El escritor Joseph Pearce

El escritor Joseph Pearce

'Mi hermano Gilbert': entre hermanos y «hermanos»

En el libro encontramos ejemplos antagónicos como los protagonizados por socialismo y distributismo o imperialismo y patriotismo en una misma persona

Para llegar a entender el título y significado de este artículo, podemos fijar las coordenadas en el escritor contemporáneo y amigo personal Joseph Pearce quien, hace un año, semánticamente delimitaba los conceptos de argument y quarrel en base a unas palabras de Gilbert Keith Chesterton y la afable relación con Cecil, su hermano menor. Por aquel entonces, escribía Arguing with Chesterton en The Imaginative Conservative, la publicación digital que dirige.
Pearce, escritor converso católico, confesaba la adopción de aquel testimonio como leitmotiv, su lema de vida, y referente moral en el intento de establecer la diferencia entre ambos términos por desavenencias, disparidad de criterios o riñas que, en el peor de los casos, pueden llegar al uso de los puños. En otras palabras, podría establecerse una comparativa similar entre la noche y el día, el cielo y el infierno.
Así, conociendo el oscuro pasado de Pearce durante una adolescencia plagada de tumultos, peleas callejeras y sus dos condenas en cárceles británicas, éste abogaba por lo celestial en detrimento del averno, por la discusión y el debate del argument en cualquier búsqueda idealizada de líneas de razonamiento capaces de defender proposiciones sensatas.
Sin ir más lejos, el hecho de estar entre rejas le había conducido a descubrir a autores como C. S. Lewis y el propio G. K. Chesterton antes de abrazar la fe católica con su definitivo paso hacia la Iglesia de Roma. Aquella sorprendente y drástica decisión, además de su pensamiento actual, no admiten dudas.
Y este preámbulo viene a colación de la reciente publicación de Mi hermano Gilbert (Ediciones More) del tributo original G. K. Chesterton, a Criticism, escrito en 1908 por un entonces casi anónimo y neófito escritor llamado Cecil Chesterton.
Pearce incidía en el origen latino de arguere con el significado de «esclarecer», de «dar a conocer», de «demostrar», en un ejercicio práctico de ir en busca de la verdad con dos principios básicos, claridad y caridad, como luces de un camino en el que razón y amor siempre han de confluir antes de alcanzar el destino final.
Por otra parte, también definía el otro término en cuestión, quarrel, a propósito de sus connotaciones de animosidad, beligerancia y odio, ese que, entre otras razones, le había llevado a prisión en la década de 1980 tras infringir la Ley de Relaciones Raciales de 1976. Ni que decir tiene que las acepciones citadas no son más que una representación extrema de la hostilidad, del alejado sentido de argument que ha de prevalecer como estrategia de debate o discusión antes del paso que nos obligue a ejercer fuerza, acometividad y agresividad a la hora de defender nuestras ideas. Es cuestión de mantener el control, valorar nuestra reacción, anticiparse al oponente y, tras escuchar, sentar cátedra con veracidad y convencimiento.
Y a propósito de extremos, en Mi hermano Gilbert, encontramos ejemplos antagónicos como los protagonizados por socialismo y distributismo o imperialismo y patriotismo en una misma persona. Hablamos del propio G. K. Chesterton, de amigos y enemigos, medios y personas, seguidores y detractores, encuentros y desencuentros según se inclinase la balanza por cuestiones como la situación del Imperio Británico, la Guerra de los Bóeres, el concepto de «patria» o la realidad social y de los medios de prensa de la Inglaterra de finales del siglo XIX y principios del XX.
Desde su familiarmente privilegiada atalaya, Cecil retrata al primogénito de los Chesterton en un momento en el que Gilbert ya ejercía como articulista o columnista y su nombre empezaba a sonar en los mentideros literarios como escritor de prestigio después de la publicación de un par de poemarios y diversos relatos narrativos de cierto calado: El Napoleón de Notting Hill, Herejes, El hombre que fue jueves, o biografías sobre Robert Browning, Charles Dickens o George Bernard Shaw.
De igual manera, a propósito del distributismo, la Sociedad Fabiana y la producción literaria, hemos de hablar de otro «hermano» no carnal de los Chesterton. Se trata de Hilaire Belloc, personaje de gran influencia en las ideas y pensamiento de nuestros protagonistas a lo largo de diversas e intensas etapas de sus vidas.
Belloc percutió, no cejó en su empeño, y, según Chesterton, «nos trajo el apetito de Roma por la realidad y la razón en acción y, cuando llamó a la puerta, allí apareció él con el olor a peligro». Teniendo en cuenta la enorme capacidad de convencimiento del primero, no es de extrañar que, incluso en sus momentos menos álgidos, asombrara por una imparable fuerza capaz de convencer a diestro y siniestro antes de lograr su objetivo. Los Chesterton, a ciencia cierta, bien pudieron dar fe de ello a pesar de haber emprendido caminos por senderos distintos.
Así, para un apacible y sedentario Gilbert, Belloc reunía las características del ideal al que aspirar en una narrativa y estándares caracterizados por un mood, su estado de ánimo, que adolecía de will, la excesiva voluntad atesorada por el segundo. Jamás fue un hombre que destacase por la sobredosis de acción del desatado y polifacético Belloc a la hora de hacer de púgil, aventurero, soldado, marinero, político y escritor con el relato de obras ya consagradas.
Sin embargo, la muerte por enfermedad de Cecil el 6 de diciembre de 1918, con la Primera Guerra Mundial ya terminada, sería el trágico y funesto acontecimiento que pondría punto y final a las relaciones de los «tres mosqueteros», a su firme y combativo compromiso social, a la creciente y sólida amistad de estos hermanos de armas y en Cristo establecida sobre la fe católica y los objetivos comunes de un trío que, en uno u otro momento, fue capaz de hacer tambalear los cimientos de aquella Inglaterra del primer cuarto del siglo XX. A pesar de los titubeos iniciales y encendidos debates con posturas opuestas entre Cecil y el «viejo trueno», Hilaire Belloc, The Party System (1911) corroboraría su particular armisticio y una dual declaración de intenciones con una provocadora entrega y la cobertura del fuego amigo de Gilbert contra la supuesta democracia parlamentaria.
«Cecil estaba demasiado cerca como amigo y demasiado lejos como héroe», escribiría a título póstumo Gilbert sobre su hermano en Recordando a Cecil, prólogo de A History of the United States. La sangre nunca llegaría al río y, con total seguridad, esa alianza «Chesterbelloc», sibilinamente acuñada por George Bernard Shaw en un paródico ensayo de 1908 en la revista The New Age, se convertiría en fiel reflejo de las múltiples y envidiadas colaboraciones de los hermanos Chesterton y su otro «hermano»: Hilaire Belloc.
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