Fleco de bellotaJoaquín de Velasco

Homenaje a un capataz

Actualizada 05:00

En fechas recientes, la hermandad de la Buena Muerte dio un homenaje sorpresa a Lorenzo de Juan Luque. Convocados los hermanos con la excusa de una convivencia, se invitó también a buenos amigos suyos como Rafael Zafra, Javier Romero, Federico Tovar, José Antonio García, y un largo etcétera.
Lorenzo lo ha sido todo en esta hermandad. Su capataz durante más de 30 años, en los que ha mandado los dos pasos. Ha sido Hermano Mayor durante varios mandatos, además de ocupar diversos puestos en muchos cabildos de oficiales de la cofradía. Fue también costalero, y anónimo nazareno portando un cirio al cuadril.
Sus virtudes como capataz son conocidas por todos. En tiempos duros, cuando los costaleros eran muy pocos, supo contagiar a los jóvenes la sensación de estar haciendo algo grande. De estar sirviendo a su hermandad en particular y al movimiento cofrade en general.
En esos momentos, en los que parecería que bastante se tenía con regresar a los templos sin incidentes graves, él supo darle a cada uno de los pasos que mandaba un estilo singular. Un andar propio y elegante. Supo medir el esfuerzo de los que estaban a su mando y sacar lo mejor de cada uno de ellos.
Quizás, el peor de los costaleros que tuvo en sus cuadrillas, el que nunca aprendió a andar bien bajo un paso, sea el autor de estas estas palabras. Lorenzo conmigo fracasó. Nunca consiguió enseñarme a ser buen costalero, a hacerme la ropa correctamente, y a coger el son exacto que mis hermanos de trabajadera llevaban.
Pero me enseñó otras cosas, más importantes que el bellísimo oficio de ser costalero de María Santísima. Me enseñó a ser hermano. A vivir mi cofradía como verdadero medio de evangelización. Como movimiento de iglesia real y útil, en unos tiempos en los que ni nosotros mismos terminábamos de creernos ese papel. A servirme de la hermandad en mi vida espiritual, y a partir de ahí transmitirla a quienes me rodeaban. Me enseñó que Dios es Misericordia infinita, además de Justicia Suprema. Que una Madre como María no se cansa de esperar, ni nos niega nada bueno si se lo pedimos con amor. Me enseñó que la institución en conjunto y cada uno de los hermanos en particular son una bendición. Un medio que pone el Señor en nuestro camino para ser mejores personas y mejores cristianos.
Y ese es el verdadero magisterio que impartió Lorenzo de Juan a quienes les rodeaban. Más allá de la «mecía» de unas bambalinas o el son del rachear de unos pies, que también son importantes. Y lo hizo a través del ejemplo, más que de las palabras, aunque las charlas a veces se tornaran interminables y magistrales.
Lorenzo ha formado parte de una generación especial, a la que en cierto modo también queremos homenajear en este acto. Dios quiso revitalizar las hermandades cordobesas, y por ello puso en el camino de las cofradías a gente muy especial. A gente buena, con conocimiento y también con ganas de aprender. A gente que vino a servir y no a servirse. Y en unas alicaídas cofradías puso Dios a cofrades como Ricardo. Como Fernando. Como Javier. Como Rafael… Y como Lorenzo.
Lorenzo de Juan es, por ello, un ejemplo de cofrade, que ha impulsado con lealtad y entrega no solo a esta hermandad, sino a cada cofradía que se acercó a él en busca de su consejo o su servicio. Desde el palio malva de San Pedro al dulce Señor de San Lorenzo. Desde el crucificado del Cerro a Jesús injustamente sentenciado en San Nicolás. Por la popular Corredera o la delicada y bella plaza del Cardenal Toledo. Bajando el Bailío con el Señor de Santiago o acompañando a Cristo muerto de la Compañía a la Catedral.
Y siempre, al subir Claudio Marcelo, arriando el paso a la altura de la Gloria. Él nos dirá que porque allí la empinada cuesta forma una meseta apropiada para arriar y levantar. Pero todos sabemos que probablemente fuera más bien un guiño a su amigo Rafael Zafra.
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