Fleco de bellotaJoaquín de Velasco

¿Qué madrugada quieres?

Actualizada 05:00

El tema de la madrugada cordobesa resulta repetitivo. Podría cansar un poco, si no fuera porque a los cofrades, en el fondo, nos gusta ser priostes de sueños y diseñar en la mente la jornada perfecta, como diseñamos mentalmente el bordado perfecto, la candelería perfecta, o la «chicotá» perfecta.
Pero soñar no es malo. Ya hubo quienes soñaron hace años la estación de penitencia perfecta, -que es necesariamente aquella que incluye la catedral-, y por ello les llamaron locos. Apóstoles de una ilusión irrealizable a la vista del quienes entonces representaban el pensamiento casi único. Como argumentos esgrimían varios, y algunos realmente de cierto peso, como la existencia de una experiencia previa que devino en fracaso.
Curiosamente, ese paralelismo también existe con el asunto de la madrugada. Hubo en los años noventa una experiencia previa, que regaló a los que la vivimos momentos de impagable belleza, pero que terminó fracasando. Nazarenos, costaleros, músicos y público eran notablemente menos de los que las cofradías que lo intentaron esperaban. Del mismo modo, hubo en los sesenta un intento de llevar a las hermandades a la Catedral que terminó fracasando, e hizo pensar durante años que intentar materializarlo era una entelequia de ilusos. (¿Recuerdan el anuncio de la ONCE, con música de «La Cabra Mecánica», que cantaba: «No me llames iluso por tener una ilusión»?)
¿Cuándo fue posible materializar esa propuesta de locos? Sólo cuando las cofradías cordobesas fueron lo suficientemente maduras para ello. En ese momento, en el que los cofrades ya teníamos muy claro qué éramos y para qué salíamos a la calle (y fuimos capaces de contagiarlo al común de los cordobeses), y solo entonces, pudo hacerse realidad la carrera oficial en la sede de Osio.
Por ello, que en Córdoba quizá haya algún día una madrugada grande, de varias cofradías populares que unan el día y la noche. Pero eso solo pasará cuando las hermandades alcancen la madurez suficiente. Es el único factor determinante, Y todo intento de acelerar el proceso podría resultar contraproducente. Porque, ¿Para qué quieres una madrugada, cordobés? ¿Para colaborar con la hostelería y el turismo? ¿Por impulso de políticos y gestores? ¿Por imitación de Sevilla? ¿Para encontrar un hueco donde encajar a las nuevas corporaciones? Si es por alguna de esas razones, el proyecto está necesariamente condenado al fracaso.
La madrugada es, sencillamente, la jornada fundamental de aquello en lo que creemos. Es un compendio del triduo sacro. El momento donde todo aquello en lo que profesamos, previo a la Resurrección, se desarrolla. La unión de Jueves y Viernes Santo, que nos lleva desde la Cena y el Huerto hasta el Calvario. Y así lo entiende y lo proclama la provincia de Córdoba en cada uno de sus pueblos, donde Jesús, con la cruz al hombro, rompe el alba y se adentra en la mañana, a veces hasta la hora nona, camino de su crucifixión. En la madrugada Jesús es prendido, sentenciado, azotado, coronado de espinas y cargado con la Cruz, hasta que a mediodía del Viernes encomienda su espíritu al Padre.
Es por eso por lo que Córdoba debería llenar las calles en la madrugada al paso de sus cofradías, cosa que no ocurre. Pero no hay prisa. Correr demasiado, antes de la madurez, nos puede llevar ante un nuevo fracaso. Madrugada ya hay, y negarlo es ofender a una cofradía señera, que asume perfectamente que de salir en otra jornada doblaría con facilidad sus números en la calle. Pero que entiende que ese sitio, el de la madrugada, es el suyo. El que sirve espiritualmente a sus hermanos. El que completa su peculiar forma de ser. El que está imbuido de su carisma.
Por tanto, no argumentemos que los bares están cerrados para oponernos al proyecto, ni usemos a la hostelería como excusa para forzar una jornada de forma artificial. No inventemos una madrugada para satisfacer a un turismo que tiene una jugosísima oferta a 135 kilómetros. Simplemente, busquemos la madurez de nuestras corporaciones penitenciales. Basta con que no pongamos trabas. Lo demás caerá por su peso.
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