La puerta del SagrarioPatricio Ruiz

Domingo IV de Adviento

”La Virgen concebirá y dará a un luz un hijo”

Actualizada 00:06

Queridos hermanos:
Reveladoras son las lecturas y evangelio de este cuarto y último domingo del Adviento, al hablar expresamente de una virgen que concibe y da a luz. Esa es la profecía de Isaías que hemos leído en la primera lectura y que sorprende por parecer imposible que una mujer virgen conciba y dé a luz un niño; y es que, la mujer que da a luz no es virgen, la que es virgen, no es madre, con lo que hemos de concluir que si hay alguien excepcional en la historia de la salvación es la Virgen María, que reúne en su persona las dos maneras de agradar a Dios: la virginidad y la maternidad.
Hay mujeres santas madres como santa Mónica o santa Rita y las hay vírgenes como santa Teresa o santa Inés, pero con las dos virtudes una sólo: María. Ni hubo ni habrá alguien tan perfecto, tan sin mácula como ella. Por eso, a ella acudimos en estos días, pidiéndole la gracia de saber acercarnos al misterio de la Navidad como creyentes que desean ser mejores cada día, poniendo los medios para ello, aunque nos dejemos la piel en el intento.
El evangelio de Mateo vendrá a revelarnos el nacimiento de Jesús, con un pasaje especialmente peculiar: el intento de huida de San José, para proteger a su querida prometida. Basta ya de hablar de los celos de José en nuestros círculos, conversaciones e incluso, villancicos. ¿Cómo va a dudar la santidad de la santidad?,¿el amor de su amor? No cabe en la cabeza que José dudara de aquel embarazo, puesto que la Virgen ya le habría contado a su prometido y amado los planes de Dios sobre ellos. No cabe en la cabeza que María muriera lapidada por aquella cruel tradición de apedrear a las mujeres encintas fuera del matrimonio, cuando ella era buena e inocente de todo pecado.
José se asusta soberanamente de tener que hacer las veces de padre del mismo Mesías y es lo que le impulsa, basado en su limitación a irse de noche sin denunciar a María, lo cual la disculpaba a ella y hacía que la murmuración no cayera sobre su cabeza. Tuvo que intervenir el Ángel para frenar a aquel hombre enamorado que solo quería el bien de su amada María, animándolo a que no tuviera miedo a acogerla porque la criatura de su vientre viniera del Espíritu Santo, o sea, que no se viniera abajo por hacer de padre del mismo Mesías esperado por los siglos.
No tengamos nosotros tampoco miedo a ser nosotros cristianos, por muy pecadores que seamos. Ya nos ayudará el Espíritu a tirar adelante y a ser cada vez más coherentes en nuestra vida. Aprendamos la obediencia de María y el amor de San José.
Feliz Domingo. Feliz día del Señor.
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