De este agua no beberéRafael González

Cuatro muslos con sobremuslo

«Muy bien lo de la cercanía, pero los tiempos exigen otros modos y la demanda cambia de canales de servicio y distribución»

Actualizada 05:00

El caso es que a mi adolescente le gustan las fajitas mexicanas y yo, que soy un padre global, se las pongo los sábados que suele estar conmigo – que ya son los menos- y me voy al mercado a por la carne de pollo, que siempre me parece de más calidad que la que viene en bandeja. Manías de viejuno, lo sé. Dos sábados al mes acostumbro a dar trabajo a una carnicera o carnicero para que me corte en tiritas la carne, cosa que no todos suelen hacer con destreza y ganas. El pasado sábado, sin ir más lejos, acudí al mercado municipal del barrio donde ahora vivo a por la materia prima. En Córdoba en realidad no vamos al mercado sino a la plaza. Está la plaza grande, que es la de Sánchez Peña en la Corredera, o la plaza de la mosca, en el Marrubial. En el Sector Sur hay una plaza que frecuentaba de chico y que ahora me parece más pequeña que cuando iba de la mano de mi madre o mi abuela al puesto de Rafael. Mercados municipales, ahora en proceso de digitalización.
El Ayuntamiento está en lo de dotarlos de acceso virtual y electrónico, y lo mismo que pedimos la batamanta por Ali Express o el kebab en Glovo, si queremos cuarto y mitad de jureles o un kilo de bacaladillas, ahora podremos hacerlo a golpe de click. Renovarse o morir. Y es que además en el comercio tradicional están los últimos luditas, y que nadie se me enfade. Muy bien lo de la cercanía, pero los tiempos exigen otros modos y la demanda cambia de canales de servicio y distribución. Calificarlo de bueno o malo, justo o injusto es una pérdida de tiempo mientras las nuevas maneras de consumir se imponen dejando viejas a las de anteayer. No obstante, la proximidad debe tener un valor añadido que es el trato humano, la atención. Y lo mío será tener mala suerte, pero en las plazas, en los mercados de abastos, me caen los mismos siesos que en algunas tascas atienden con ese aire tan cordobés.
Lo noté en cuanto pedí cuatro muslos con sobremuslo a la carnicera esposa, a la que me remitió el carnicero marido cuando llegué al puesto y me tocó la vez. Cuatro muslos con sobremuslo afecta a dos pollos, por lo menos a los del Mercacórdoba, salvo que sean pollos mutantes de una granja de Bill Gates. Ahí empecé- inocente de mí- a descuadrarle la movida a la carnicera o eso me pareció. Lo digo porque su rictus desprendía un aire cordosieso de lo más desagradable que se prologó cuando añadí a la solicitud una media pechuga y la coletilla «en tiras finitas que es para una adolescente, por favor». Esa mujer tenía un cuchillo en la mano, una mirada acerada y yo buscaba de reojo la salida de emergencia. ¿Se puede sufrir el cordosiesismo en chándal de sábado? Claramente sí.
Me daba miedo preguntar si podía pagar con tarjeta, porque los damnificados por las comisiones bancarias del TPV son legión y esa señora parecía muy afectada también por ello. El Bizum ni lo contemplé, salvo que tuviera que salir huyendo. Para todo lo demás, mastercard, como ya sabemos.
Quiero decir con todo esto que me parece muy bien lo de la digitalización de los mercados municipales y la televenta. Pero a veces, solo con una sonrisa y algo de cortesía, se fidelizan a los clientes. Y uno acude a donde haya que ir si los muslos con sobremuslo te los sirven como a una persona, no como al julai que ha ido a tocarle las pechugas a la carnicera de turno en la hora punta de un sábado cualquiera.
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