrödinger con el «famoso» experimento de gato vivo o muerto de 1936. Como por muy famoso que fuera esto del gato éramos totalmente legos en la materia, tanto don Manuel como yo, y por ello nos comentó que consistía en suponer un gato encerrado en una caja sellada, e introducir una sustancia radioactiva con un 50% de probabilidades de emitirse, reflejando con ello lo imprevisibles que son estos materiales radioactivos. En caso de que se emitiera, un detector de la radiación accionaría un martillo o maza que, a su vez rompería, una ampolla con un veneno que atacaría al gato y éste moriría. Por lo que claramente existía un 50% de probabilidades de que el gato estuviera vivo (o muerto), pero no se sabría hasta abrir la caja. Hasta entonces podría ser, probabilísticamente, una cosa u otra. Esta prueba teórica sumió a la familia científica en el convencimiento de que en el mundo de las partículas existen, por naturaleza, muchos eventos que son impredecibles, no sabemos si se ha dado A o B. De ahí que el gato estuviera vivo o muerto, o que una partícula pudiera estar en dos sitios a la vez.
Tras contarlo nos quedamos un rato en silencio. No sabíamos si era un cuentecillo con moraleja, un juego teórico o un pasatiempo científico. Lo más que habíamos oído remotamente hablar de esto de poder estar en dos sitios a la vez era el tema de las «bilocaciones», pero ya sólo faltaba meternos además en berenjenales esotéricos.

El obispo don Tello

A todo esto, Manuel Nieto, que había escuchado todo callado con mucha atención, y que siempre trataba a Joaquín Mellado de forma fraternal, tuvo una salida genial llevando el agua a su molino. Más o menos le respondió de esta forma.
“No te tienes que extrañar de eso para nada. Precisamente la semana pasada Manolo (Estévez) y yo fuimos a la Catedral de Toledo, para comprobar «in situ» la supuesta tumba don Tello de Buendía, que fuera obispo de Córdoba apenas un año (de 1483 a 1484).
Este obispo tomó posesión de la sede de Córdoba a instancias del rey Fernando el Católico que se encontraba en nuestra ciudad a raíz de la detención del rey Boabdil tras la batalla de Lucena. Desde tiempo inmemorial constaba memoria de que estaba enterrado en la Catedral de Córdoba, en la llamada «Sepultura de los Cinco Obispos», a espaldas del coro y detrás del órgano de la Epístola. Pero resulta que nos enteramos hace poco por casualidad que la historia y el arte toledanos han venido reiterando, sin sombra de duda, al menos desde el siglo XIX, que en su Catedral primada se encuentra el sepulcro en mármol de don Tello de Buendía, con figura yacente revestida con ornamentos e insignias episcopales, obra del maestro Alonso de Covarrubias ejecutada en 1514 y con unas dimensiones de 1,90 por 0,35 metros.
Así que acabamos de ir a Toledo y, efectivamente, allí hemos visto la tumba que decían. La obra escultórica tiene reminiscencias góticas y sigue la tradición local toledana, con buena técnica, gracia y corrección. En alto, bajo el arcosolio, estaban, efectivamente, las armas de don Tello en piedra: escudo en sotuer con las figuras de un castillo, dos flores de lis a los costados y una correa cortada en dos pedazos, pedazos curiosamente inclinados en situación contraria a como se representaban su escudo en Córdoba.
Tanto la «memoria» de que está enterrado en Córdoba como su solemne sepulcro toledano necesitaron de documentos, una dotación y algunos pagos, pero no se ha dado aún con ellos. ¿Quién sufragó su enterramiento? ¿quién levantó el túmulo toledano? ¿en cuál de los dos reposan los restos y las cenizas de don Tello?
En definitiva, que con lo que sabemos ahora mismo lo único que podemos decir es que el obispo don Tello de Buendía está enterrado en dos catedrales, la de Córdoba y la de Toledo, que es como decir en dos de las catedrales más importantes de la Edad Media en España.
Como ves, querido Joaquín, no sólo las partículas subatómicas pueden estar en dos sitios a la vez.
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