La fragata Andalucía F72 equipada con material eléctrico de Westinghouse Córdoba

La fragata Andalucía F72 equipada con material eléctrico de Westinghouse Córdoba

El portalón de San Lorenzo

Aquellos barcos con entrañas de Córdoba

«Lo que antes eran tabernas ahora son lugares frenéticos donde se va a tomar bebidas espirituosas o a comer raciones de calamares, bacalao y lo que se tercie»

Ahora que tanto se habla de aumentar el gasto en material militar y promover sus industrias auxiliares, bueno es recordar que a finales de los años 60 en Westinghouse Córdoba se fabricaron los cuadros de cabinas para cinco nuevas fragatas de la Armada española: Andalucía, Cataluña, Asturias, Extremadura y Baleares.

Eran de lo más moderno para aquella época, ya que cada barco contaba con cinco cuadros de baja tensión (BT) equipados con los interruptores DB-25 y DB-50, con unos 360.000 metros de cable y más de 20.000 terminales. Sólo el cableado suponía el trabajo a tiempo completo de un mes para cinco trabajadores. Aparte, había que meter la elaboración de chapistería, el trabajo de soldadura, montaje, cableado y pintura, así como la colocación precisa de la innumerable cantidad de aparatos que llevaban dichos cuadros incorporados en sus puertas y paneles. De todo este trabajo de cableado final pudieron dar cumplida información mis compañeros Justo Cerezo, Alfonso Chofles, Antonio Quesada, Rafael ‘El Relojero’ y Rafael Delgado, entre otros, montadores a los que les tocó trabajar en este importante trabajo.

El barco Safina e Arab en Matagorda (Cádiz)

El barco Safina e Arab en Matagorda (Cádiz)Archivo Cenemesa

El barco paquistaní

Un poco antes, en 1959, recién inaugurada la fábrica de Aparellaje de Westinghouse en Córdoba, ya se había recibido un pedido similar de dos cuadros de cabinas de BT a base de los citados interruptores DB-25 y DB-50, esta vez para el buque de pasajeros Safina e Arab. El trabajo de construcción de este buque lo había contratado, a los astilleros de Matagorda en Cádiz, una empresa paquistaní que quería contar con un flamante barco para el transporte de peregrinos a La Meca.

En la parte del jugoso encargo que correspondió a nuestra fábrica los cuadros de BT fueron montados y cableados en la Sección 306 Montaje de Cabinas. Allí estaban Mauricio Basurte y Ángel Morales como maestros de montaje y de cableado, respectivamente.

Eran dos eficientes profesionales con muchísimos años de experiencia a sus espaldas, sobre todo en la fabricación de motores. Sin embargo, provenientes ambos de la vieja escuela, tenían poca experiencia con el modelo laboral basado en el Sistema Ormig, que asignaba a cada pedido las Órdenes de Trabajo donde se cargaban las horas invertidas. Ellos venían de una fábrica que se había fundado en los años 1930, y aquí en Aparellaje los acoplaron hasta tanto llegaba la hora de su jubilación. Entendían como nadie del oficio, de poner orden (en sus primeros tiempos con un silbato), pero posiblemente no estaban al día con las Órdenes de Trabajo.

Al no existir aún la informática el control de horas invertidas se llevaba de forma muy rudimentaria por un Departamento de Administración llamado Mano de Obra, desde donde a diario se desplazaban dos empleados al taller y tomaban nota de las horas invertidas por cada trabajador en sus bonos de trabajo, anotaciones que se hacían a mano y sin una aparente comprobación.

En la práctica, los que se desplazaban a controlar estas OT no se interesaban nada más que por los números de horas apuntados y no solían comprobar si eran coherentes o no con el trabajo físico realmente realizado. Ellos eran y se sentían personal de Administración, y si alguien cometía un error apuntando (una OT por otra) era muy difícil que ellos cayesen en la cuenta.

Como lo del barco paquistaní era un encargo de bastante envergadura intervino en mayor o menor medida casi toda la División de Aparellaje, (chapistería, conformado, plegado, soldadura, montaje, cableado y pintura), así que ante la pregunta de «¿A dónde se apunta esto?» pregunta muy habitual de cualquier trabajador para rellenar las OT, como eran tantas las faenas y tan repetitivas en las distintas secciones, y para ir más rápido sin complicaciones, muchas veces el jefe de equipo o el encargado les decía: «Eso se apunta al barco», (la gente se conocía la OT de memoria) aunque lo que hubiese hecho el operario fuera para otro trabajo que no tuviese nada que ver con la OT 666170 que era la OT asignada al pedido del barco. Esta rutina de decir «Al barco» a nadie de los de arriba se le ocurrió cambiarla, y así se siguió usando como cajón de sastre para todo, ocurriendo lo que luego ocurrió.

Una vez terminados los dos cuadros se trasladaron a los astilleros de Matagorda, donde llevaron a cabo el montaje y conexionado final Juan Baena y Antonio Quesada, acoplándolos dentro del conjunto del barco hasta que se probó su correcto funcionamiento. Con este trabajo de los montadores del exterior quedaba terminada la dichosa OT que se le asignó al barco, que como hemos dicho quiero recordar fue la 666170.

El Volteretas agua la reunión

El follón que se había montado con la organización de este trabajo llegó a manos de José Roldán Peñalba, un personaje extremadamente profesional pero muy puntilloso con sus números e implacable a la hora de hacer los cargos a cualquier OT en su calidad de Jefe de Presupuestos y Análisis de Costos. Nacido en la pequeña calle Mancera, que da a Gutiérrez de los Ríos (Almonas), los alumnos de la Escuela de Aprendices le pusieron el sobrenombre de Volteretas, porque al ser profesor de matemáticas daba una y mil vueltas a cualquier problema u operación hasta que encontraba lo justo.

Así llegó un día de principios de 1961, mientras el barco ya debía estar navegando ajeno a todo esto, cuando en el despacho del director de la fábrica don Cristóbal Sánchez Mayendía se celebró una importante reunión en la que no faltaba ningún personaje de postín con poder en la fábrica. Como los señores Calvo, Miranda, Ronda, Evans, y varios más, Por asistir a esa importante reunión, también lo hizo don Joaquín Benjumea, que era el Consejero delegado del Consejo de Administración de la empresa.

La reunión se había previsto para celebrar el éxito de aquel primer gran trabajo por fin terminado, así que el director empezó en plan lírico: «El Safina e Arab ya estará cruzando el Canal de Suez y continuará por el Golfo Pérsico con la satisfacción de que ha sido equipado por nuestra empresa». Pero después se procedió a lo más árido de analizar el capítulo de costes (materiales, aparatos, elementos de cableado y las horas invertidas…) y en esto tomó la palabra El Volteretas que se arrancó con poca disimulada ironía: «El barco estará cruzando el Canal de Suez, pero tengo que decir que a día de hoy, un año después de que empezara a funcionar, en el taller todavía se están apuntando horas al barco».

Esta anécdota se hizo muy famosa en la fábrica, acompañando ya para siempre a José Roldán Peñalba, ‘El Volteretas’ hasta el mismo día en que, por desgracia, falleció, cuando fue comentada por parte de los compañeros que se reunieron para darle su último adiós.

La taberna El V Califa y la lechuga fria

Entre 1972 y 1975 el querido por todos Manolín Aranda era cliente asiduo de la taberna de la Sociedad de Plateros en la calle María Auxiliadora. Un día de aquellos estaba tomando una cerveza con un amigo suyo que tenía un pequeño bar en la calle Tomás Conde, varias casas por debajo de la Casa de las Pavas, donde se dice que nació don Luis de Góngora y Argote, nuestro inmortal poeta autor de ‘Las Soledades’ y la ‘Fábula de Polifemo y Galatea’, obras cumbre del culteranismo y el Barroco español, junto a una vasta producción de poemas líricos como sus sonetos, romances y letrillas como obras más sobresalientes en su destacada historia como poeta. También cultivó el teatro con obras como ‘Las firmezas de Isabela’.

Este amigo, que creo que se llamaba Antonio Hernández, le puso a su pequeño bar de la Judería el nombre de El V Califa, por lo que fue un adelantado de este título para Manuel Benítez ‘El Cordobés’. El establecimiento lo especializó, con gran éxito de público, en la lechuga frita. Manolín Aranda, que desde hacía mucho tiempo regentaba con su hermana Pepita un puesto de verduras en la plaza de Sánchez Peña, suministraba a su amigo los sacos y sacos de lechugas que consumía en aquel pintoresco bar.

Ese día que coincidieron en la Sociedad de Plateros Manolín nos lo presentó, al dueño de El V Califa diciendo: «Este es el tío que más lechugas vende del mundo", con lo que Aranda remató: “Tengo que buscar a todos los proveedores posibles y cualquier día le traigo un barco de lechugas».

A los habituales de la Sociedad de Plateros como Manuel Blancart, Miguel Expósito, Juan Carretero, Paco Rubiano, Rafael Gaitán, Paco Arjona, Bartolomé Expósito, Rafael Obrero, Rafael Calvo, y otros cuantos más, aquello nos hizo mucha gracia, y cada vez que veíamos entrar a Manolín Aranda le decíamos: «Ya está aquí el del barco», aunque para barco grande, como apuntaba con razón el tabernero, Francisco Pérez Sánchez, ‘Curro’, estaba la propia Sociedad de Plateros de María Auxiliadora, pues por aquella cubierta que era el mostrador pasaba gente de todo tipo, polizones y piratas incluidos. Pero esa es otra historia.

La inundación de la taberna de la Sociedad de Plateros

Siguiendo con los barcos y la Sociedad de Plateros de María Auxiliadora, un día la taberna sufrió una inundación de noche por rotura de una conexión del agua. Mientras se arreglaba, toda la mañana estuvo colocado un cartel que decía: «Por avería prohibida la entrada a la taberna». El desaguisado lo estaban intentando arreglar el fontanero Manolo Calvo con su hijo El Latas, toda una garantía, de esos profesionales solícitos y apañados que hoy día cuesta tanto encontrar.

El caso es que Pepe Alcalá, vecino de la calle Escañuela, otro cliente habitual que solía llegarse todos los días sobre las tres y media, se adentró en la taberna sin percatarse del cartel, aunque al contemplar el perol montado optó enseguida por marcharse. Pero Curro, el tabernero, poniendo al mal tiempo buena cara, le dijo desde el mostrador: «Pepe, entre usted, si esto en realidad ya es un barco con agua y todo».

Al día siguiente se comentó que Pepe Alcalá fue de las pocas personas que llegó a entrar a la taberna totalmente inundada, así que se le puso el apodo de Capitán del Barco, que a él no le desagradaba en absoluto.

El obispo Cirarda visitó las peñas de la Sociedad de Plateros y quizás lo más importante que dijo fue lo que olía el río

El obispo Cirarda visitó las peñas de la Sociedad de Plateros y quizás lo más importante que dijo fue lo que olía el río

El Capi, como cariñosamente le llamábamos desde entonces, era un hombre muy respetado y querido. Sumamente educado y correcto, se le reclamaba para todo y acudía para echar una mano en lo que hiciese falta. Incluso, si era preciso, hacía de anfitrión, como cuando en 1975 el párroco de San Lorenzo, don Valeriano Orden Palomino, (con su buena intención) organizó una visita a la Sociedad de Plateros del obispo monseñor Cirarda Lachiondo para tratar de romper un poco su imagen de hombre «seco y superior del norte» y conocer de primera mano a la gente del barrio y sus peñas. No tuvo una entrada muy afortunada, pues el obispo venía quejándose de que cómo era posible que los cordobeses aguantásemos el olor insoportable que esos años desprendía el río Guadalquivir. A pesar de eso, Pepe recibió con estas sabias palabras al «jefe de los curas», como llamaba al obispo su amigo Pedro Alcaide: «Señor obispo, está usted en Córdoba, donde la gente es tan sencilla que la amistad es el único capital que tenemos».

Adolfo Suárez firmando en una bota en presencia de Rafael Merina, presidente de la Sociedad de Plateros

Adolfo Suárez firmando en una bota en presencia de Rafael Merina, presidente de la Sociedad de Plateros, y Diego Romero, presidente de la Diputacióm

Pepe Alcalá también participó en la bienvenida que se le dio nada menos que al presidente Adolfo Suárez, cuando en 1979 éste se presentó para un acto electoral en la bodega de la Sociedad de Plateros. El presidente venía acompañado de su esposa, y aquel sábado por la mañana Pepe, con una copa de vino en la mano, se le acercó y dijo: «Señora, rodee usted a su marido de paz y sosiego porque España lo necesita, y mucho, tómese usted esta copa de vino platino que es lo mejor que podemos ofrecerle».

Después de este sincero y sentido recibimiento por parte del Capi ya les tocó el turno a los políticos y similares de llevar y traer a Adolfo Suárez y a su esposa de aquí para allá en el interior de la propia bodega, hacerse las fotos de rigor y firmar en un barril para la posteridad.

Por desgracia, asistimos a los inevitables días finales del Capi en el Hospital de San Juan de Dios. Allí, en el lugar que en 1954 se llamaba el cuarto de los levantados, por los que empezaban a moverse un poco tras las operaciones, Pepe, postrado en su cama nos confesó: «Presiento que el barco se va a pique y no puedo hacer nada. Pido perdón a mis amigos, y que mi familia les conforte siempre con el mayor respeto».

Aún lo recuerdo con nostalgia, colocado en la barra de la taberna, siempre en el mismo sitio, dominando con su mirada y atento a todo lo que acontecía en el mostrador. Que Dios lo tenga en su Gloria.

Imagen de un barco pirata en donde la mayoría de los tripulantes eran unos trápalas

Imagen de un barco pirata en donde la mayoría de los tripulantes eran unos trápalas

El barco pirata

De aquellos barcos ya no queda nada más que el recuerdo. La fábrica de Aparellaje no existe. Afortunadamente el río dejó de oler con la depuradora de La Golondrina, aunque ahora es pasto de ratas, suciedad y vegetación descontrolada que lo oculta. Y lo que antes eran tabernas en donde se solían encontrar amigos para charlar tranquilamente con un medio de vino entre manos, ahora no son nada más que lugares frenéticos donde la gente va a tomar bebidas espirituosas o a comer raciones de calamares, bacalao y lo que se tercie.

En cuanto a presidentes del gobierno, las cosas han cambiado a peor, a mucho peor. Pedro Sánchez, que se ha nombrado a sí mismo Capitán, es un capitán incompetente y sin ninguna credibilidad, con los casos de corrupción de su gobierno y allegados en la boca-manga a modo de galones. Todavía se recuerda cuando echaba en cara a Rajoy que «no salía de la Moncloa», y lo decía un tipo que ahora permanece en su palacio fortificado (a costa del contribuyente) en Lanzarote, mientras media España se quema. Contra toda esta mediocridad hay que recordar la elegancia, se esté de acuerdo políticamente o no con sus ideas, de Adolfo Suárez, quien llegó a dimitir cuando consideró que su permanencia en el gobierno hacía más daño que bien. Qué comparación con este hombre que del embuste y la mentira ha hecho su dialéctica más persistente. Y si el auto-nombrado capitán deja mucho que desear, qué decir del nivel de la tripulación de su partido y socios varios, que se mantiene unida a su persona porque vive de las prebendas, como un siniestro barco de piratas al acecho para repartirse el botín que es la pobre España.

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