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El talento que huye

Actualizada 05:00

Cuando miramos al VI Indicador Empresarial de la Provincia de Córdoba, que ha presentado La Voz de Córdoba el pasado jueves, encontramos una serie de variables repetidas año tras año y que se han visto incrementadas desde un punto de vista negativo por parte de los empresarios consultados: España castiga fiscalmente a los que crean empleo y riqueza, no existe una adecuada flexibilidad del mercado laboral y la inflación ha venido, tras la pandemia, a complicarlo todo más.
No obstante, uno de los aspectos que vuelven a aparecer en dicho estudio es la falta de retención de talento. Los mejores no están, se marchan. Y no nos referimos solo a la mano de obra cualificada sino a la falta de liderazgo. Y esto merece una reflexión más amplia y por supuesto un acto de contrición mayor que el mero análisis.
Hace tiempo que se advierte del fomento y proliferación de la mediocridad en todos los estamentos públicos y privados. Una mediocridad palpable en los medios de comunicación, en un pleno municipal, en un consejo de ministros, en una cátedra universitaria, en la hostelería o la construcción. Una mediocridad alimentada por las costumbres relajadas de una sociedad acomodada, por el propio sistema que la fomenta para evitar no solo el pensamiento crítico, sino la evidencia vergonzante que el esfuerzo, la brillantez y la excelencia provocan en los mediocres ya instalados. Lo bueno que tiene la economía de mercado es que la competencia permite y anima las oportunidades para que ganen más los mejores. Eso se pervierte cuando las administraciones, alimentadas por la propia mediocridad, -también abundante- de los partidos políticos que las conforman, concurren en el mercado interviniéndolo, subvencionándolo y, en definitiva, privándolo de libertad para hacer, cuando menos en igualdad de condiciones y sin cortapisas. Con un agravante que ha quedado, de alguna manera, de manifiesto en el Indicador: al que triunfa o pretende hacerlo se le presiona fiscalmente, porque la administración necesita más recursos para seguir alimentado a los mediocres que ampara.
Hay un lamento sobre el talento huido que no se retiene. Una advertencia de que todos perdemos con ello, además. Conviene no obstante reflexionar sobre lo que uno pude hacer para conservarlo, si se valoran a los más brillantes, si se les paga lo que merecen, si se les anima adecuadamente a seguir trabajando con sus capacidades. Porque puede ocurrir que ese mal generalizado de la mediocridad abundante también haya contaminado a los que se lamentan del talento huido mientras buscan la anestesia pública que todo lo iguala, y que precisamente empuja a los mejores a marcharse.
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