De comienzo en comienzoElena Murillo

Antonio Gala y su Córdoba soñada

«No sé si Córdoba, con su característica apatía, le ha dispensado la despedida que merecía»

Actualizada 05:05

Se fue la voz de un gran embajador de Córdoba. Quizá quiso marcharse adentrado en el mismo silencio en el que vivió la etapa final de su vida, cuando el foco mediático estaba en otros asuntos. En Córdoba, «la ciudad soñada», en el edificio que alberga la magnífica obra que lega a nuestra ciudad, su Fundación, pasó los últimos años en compañía de los jóvenes creadores que en cada edición observan cómo su sueño se va cumpliendo a través del desarrollo de la creatividad en las diferentes artes. El antiguo convento del Corpus Christi y esa savia renovada anualmente sentirán su compañía de otra manera, porque el alma de Antonio Gala vivirá para siempre en este mismo lugar. Allí serán depositadas sus cenizas y allí será permanente su recuerdo.
En su obra Ahora hablaré de mí, recoge buena parte de lo que fue. Él mismo decía «yo soy más bien reservado. No porque habite una torre de marfil, sino porque me he pasado la vida, o gran parte de ella, en la secreta bodega, aprendiendo o preparándome para escribir o escribiendo». Es verdad que se le apreciaba distante a primera vista, pero desprendía una sabiduría que te conducía a escucharlo o a leer sus textos. Me han atraído sus libros desde mis años de estudiante y en ellos me seguiré sumergiendo y releyendo las distintas dedicatorias que de su puño y letra quedaron signadas para siempre en sus páginas: «Para Elena, mil alegrías y mi esperanza en ella»; «Para Elena, un beso y que comparta siempre la alegría»…
Disfruté viendo los diálogos que mantuvo con Jesús Quintero. Entre ironías, pero con suma inteligencia, trataban temas como el amor, la corrupción, la vida o la muerte de una manera muy natural. En Los invitados al jardín escribía: «nosotros somos los invitados al jardín: de la vida, del amor, de la felicidad, de la alegría… No permaneceremos en él siempre, ni siempre nos parecerá en flor. Ni siquiera seremos dichosos durante todo el tiempo que lo habitemos».
No sé si Córdoba, con su característica apatía, le ha dispensado la despedida que merecía puesto que aunque no faltó un buen reguero de personas a su capilla ardiente, las colas no fueron interminables. Me gustó acudir para rendir homenaje al que fue uno de los grandes escritores de nuestro país. Qué menos que honrarlo en este último día.
Según ha anunciado su sobrino, tendremos la oportunidad de conocer la obra que deja inédita. Mientras tanto, además de entregarnos una ingente producción en los diferentes géneros literarios, el ingenio va a prolongar su recuerdo en cada una de las obras artísticas, literarias o musicales de los jóvenes que continuarán pasando por la Fundación Antonio Gala. Ahí podremos seguir observando la belleza de las artes y recordar el lema que eligió para esta institución: Pone me ut signaculum super cor tuum, «Ponme como un sello sobre tu corazón». Descansa en paz para siempre.
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